La victoria en la campaña de Tepeaca

Texto original con ortografía de la época:

Eligió hasta ocho mil tlascaltecas de buena calidad, divididos en tropas según su costumbre, con algunos capitanes de los que ya tenía experimentados en el viaje de Méjico. Dejó a cargo de su nuevo amigo Xicotencal que siguiese con el resto de sus milicias; y puesta en orden su gente, se halló con cuatrocientos y veinte soldados españoles, incluso los capitanes, y diez y siete caballos, armada la mayor parte de picas, espadas y rodelas, algunas ballestas y pocos arcabuces, porque no sobraba la pólvora, cuya falta obligó a que se dejasen los demás en casa de Magiscatzin.

Marchó el ejército con grandes aclamaciones del concurso popular y grande alegría de los mismos soldados tlascaltecas: pronóstico de te victoria en que tenían su parte los espíritus de la venganza. Hízose alto aquel día en el primer lugar de la tierra enemiga, situado tres leguas de Tlascala y cinco de Tepeaca, ciudad capital que dio su nombre a la provincia. […]

[234] Diose principio al combate prolongando los escuadrones, lo que fue necesario para guardar las espaldas; y los mejicanos que traían la vanguardia, se hallaron acometidos por todas partes cuando se andaban disponiendo para ocupar la retirada. Facilitó su turbación el primer avance, y fueron pasados a cuchillo cuantos no se retiraron anticipadamente. Fuese ganando tierra sin perder la formación del ejército, y porque las flechas y demás armas arrojadizas perdían la fuerza y la puntería en las cañas [325] de maíz, lo hicieron las espadas y las picas. Rehiriéronse después los enemigos y esperaron segundo choque, alargando la disputa con el último esfuerzo de la desesperación; pero se detuvo poco en declararse la victoria, porque los mejicanos cedieron, no solamente la campaña, sino todo el país buscando refugio en otros aliados; y a su ejemplo se retiraron los tepeaqueses con el mismo desorden, tan atemorizados, que vinieron aquella misma tarde sus comisarios a rendir la ciudad, pidiendo cuartel, y dejándose a la discreción o a la clemencia de los vencedores.

Perdió el enemigo en esta facción la mayor parte de sus tropas, hiciéronse muchos prisioneros, y el despojo fue considerable. Los tlascaltecas pelearon valerosamente; y lo que más se pudo extrañar, tan atentos a las órdenes, que a fuerza de su mejor disciplina murieron solamente dos o tres de su nación. Murió también un caballo, y de los españoles hubo algunos heridos, aunque tan ligeramente que no fue necesario que se retirasen. El día siguiente se hizo la entrada en la ciudad; y así los magistrados como los militares que salieron al recibimiento, y el concurso popular que los seguía, vinieron desarmados a manera de reos, llevando en el silencio de los semblantes confesada o reconocida la confusión de su delito.

Humilláronse todos al acercarse, hasta poner la frente sobre la tierra; y fue necesario que los alentase Cortés para que se atreviesen a levantar los ojos. Mandó luego que los intérpretes aclamasen, levantando la voz, al rey don Carlos, y publicasen el perdón general en su nombre, cuya noticia rompió las ataduras del miedo, y empezaron las voces y los saltos a celebrar el contento. Señalóse a los tlascaltecas su cuartel fuera de poblado porque se temió que pudiese más en ellos la costumbre de maltratar a sus enemigos que la sujeción a las órdenes en que se iban habituando; y Hernán Cortés se alojó en la ciudad con sus españoles, con la unión y cautela que pedía la ocasión, durando en este género de recelo hasta que se conoció la sencillez de aquellos ánimos, que a la verdad fueron solicitados y asistidos por los mejicanos, así para la primera traición, como para los demás atrevimientos.[…] 

[326] Poco después que se alojó el ejército en Tepeaca, llegó con el resto de sus tropas Xicotencal, y creció, según dicen algunos, a cincuenta mil hombres el ejército auxiliar de los tlascaltecas. Convenía para sosegar a los tepeaqueses, que andaban recelosos de su vecindad, ponerlos en alguna operación, y sabiendo Hernán Cortés que al fomento de los mejicanos se mantenían fuera de la obediencia tres o cuatro lugares de aquel distrito, envió diferentes capitanes, dando a cada uno veinte o treinta españoles, y número considerable de tlascaltecas, para que los procurasen reducir a la paz con términos suaves, o pasasen a castigar con las armas su obstinación. En todos se halló resistencia, y en todos [327] hizo la fuerza lo que no pudo la mansedumbre; pero se consiguió el intento sin perder un hombre, y los capitanes volvieron victoriosos, dejando sujetas aquellas poblaciones rebeldes, y no sin escarmiento a los mejicanos que huyeron rotos y deshechos de la otra parte de los montes. El despojo que se adquirió en el alcance de los enemigos, y en los mismos lugares sediciosos, fue rico y abundante de todos géneros. Los prisioneros excedían el número de los vencedores. Dicen que llegarían a dos mil los que se hicieron sólo en Tecamachalco, donde se apretó la mano en el castigo, porque sucedió en este lugar la muerte de los españoles. Y ya no se llamaban prisioneros sino cautivos, hasta que puestos en venta perdían el nombre, y pasaban a la servidumbre personal; dando el rostro a la nota miserable de la esclavitud.

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 323-327
Lugar(es):
  • Tepeaca
Persona(s):
  • Xicotencatl
  • Hernando Cortés
  • Maxixcatzin
Actor(es):
  • indios aliados de Cortés
  • indios tenochcas
  • indios tlaxcaltecas