La huída de Mexico en la Noche Triste
Cortés,viendo el negocio perdido, habló a los españoles para irse, y todos ellos se alegraron mucho de oírlo, pues no había casi ninguno que no estuviese herido.Tenían miedo de morir, aunque ánimo [247] para morir; porque eran tantos indios, que aunque no hicieran sino degollados como a carneros, no bastaban. No tenían tanto pan como para atreverse a hartarse; no tenían pólvora, ni Pelotas, ni almacén ninguno; estaba medio destruida la casa, que no pocos se ocupaban en guardarla. Todas estas causas eran suficientes para desamparar a México y amparar sus vidas; aunque, por otra parte, les parecía mal caso volver la cara al enemigo.[…] acordaron de irse aquella noche; y para pasar los ojos de la calzada hicieron un puente de madera, para ponerle y quitarle.[…] Llamó Cortés a Juan de Guzmán, su camarero, para que abriese una sala donde tenía el oro, plata, joyas, piedras, plumas y mantas ricas, para que delante de los alcaldes y regidores tomasen el quinto del rey sus tesoreros y oficiales, y les dio una yegua suya y hombres que lo llevasen y guardasen; dijo aíi mismo que cada uno cogiese lo que quisiese o pudiese del tesoro, que él se lo dába. […]
[248] Encargó Cortés a algunos españoles que llevasen a recaudo a un hijo y dos hijas de Moctezuma, a Cacama, y a otro hermano suyo y otros muchos grandes señores que tenían presos. Mandó a otros cuarenta que llevasen el pontón y a los indios amigos la artillería y un poco de centli que había; puso delante a Gonzalo de Sandoval y a Antonio de Quiñones; dio la retaguardia a Pedro de Albarado, y él acudía a todas partes con cien españoles. Y así, en este orden, salieron de casa a medianoche en punto, y con gran niebla y muy callandito para no ser sentidos, y encomendándose a Dios para que los sacase con vida de aquel peligro y de la ciudad. Echó Cortés por la calzada de Tlacopan, por la que habían entrado, y todos le siguieron; pasaron el primer ojo con el puente artificial que llevaban. Los centinelas de los enemigos y los guardas del templo y ciudad sonaron entonces sus caracolas y dieron voces que se iban los cristianos: y en un salto, como no tienen armas ni vestidos que echar encima y los impidan, salió toda la gente tras ellos con los mayores gritos del mundo, […] Y así, cuando Cortés llegó a echar el pontón sobre el segundo ojo de la calzada, llegaron muchos indios que se lo impedían peleando; pero, al fin, hizo tanto que lo echó y pasó con cinco de a caballo y cien peones españoles, y con ellos aguijó hasta la tierra, pasando a nado los canales y quebradas de la calzada, pues su puente de madera ya estaba perdido. Dejó los peones en tierra con Juan Jaramillo, y volvió con los cinco de a caballo a por los demás y a meterles prisa para que camin(lsen: pero cuando llegó a ellos, aunque algunos peleaban intensamente, halló muchos muertos. Perdió el oro, el fardaje, los tiros y los prisioneros; y en fin, no halló hombre con hombre ni cosa con cosa de como lo dejó y sacó del real. Recogió a los que pudo, los echó delante, siguió tras ellos y dejó a Pedro de Albarado para animar y recoger a los que quedaban; mas Albarado. no pudiendo resistir ni sufrir la carga que los enemigos daban, y mirando la mortandad de sus compañeros, vio que no podía él escapar si atendía, y siguió tras Cortés con la lanza en la mano, pasando sobre españoles muertos y caídos, y oyendo muchas lástimas. Llegó al último puente y saltó al otro lado sobre la lanza. De este salto quedaron los indios espantados, y hasta los españoles, pues era grandísimo, y otros no pudieron hacerlo, aunque lo probaron, y se ahogaron.
[249] Cortés, entonces, se paró, y hasta se sentó, y no a descansar, sino a hacer duelo sobre los muertos y los que quedaban vivos, y pensar y decir el golpe que la fortuna le daba con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande ciudad y reino; y no solamente lloraba la desventura presente, sino que temía la venidera, por estar todos heridos, por no saber adónde ir, y por no tener segura la guarida y amistad en Tiaxcallan; […] Empero, para que no acabasen de perecer allí los que quedaban, caminando y peleando llegó a Tlacopan, que está en la tierra, fuera ya de la calzada.
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