La derrota de la Noche Triste y la salida de los españoles de la ciudad de México

Texto original con ortografía de la época:

[…] venida ya la noche, el capitán Hernando Cortés con los demás capitanes dieron orden cómo todos saliesen con gran silencio; mas empero, todo esto no bastaba ni era posible salir, porque la claridad de la luna y braseros de lumbre que había en las calles y azoteas lo estorbaba, y así no se podía hacer sin ser sentidos. Había muchos enfermos cristianos heridos; diose remedio como en algunos caballos saliesen dos o tres de ellos, así que apenas hubo caballos para todos. Estando en esto, ya que anochecía, se levantaron unos remolinos y torbellinos, de manera que a las nueve o diez de la noche comenzó de lloviznar y tronar y gra- [91] nizar tan reciamente que parecía romperse los cielos; cosa cierta, que más parecía milagro que Dios quiso hacer por nosotros para salvarnos que cosa natural, porque era imposible que todos no quedáramos aquella noche  allí muertos. Llevábamos la ya dicha puente levadiza para pasar, la cual como cargaron sobre ella se quebró e hizo pedazos, por manera que cinco o seis calzadas y acequias que había de agua, bien de dos estados en ancho poco más o menos, hondas y llenas de agua, no había cómo pasarse, salvo que proveyó nuestro Señor el fardaje que llevábamos de indios e indias cargados. Aquéllos metiéndose en la primera acequia, se ahogaron, y el hato y ellos hacían puente por donde pasábamos los de a caballo; de manera que echábamos delante el fardaje, y por los que allí se ahogaban, salíamos de la otra parte; y esto se hizo en las demás acequias, donde arevuelta de los indios e indias ahogados quedaban algunos españoles. Y ya que habíamos pasado las acequias y salido con gran silencio, al cabo de la calzada estaba un indio en vela, el cual se dejó caer en el acequia, y subióse en una azotea que estaba junto al agua y comenzó a dar grandes voces y a decir: ¡Oh, valientes hombres de México!, ¿qué hacéis que los que teníamos encerrados para matar, ya se van? Y esto decía muy muchas veces. Aquel torbellino y granizo que tengo dicho fue causa que las velas y gente de los dichos indios se metiesen en las casas a dormir y a valerse del agua; más empero los españoles, por salvar las vidas, sufríamos todo trabajo, y así como aquella vela dio aquellas voces salieron todos con sus armas a defendernos la salida y tomarnos el paso, siguiéndonos con mucha furia tirándonos flechas, varas y piedras, hiriéndonos con sus espadas. Aquí quedaron muchos españoles tendidos, de ellos muertos y de ellos heridos, y otros de miedo y espanto, sin herida alguna, desmayados; y como todos íbamos huyendo no había hombre que ayudase y diese la mano a su compañero, ni aun a su propio padre ni a su hermano propio hermano. Sucedió que ciertos caballeros e hidalgos españoles, que serian hasta cuarenta, y todos los más de caballo y valientes hombres, traían consigo mucho fardaje, y el mayordomo del capitán traían mucha cantidad, el cual también venía con ellos; y como venían despacio, la gente mexicana, que eran los más valientes, les atajaron el camino y les hicieron volver a los patios, en donde se combatieron tres días con sus noches con ellos, porque subidos a las torres se defendían de ellos valientemente; mas empero la hambre y la muchedumbre de gente que allí acudió fue ocasión que todos fuesen hechos pedazos; de manera que así como íbamos huyendo, era lástima de [92] ver los muertos de los españoles y de cómo los indios nos tomaban en brazos y nos llevaban a, hacer pedazos, podrían ser los que nos seguían hasta cinco o seis mil hombres, porque la demás muchedumbre de gente de guerra había quedado embazada y ocupada en robar el fardaje que quedaba en el agua anegado, y así unos a otros los mismos indios se cortaban las manos por llevar cada uno más del despojo; por manera que milagrosamente nuestro Dios proveyó que el fardaje que llevábamos y los que lo llevaban a cuestas y los cuarenta hombres que quedaron atrás para que todos no fuésemos muertos y despedazados. Tardamos en llegar a la torre de la victoria, que habrá hasta allí media legua, digo legua y media desde donde partimos hasta allá, lo cual anduvimos desde media noche que salimos hasta otro día, ya noche, que allá llegamos, en donde otro día por la mañana, hecho alarde de los que quedaban, hallamos que quedaban muertos más de la mitad de los del ejército, y así comenzamos a caminar, con gran dolor y trabajo y muertos de hambre, la vía de Tlaxcala.

Para citar:
de Aguilar , Fray Francisco , Relación breve de la conquista de la nueva España, México, UNAM- Instituto de Investigaciones Históricas , 1977 [1892], pp. 90-92
Lugar(es):
  • México-Tenochtitlan
Persona(s):
  • Hernando Cortés
Actor(es):
  • Soldados
  • indios tenochcas