El aprisionamiento de Moctezuma

Texto original con ortografía de la época:

Eligióse finalmente la hora en que solían hacer su visita los españoles, porque no se extrañase la novedad. Ordenó Cortés que se tomasen las armas en su cuartel; que se pusiesen las sillas a los caballos, y estuviesen todos alerta sin hacer ruido, ni moverse hasta nueva orden. Ocupó con algunas cuadrillas a la deshilada las bocas de las calles, y partió al palacio con los capitanes Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Juan Velázquez de León, Francisco de Lugo y Alonso Dávila, y mandó que le siguiesen disimuladamente hasta treinta españoles de su satisfacción.

No hizo novedad el verlos con todas sus armas, porque las traían ordinariamente introducidas ya como traje militar. Salió Motezuma, según su costumbre, a recibir la visita, ocuparon todos sus asientos, retirándose a otra pieza sus criados, como ya lo estilaban, de su orden, y poniendo a doña Marina y Jerónimo de Aguilar en el lugar que solía, empezó Hernán Cortés a dar su queja, dejando al enojo todo el semblante. Refirió primero el hecho de su general, y ponderó después «el atrevimiento de haber

formado ejército y acometido a sus compañeros, rompiendo la paz y la salvaguardia real en que vivían asegurados: acriminó como delito de que se debían dar satisfacción a Dios y al mundo, el haber muerto los mejicanos a un español que hicieron prisionero, vengando en él a sangre fría la propia ignominia con que vol- vieron vencidos; y últimamente se detuvo en afear, como punto de mayor consideración, la disculpa de que se valían Qualpopoca y sus capitanes dando a entender que se hacía de su orden aquella guerra tan fuera de razón: y añadió que le debía su majestad el ño haberlo creído, por ser acción indigna de su grandeza el estarlos favoreciendo en una parte para destruirlos en otra».

Perdió Motezuma el color al oír este cargo suyo y con señales de ánimo convencido interrumpió a Cortés para negar como pudo, el haber dado semejante orden; pero él socorrió su turbación volviéndole a decir: «que así lo tenía por indubitable; pero que sus soldados no se darían por satisfechos, ni sus mismos vasallos dejarían de creer lo que afirmaba su general, si no le viese hacer alguna demostración extraordinaria que borrase totalmente la impresión de semejante calumnia; y así venía resuelto a suplicarle que sin hacer ruido, y como que nacía de su propia elección, se fuese luego al alojamiento de los españoles, determinándose a no salir de él hasta que constase a todos que no había cooperado en aquella maldad: a cuyo efecto le ponía en conside- ración que con esta generosa confianza, digna de ánimo real, no

sólo se quietaría el enojo de su principe y el recelo de sus compañeros; pero él volvería por su mismo decoro y pundonor, ofendi- do entonces de mayor indecencia; y que le daba su palabra como caballero y como ministro del mayor rey de la tierra, de que sería tratado entre los españoles con todo el acatamiento debido a su persona: porque sólo deseaban asegurarse de su voluntad [217] para servirle y obedecerle con mayor reverencia». Calló Cortés, y calló también Motezuma como extrañando el atrevimiento de la proposición; pero él, deseando reducirle con suavidad antes que se determinase a contrario dictamen, prosiguió diciendo: «que aquel alojamiento que les había señalado era otro palacio suyo donde solía residir algunas veces; y que no se podría extrañar entre sus vasallos que se mudase a él para deshacerse de una culpa que puesta en su cabeza sería pleito de rey a rey; y quedando en la de su general, se podría enmendar con el castigo sin pasar a los inconvenientes y violencias con que suele decidirse la justicia de los reyes».

No pudo sufrir Motezuma que se alargasen más los motivos de una persuasión impracticable a su parecer; y dándose por entendido de lo que llevaba dentro de sí aquella demanda, respon- dió con alguna impaciencia: «que los príncipes como él no se daban a prisión ni sus vasallos lo permitirían, cuando él se olvidase de su dignidad o se dejase humillar a semejante bajeza». Replicóle Cortés: «que como él fuese voluntariamente sin dar lugar a que le perdiesen el respeto, importaría poco la resistencia de sus vasallos, contra los cuales podría usar de sus fuerzas sin queja de su atención». Duró largo rato la porfía, resistiendo siempre Motezuma el dejar su palacio; y procurando Hernán Cortés reducirle y asegurarle sin llegar a lo estrecho, salió a diferentes partidos, cuidadoso ya del aprieto en que se hallaba: ofreció enviar luego por Qualpopoca y por los demás cabos de su ejército, y entregárselos a Cortés para que los castigase: daba en rehenes dos hijos suyos para que los tuviese presos en su cuartel hasta que cumpliese su palabra; y repetía con alguna pusilanimi- dad, que no era hombre que se podía esconder, ni se había de huir a los montes. A nada salía Cortés ni él se daba por vencido; pero los capitanes que se hallaban presentes, viendo lo que se aventuraba en la dilación, empezaron a desabrirse deseando que se remitiese a las manos aquella disputa; y Juan Velázquez de León dijo en voz alta: «dejémonos de palabras y tratemos de prenderle o matarle». Reparó en ello Motezuma, preguntando a doña Marina qué decía tan descompuesto aquel español. Y ella con este motivo y con aquella discreción natural que le daba hechas las razones y hallada la oportunidad le dijo, como quien se recataba de ser entendida: «mucho aventuráis, señor, si no cedéis a las instancias de esta gente: ya conocéis su resolución y la fuerza superior que los asiste. Yo soy una vasalla vuestra que desea naturalmente vuestra felicidad; y soy una confidente suya que sabe todo el secreto de su intención. Si vais con ellos seréis tratado con el respeto que se debe a vuestra persona; y si hacéis mayor resistencia peligra vuestra vida».

Esta breve oración, dicha con buen modo y en buena ocasión, le acabó de reducir; y sin dar lugar a nuevas réplicas, se levantó de la silla diciendo a los españoles: «yo me fío de vosotros, vamos a vuestro alojamiento, que así lo quieren los dioses, pues vosotros lo conseguís y yo lo determino».

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 216-217
Lugar(es):
  • México-Tenochtitlan
Persona(s):
  • Moctezuma Xocoyotzin
  • Hernando Cortés
  • Marina
  • Chimalpopoca
  • Juan Velázquez de León
  • Pedro de Alvarado
  • Alonso de Avila
  • Gonzalo de Sandoval
  • Francisco de Lugo