Holobiontes, etnografías ‘mas allá de lo humano’, y la conquista de México-Tenochtitlán

Las aproximaciones investigativas a la convivencia de animales, plantas y otros tipos de organismos vivos con los grupos humanos que poblaron el área cultural mesoamericana no son novedosas. Si nos remontamos al discurso arqueológico fundacional presentado por Paul Kirchhoff en la década de 1940, en el que establecía a ‘Mesoamérica’ como ‘superárea de cultivadores superiores’, recordaremos que este especialista alemán ya asumía que los procesos de domesticación –especialmente de algunas especies vegetales– estaban intrínsecamente relacionados con la elaboración de sus caracteres culturales identificadores (a su vez determinados en función de las usanzas teórico-metodológicas de la época), así como de aquellos rasgos que permitirían diferenciarla de otras regiones culturales indígenas en el continente americano.

En los días, semanas y meses a partir de 1519 durante los que se desenvolvió la llegada y establecimiento en territorio mesoamericano de algunos pequeños contingentes humanos provenientes de la Península Ibérica, podríamos imaginar que la parcial muestra de las antiguas relaciones ecológico-sociales eurasiáticas que aquellos (literalmente) traían consigo entraron en interacción con una también milenaria configuración local de múltiples actores y procesos de agencia natural y social. Este segundo conglomerado habría incluido, por supuesto, no sólo la considerable diversidad humana que reconocen las diferentes especialidades antropológicas aparte de la arqueología, al servicio de los estudios mesoamericanos, sino también las especies propias de las ciencias biológicas. No sólo las célebres plantas domesticadas, como el maíz, el frijol y el tomate, o animales como el perro y el guajolote, sino cada una de estas otras formas de vida mesoamericanas, clasificadas hoy por la (arqueo)taxonomía y comprendidas desde la (paleo)ecología, habrían participado en las múltiples interacciones ecosistémicas distribuidas en los ambientes y paisajes de la región, concurrentemente a los humanos de uno y otro lado del océano Atlántico que recién se reunían. En cuanto a los acontecimientos que tuvieron lugar en 1521, una expresión indudablemente central de esta última configuración de relaciones entre especies y resultados materiales de su interacción, ‘más allá de lo humano’, es el emplazamiento urbano de Tenochtitlán, en sí mismo. Si aplicamos (de modo ligero) las ideas de Bruno Latour sobre las ‘redes de actantes’ a las decenas de reproducciones pictóricas del aspecto que habría tenido aquella ‘ciudad sobre el lago’ que tanta admiración y extrañeza causó a la crónica europea, no resulta tan difícil visualizar este ‘teatro multiespecies’: un entramado de formas vitales, en el escenario de los innumerables nichos construidos para la habitación, individual y colectiva, lacustre y terrestre. Esta imagen, sin duda, contrasta con el recuento historiográfico convencional, donde las únicas agencias que aparecen en el primer plano son aquellas clásicamente atribuidas a ‘indígenas’ y ‘españoles’.

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La noción de ‘entramados más-que-humanos’ es uno de los conceptos centrales de una tendencia teórica en la antropología contemporánea denominada ‘etnografía multiespecies’. Esta frase fue empleada en 2010 por los antropólogos norteamericanos Eben Kirksey y Stefan Helmreich en un trabajo que aborda ampliamente las razones principales que explican su surgimiento. A veces, la fórmula ‘antropología multiespecies’ ha sido empleada por otros autores, tal vez con la intención explícita de vincularla con esfuerzos aún más amplios de investigación interdisciplinaria que se nutren de varias ramas de las ciencias sociales y las humanidades, siempre con una preocupación por el medio ambiente. Como lo comenté brevemente en 2019, en una pieza previa para Noticonquista (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/879/859), algunas de estas propuestas suelen englobarse dentro de lo que se conoce como ‘humanidades ambientales’. Para mis propósitos aquí, es de interés obvio resaltar ahí los ejercicios de investigación antropológica e histórica que llevan el adjetivo ‘ambiental’ en su nombre. Todos estos esfuerzos comparten la recomendación de reubicar la agencia humana en el contexto de los mundos ecológicos dentro de las cuales aquella surge –no sólo en la macroescala de los biomas, sino incluso al interior de los cuerpos humanos individuales y en las entidades colectivas que se producen a partir sus agregaciones.

En tanto parte de este movimiento académico contemporáneo, que trasciende fronteras otrora rígidas entre los departamentos académicos humanísticos y aquellos supuestamente ‘científicos en el sentido estricto’, el potencial de la etnografía multiespecies se puede apreciar a través de la exploración de trabajos y autoras específicas. Varios colegas en Noticonquista hemos aludido ya a la socióloga de la ciencia y la tecnología Donna Haraway y su concepto de ‘especies acompañantes’; los proponentes de la etnografía multiespecies han reconocido sin excepción la importancia de sus contribuciones. En el caso del trabajo de colegas cercanas a Haraway, como la antropóloga Anna Tsing, las propuestas interdisciplinarias involucradas ilustran aún con mayor claridad porqué tiene sentido repensar desde ahí algunos aspectos de interés central para la historiografía de la conquista de México.

En su análisis de 2015, Anna Tsing abordó las relaciones entre los cultivadores del hongo matsutake y las comunidades multisituadas de usuarios y beneficiarios asociados, así como otras especies vegetales (de pinos, especialmente) cuya participación es crucial, si bien de manera no intencional, tanto para la proliferación de aquella frágil forma de vida fúngica como también para la reproducción del ‘entramado más-que-humano’ en el que adquiere valor de mercado y sentido cultural. Desde aquel estudio, Tsing ha ensayado cruces interdisciplinarios que resultan de gran utilidad para comprender uno de los aspectos de la escala humana, individual y colectiva, que decenas de historiadores reconocen como esencial para comprender las condiciones del éxito militar del contingente cortesiano y sus aliados mesoamericanos de ascendencias distintas a la mexica: las epidemias, en particular la de viruela, que tuvieron lugar desde 1520 en Tenochtitlán como foco del contagio, y que Sandra Guevara ya ha revisado con detalle en números anteriores (https://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/1951/1947). Uno de estos cruces implica la introducción de la noción de holobionte, es decir, ‘el conjunto formado por el organismo multicelular –planta, animal, u hongo– y todos sus simbiontes microscópicos’, como lo define el biólogo evolucionista del desarrollo Scott Gilbert. (Los microbiomas, otra idea de origen ecológico-evolutivo, de actual aceptación biomédica internacional, corresponderían al segundo componente de la definición de holobionte.)

¿Por qué una noción proveniente de estas relativamente nuevas investigaciones biológicas sería de utilidad, no sólo para un proyecto antropológico como el de Anna Tsing, sino para sus implicaciones en el análisis histórico de las agencias no-humanas, en contextos como el de la conquista de México? En Feral Atlas, el recurso interdisciplinario de internet que Tsing y un numeroso grupo de colegas elaboraron en meses pasados (ya en el periodo de la pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2), la noción de ‘entramados multiespecies’ es usada para entender mejor ‘el Antropoceno más-que-humano’. Para este grupo de autoras, esta acepción interdisciplinaria del Antropoceno no es más que ‘el conjunto de consecuencias de los proyectos imperiales, coloniales de construcción de infraestructuras’ que han venido explotando estos mundos multisituados de relaciones ecológicas heterogéneas, y que precisamente han transformado –para elaborar sobre la noción que Tsing ya había adoptado desde su trabajo sobre matsutake– la configuración de las diferentes ‘sociedades de holobiontes’, conforme éstas se han ido haciendo más complicadas en espacio(s), tiempo(s) y escala(s). Si regresamos entonces a la imagen de Tenochtitlán como un ‘escenario multiespecies’, donde plantas y animales acompañantes jugaban un papel fundamental en el sustento de la infraestructura construida y habitada, justo antes de 1519, podemos ver que el concepto biológico de holobionte permite enriquecer la perspectiva tradicional sobre la domesticación mesoamericana: tanto humanos como no-humanos se transforman en las entidades que hoy son, mediante esta condición relacional intrínseca de sus cuerpos animales y vegetales. Asimismo, la noción de holobionte también abre nuevas posibilidades interpretativas de los fenómenos del contagio, que cada vez se conocen mejor empíricamente desde la aún muy necesaria óptica convencional de la paleoepidemiología: los contingentes de holobiontes ibéricos (humanos y no-humanos, hay que hacer notar) ya estaban ‘ajustados’, de modo que los organismos microscópicos potencialmente infecciosos sólo pudieron resultar dañinos para los agentes que no los contenían ya, como parte de su propia ‘identidad corporal multiespecies’.

Como bien ha apuntado Alejandro Fujigaki en sus intervenciones previas sobre el Antropoceno y las pandemias (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2429/2423), la añeja discusión sobre ‘la dicotomía naturaleza-cultura’ no ha terminado; en realidad, se percibe como una arena de posible revisión conceptual, desde estas contribuciones interdisciplinarias. Asimismo, las consecuencias de estas renovaciones sobre los debates actuales alrededor del papel que las ´teorías nativas’ pueden jugar en nuestra confrontación de las epidemias contemporáneas permanecen como una pregunta abierta. Pero es igualmente pertinente recordar que Tsing y sus colegas no han estado aisladas en su afán de incorporar discursos de distintas ciencias en la comprensión de ‘antropocenos más-que-humanos’, con resultados de evidente relevancia para la Historia en tanto disciplina académica. Con base en puntos de vista pioneros de historiadores como Dipesh Chakrabarty, historiadoras más jóvenes como Julia Adeney Thomas llevan años promoviendo analizar cómo confluye la biología con un conjunto diverso de problemáticas historiográficas. Thomas no supone que el conocimiento histórico tradicional deba sustituirse por el biológico; extendiendo su argumento en el mismo sentido, no se sugiere un abandono de las grandes narrativas historiográficas sobre la conquista de México de los autores consagrados. Sin embargo, como también lo indica esta historiadora, establecer un vínculo de ‘amistad crítica’ (que no necesariamente está exento de problemas) entre la historia y la(s) biologías(s) que ahora están a nuestro alcance, puede contribuir productivamente a ‘desfamilarizar lo humano’, y por tanto a la implícitamente política aspiración de descentramiento del anthropos que caracteriza a la etnografía multiespecies.

 

Para saber más

  • Gilbert, Scott. 2020. Holobionts can evolve by changing their symbionts and hosts. En Tsing, Anna Lowenhaupt, Jennifer Deger, Alder Saxena Keleman y Feifei Zhou (eds.). Feral Atlas: The More-Than-Human Anthropocene. Stanford University Press. https://feralatlas.supdigital.org/poster/holobionts-can-evolve-by-changing-their-symbionts-and-hosts
  • Kirksey, Eben y Stefan Helmreich. 2010. The emergence of multispecies ethnography. Cultural Anthropology25: 545-576.
  • Thomas, Julia Adeney. 2014. History and biology in the Anthropocene: problems of scale, problems of value. American Historical Review 119: 1587-1607.
  • Tsing, Anna Lowenhaupt. 2015. The Mushroom at the End of the World. On the Possibility of Life in Capitalist Ruins. Princeton University Press.
  • Tsing, Anna Lowenhaupt, Jennifer Deger, Alder Saxena Keleman y Feifei Zhou (eds.). 2020. Feral Atlas: The More-Than-Human Anthropocene. Stanford University Press. http://feralatlas.org/

 

Para citar: Francisco Vergara Silva, Holobiontes, etnografías ‘mas allá de lo humano’, y la conquista de México-Tenochtitlán, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2683/2682. Visto el 27/04/2024