Santitos

Hoy en día en muchos pueblos indígenas de Mexico los santitos participan de la vida de las familias desde el rincón de la sala, sobre una mesa, o colgando de una pared. Imágenes de la Virgen, Jesús, San Judas y muchos más son veneradas con ofrendas de flores y copal, o interrogadas cuando hay decisiones para tomar o problemas que enfrentar. Pero eso no fue siempre así, o por lo menos es el resultado de un proceso histórico de siglos.

Estas imágenes cruzaron el océano con los españoles en el siglo XVI y llegaron primero a las iglesias y capillas de las ciudades y pueblos convertidos para los frailes a la fe católica. En días de fiesta se celebraban y hasta se sacaban en procesión, llamando a los fieles a participar y demostrar su apego en la calle y en los santuarios. Lo que los indígenas hacían al reparo de sus hogares era algo distinto. Los muchos testamentos dejados por mujeres y hombres indígenas de toda clase social en el transcurso de la época colonial, sobre todo en náhuatl, nos permiten acercarnos a lo que conservaban en sus hogares y al papel que los santitos tenían en ellos.

Primero que todo, las imágenes no entraron en las familias indígenas con la misma rapidez con la cual ocuparon su lugar en iglesias y procesiones. Por todo el siglo XVI fueron muy pocos los indígenas que mencionaron tener santos en sus casas, más allá de unos crucifijos. En las últimas décadas del siglo XVII, los santitos empiezan a aparecer más, mientras que en el siglo XVIII hay una verdadera multiplicación de santos por número y variedad. De los crucifijos, se pasa a varias representaciones de Jesús, como Santo Cristo, Jesús Nazareno, Jesús Niño, Ecce Homo. Pero la protagonista es sin duda la Virgen, en distintas advocaciones: de la Concepción, de los Dolores, de Guadalupe, de la Asunción, entre otras. Se encuentran también varios santos y santas, como San Antonio, San Juan, San Miguel, San Diego, Santa María Magdalena, Santa Ana, Santa Gertrudis, dependiendo de los cultos y costumbres locales.

Además, a pesar de la insistencia del clero en la importancia de los santos patronos de cada pueblo o de alguna imagen específica de la Virgen, no fueron necesariamente estas las imágenes que los indígenas acogieron en sus casas. Don Juan de la Cruz, de San Pablo Tepemaxalco, cerca de Toluca, nos dejó un ejemplo contundente en su testamento de 1691. En el tiempo en que fue gobernador de su pueblo, él como su suegro Don Pedro de la Cruz quien lo precedió como gobernador, dedicó muchos esfuerzos y recursos al retablo de San Pedro y San Pablo en la iglesia principal. Pero al momento de dictar su testamento, el santo patrono de su pueblo, San Pablo, no aparece entre las once imágenes que tenía en la casa. Qué santos cruzaban la puerta del hogar y tomaban su puesto en el altar-mesa o en la pared, era al final decisión de cada uno de acuerdo con acontecimientos personales, preferencias, o también conexión entre los nombres de los hijos y unas imágenes.

Alabar a los santos del hogar era algo común tanto para los españoles como los indígenas, pero los últimos tenían una expresión particular en náhuatl (tequipanoa) que podemos traducir como servir. Pero esta no es la única expresión distintiva que los indígenas desarrollaron para hablar de santos. María Hernández, de San Miguel Aticpac, otro pueblo cerca de Toluca, utilizó otro término sumamente interesante en su testamento de 1737, donde dijo que sus santos eran chanecatzitzintin, o sea residentes en su casa, o podríamos decir hasta encargados o dueños de ella (el significado básico de chane es “dueño de una casa”). O sea, los indígenas concebían las imágenes como encargadas, hasta protectoras de su hogar y, sirviéndoles como se debía, se podía preservar la unidad y continuidad de la familia. Además, cuando los indígenas disponían de sus posesiones antes de dejar este mundo, acostumbraban distribuir sus santos entre sus hijos, así que cada uno de ellos se llevaba una parte del hogar originario cuando iban a establecer su propia casa.

El hecho de que los santos se consideraban como residentes está relacionado con otra práctica fascinante. Cuando un indígena repartía sus pertenencias entre los herederos, muchas imágenes tenían derecho a su parte, volviéndose dueñas de un pedazo de tierra o unos magueyes. Eso quiere decir que un heredero se quedaba encargado de cultivar la milpa o las plantas para vender la cosecha y proveer lo necesario para que la imagen fuera bien atendida.

En conclusión, podemos decir que los indígenas acogieron el culto de los santos a su manera, con sus tiempos, escogiendo las imágenes con lógicas distintas, tratándolos como residentes en sus hogares y herederos de sus posesiones. La devoción que vemos hoy en día entre los indígenas, tiene sus raíces en esta historia que no es solamente de conversión impuesta, sino también de elección y afirmación de la autonomía del individuo y su familia. A través de la época colonial, entonces, llegamos a una comprensión más profunda de prácticas religiosas contemporáneas cuales los altares en la casa, las ofrendas puestas enfrente de las imágenes en distintos momentos del año, el pedir un favor o un milagro como hablándole a un familiar, hasta enojarse o castigarlo — todo esto transforma en especial y única la relación que los mexicanos tienen con sus santitos.

 

 

Para saber más:

  • Antonio Rubial, “Icons of Devotion: The Appropriation and Use of Saints in New Spain,” en Martin A. Nesvig (ed.), Local Religion in Colonial Mexico, Albuquerque: University of New Mexico Press, 2006
  • Pierre Ragon, Les saints e les images du Mexique: XVIe-XVIIIe siècle, Paris: Harmattan, 2003
  • Caterina Pizzigoni, The Life Within: Local Indigenous Society in Mexico’s Toluca Valley, 1650-1800, Stanford: Stanford University Press, 2012
  • Frank Graziano, Miracolous Images and Votive Offerings in Mexico, Oxford: Oxford University Press, 2015
Para citar: Caterina Luigia Pizzigoni, Santitos, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2894/2877. Visto el 25/04/2024