Algunas batallas entre españoles e indígenas tras la Noche Triste

Texto original con ortografía de la época:

Continuando su viaje para la provincia de Tlaxcalla, que era ya tenida como su patria y morada, amparo y defensa del pequeño número de cristianos que habían quedado. Llegados que fueron a los campos y llanos de Otonpan, que por otro nombre se llaman los llanos de Aztaquemecan, en la cual parte salieron de refresco innumerables escuadrones de gentes de guerra en gran ordenanza, de gente muy lucida y principal de la provincia de Tetzcuco, llamados aculhuaques del reino de Aculhuacan de Nezahualpiltzintli, famosísimo varón, origen y principio de los reyes de Tetzcuco aculhuacanenses, según más largamente lo dejamos declarado a los principios de nuestra descripción.

Cuya gente puso en muy grande aprieto a los nuestros, porque como venían cansados, mal heridos y destrozados, y salían tantas gentes a ellos, que les fue necesario llamar a recoger, y hacer junta y tomar consejo de guerra: se resolvieron que con mucha orden fuesen marchando, sin que saliese fuera de su orden hasta que el tiempo les diese a entender lo que se debía hacer, y que no acometiese nadie ni se desordenase por ninguna ocasión que hubiese, ni por otra cualquier vía ni manera que fuese, a causa de que su designio era conservarse hasta rehacerse y llegar a Tlaxcalla, si pudiesen ser sin ningún reencuentro, por no perder más gente de la perdida.

 Finalmente, que sin reparo ninguno les fue necesario y forzoso romper esta guerra, y entrar por los ejércitos de los aculhuaques y pelear tan denodadamente, como si no hubieran pasado por ningún trance ni peligro de fortuna; de manera que se trabó la guerra tan cruelmente y tan de veras, que apoco rato se hincheron los campos de sangre y cuerpos muertos, que parecía ser cosa increíble, donde los nuestros conocidamente entendieron ser por milagro de dios esta victoria, porque conocidamente de nuestra parte se iba todo aflojando y perdiendo tierra por muchas veces, en ver que cada momento venían gentes y escuadrones de refresco al socorro de los aculhuacanenses, que no con poca dificultad, los nuestros se resistían y con menos esperanza de poder salir de entre tantos y tan crueles enemigos, porfiados y prolijos en su dura obstinación y crueldad.

Viéndose nuestro capitán Hernando Cortés en tanto aprieto y peligro de perderse él y su gente, y el notable desmayo de los nuestros, determinó con ánimo invencible que dios le dio de entrar rompiendo como entró por medio de un escuadrón, con una lanza en la mano, alanceando e hiriendo a una parte y a otra a sus enemigos, matando y atrepellando cuantos por delante hallaba, poniendo increíble espanto a sus contrarios: de tal manera se dio tan buena maña, ayudado de dios nuestro señor y su santísima madre, que llegó a alancear al general de todo el campo, que rompiendo por todos los escuadrones como está referido, lo atropello con el caballo dándole de lanzadas le mató y le quitó la divisa que traía, la cual los naturales llamaban tlahuizmatlaxopilh, que era de oro y de muy rica plumería; la cual presea mandó guardar y tener, por una de las más estimadas empresas que había ganado, la cual dio después y presentó a Maxixcatzin su amigo, señor de Tlaxcalla de la cabecera de Ocotelulco, porque como cosa que él había ganado por su lanza, le servía con ella.

Y ansí como este capitán faltó, llamado Matlaxopilli, por la divisa que traía, que su propio nombre era Cihuacatzin, capitán de Teotihuacan, de un barrio que estaba por bajo de Teacalco junto a Aztaquemecan, ansímismo alanceó Hernando Cortés en esta batalla aquel día a otro señor llamado Tochtlahuatzal aunque no murió y vivió mucho tiempo. En estos reencuentros fue donde se halló aquella señora llamada María de Estrada donde peleó a lanza y a caballo como si fuera uno de los más valerosos hombres del mundo como atrás queda referido. Quieren decir los otompanecas y dar por descargo, que esta gente de guerra que allí salió al encuentro a los españoles, que no fue de intento pensado, ni de refresco a matar a los nuestros, sino que acaso se celebraban unas fiestas anuales que tenían de costumbre los indios, y que estando en ellas con gran número de gentes haciendo reseña de guerra y alarde, que acaso se hallaron en esta ocasión e que salieron al paso por ver si podían acabar a los españoles que venían desbaratados y heridos de México, y ansí lo pusieron por obra, sin ser para ello avisados de los mexicanos, lo cual tengo por falso descargo.

Finalmente, que se desbartó el campo y desmayaron sus gentes, de suerte que en poco rato no quedó ninguno que les impidiese su camino. Quedando los nuestros por vencedores, prosiguieron su camino, aunque algunos capitanes de los vencidos, siempre salían a estorbar el pasaje continuando su pelea con rabia cruel de tan gran pérdida de sus gentes, aunque no con tanta priesa que fuese parte para que pudiese impedirles el camino que llevaban.

Para citar:
Muñoz Camargo, Diego , Historia de Tlaxcala, Tlaxcala, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2013 [1998], pp. -
Persona(s):
  • Hernando Cortés