Los caballos de la expedición española descritos con detalle por Bernal Díaz

Texto publicado:

El capitán Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en San Juan de Ulúa.

Pedro de Alvarado y Hernando López de Avila, una yegua castaña muy buena, de juego y de carrera; y de que llegamos a la Nueva España el Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua, o se la tomó por fuerza. 

Alonso Hernández Puertocarrero, una yegua rucia de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro. 

Juan Velazquez de León, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos "la rabona", muy revuelta y de buena carrera. 

Cristóbal de Olid, un caballo castaño oscuro, harto bueno. 

Francisco de Montejo y Alonso de Avila, un caballo alazán tostado: no fue para cosa de guerra. 

Francisco de Moría, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto. 

Juan de Escalante, un caballo castaño claro, tresalvo: no fue bueno. 

Diego de Ordaz, una yegua rucia, machorra, pasadera aunque corría poco. 

Gonzalo Domínguez, muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro muy bueno y grande corredor. 

Pedro González de Trujillo, un buen caballo castaño, perfecto castaño, que corría muy bien. 

Moron, vecino del Bayamo, un caballo overo, labrado de las manos, y era bien revuelto. 

Baena, vecino de la Trinidad, un caballo overo algo sobre morcillo: no salió bueno. 

Lares, él muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño algo claro y buen corredor. 

Ortiz el músico, y un Bartolomé García, que solía tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decían “el arriero”: este fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada. 

Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navio. Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en toda la armada, porque trajo un navio suyo, y la yegua y un negro, e cazabe e tocinos; porque en aquella sazón no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro, y a esta causa no pasaron más caballos, porque no los había. Y dejarlos he aquí, y diré lo que allá nos avino, ya que estábamos a punto para nos embarcar. 

Texto original con ortografía de la época:

El capitán Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en San Juan de Ulúa.

Pedro de Alvarado y Hernando López de Avila, una yegua castaña muy buena, de juego y de carrera; y de que llegamos a la Nueva España el Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua, o se la tomó por fuerza. 

Alonso Hernández Puertocarrero, una yegua rucia de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro. 

Juan Velazquez de León, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos "la rabona", muy revuelta y de buena carrera. 

Cristóbal de Olid, un caballo castaño oscuro, harto bueno. 

Francisco de Montejo y Alonso de Avila, un caballo alazán tostado: no fue para cosa de guerra. 

Francisco de Moría, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto. 

Juan de Escalante, un caballo castaño claro, tresalvo: no fue bueno. 

Diego de Ordaz, una yegua rucia, machorra, pasadera aunque corría poco. 

Gonzalo Domínguez, muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro muy bueno y grande corredor. 

Pedro González de Trujillo, un buen caballo castaño, perfecto castaño, que corría muy bien. 

Moron, vecino del Bayamo, un caballo overo, labrado de las manos, y era bien revuelto. 

Baena, vecino de la Trinidad, un caballo overo algo sobre morcillo: no salió bueno. 

Lares, él muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño algo claro y buen corredor. 

Ortiz el músico, y un Bartolomé García, que solía tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decían “el arriero”: este fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada. 

Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navio. Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en toda la armada, porque trajo un navio suyo, y la yegua y un negro, e cazabe e tocinos; porque en aquella sazón no se podía hallar caballos ni negros si no era a peso de oro, y a esta causa no pasaron más caballos, porque no los había. Y dejarlos he aquí, y diré lo que allá nos avino, ya que estábamos a punto para nos embarcar. 

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 57-58
Lugar(es):
  • Cuba
Persona(s):
  • Bernal Díaz del Castillo