Las vírgenes y sus Juanes-águilas: Remedios y Guadalupe en el nacimiento de la Nueva España

A la (eterna) memoria de Alfredo López Austin

 

El viernes 15 de octubre del año 2021, Alfredo López Austin ha dejado el mundo solar y ha emprendido el camino hacia Temoanchan, el lugar de quienes existen-de-otra-forma. De él siempre valoré su creativa, poderosa y sugerente forma de leer, entender, auscultar los relatos míticos que aparecen y desaparecen ante nuestros sentidos, inundando el ambiente de personajes cuyas andanzas nos hacen reír, pensar, llorar o sobresaltarnos. En Los mitos y sus tiempos. Creencias y narraciones de Mesoamérica y los Andes (2015), el maestro sostenía que:

“Los mitos se formaron -se forman- en la brega con las rutinas, los ritmos, los susidios (las inquietudes); se forman en los descansos con el sudor refrescante de la sombra,; se forman en los encuentros del gesto, con la charla, con la lección, con el cruce indiferente; se forman con todos los enunciados del dolor, y con los del dolor, la duda, el sueño y el ensueño; con saberes y misterios; con las pautas y sus violaciones. Se forman, en suma, en las repeticiones y repeticiones de los cotidiano; esas repeticiones que se integran con partículas novedosas, sorpresivas. Los verdaderos creadores de mitos nunca saben que siempre están haciéndolos.” (2015: 26-27).

Como un homenaje a su obra, en este breve texto me ocuparé de dos complejos de narraciones míticas cuyo origen importa menos que su transformación y vigencia: las que nos presentan la aparición en México de las vírgenes de Guadalupe y de los Remedios, las más tempranas advocaciones marianas que se conocieron en estas tierras. Estas imágenes se nutren de otras ya existentes, y de mitologías que les anteceden en el tiempo, pues en la cosmovisión mesoamericana prehispánica la presencia y papel de las deidades femeninas no es menor. De ahí que los nombres y efigies esculpidas en piedra de Coatlicue, Tlazoltéotl o Coyolxauhqui, junto a las imágenes efímeras de la diosa-abuela Toci, la joven milpera Xilonen, la mortal Mictecacíhuatl o la nocturna Metztli, proporcionaran un suelo fértil para la construcción sofisticada de la identidad de las nuevas vírgenes que de nuevas sólo tendrían el nombre: Remedios encierra el significado de milagro, solución, cura o medicina, mientras que Guadalupe procede del árabe وادي اللب Wad-al-lubb, “río oculto”, aunque también admite la traducción وَادِي ال‎ (wādī l-, “valle del lobo”). Las piedras de los antiguos adoratorios se convirtieron en iglesias y conventos, y las efigies antiguas se escondieron de la vista de los indios para hacerles olvidar sus “antiguallas e idolatrías del tiempo de la gentilidad”. Pero indios y españoles (y luego otras culturas que arribaron al Anáhuac) iniciaron, juntos y sin saberlo, un lento proceso de reelaboración mítica que se desborda desde el siglo XVI desde la piedad popular, la danza, los rituales y peregrinaciones, hacia el arte, las identidades reales o inventadas, las reivindicaciones étnicas, los movimientos políticos, los levantamientos armados, etc.

El cuerpo mítico que es pertinente a Remedios y Guadalupe va más allá de sus apariciones. El campo semántico de sus mitos respectivos se extiende a las circunstancias, lugares y testigos de su epifanía. Son importantes las ropas con las que aparecen en el mundo de los humanos, las estrellas y coronas, ángeles y lunas, así como las flores, árboles o magueyes que intervienen. Se vuelve central el paisaje sonoro que irradia el momento del milagro, y el cuerpo de las imágenes, ya sea en tela o madera, adquiere presencia y agencia por le hecho de aparecer, de nacer en el mundo solar.

En el siglo XVI, el prestigio de las Vírgenes radicaba en sus nombres. Si bien Remedios no fue tan conflictiva para las autoridades eclesiásticas y políticas hispanas, Guadalupe sembró y cosechó desde su llegada al Tepeyac en 1531 (¿1532?) tanta discordia como veneración. Los mismos franciscanos, primeros destinatarios del mensaje testigos de su aparición, en voz de Fray Bernardino de Sahagún combatieron no la devoción sino el engaño de la misma. Según el ilustre fraile:

y ahora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores, que a Nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin. De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debería remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Santa María no es Tonantzin, sino Dios Y nantzin. Parece ésta invención satánica, para paliar la idolatría bajo equivocación de este nombre Tonantzin. (Fray Bernardino de Sahagún, Códice Florentino (Historia General de las cosas de la Nueva España, 1979: 234).

El nombre (la tradición), y no el sitio (o la función) son el problema. Remedios había aparecido cerca de los cerros sagrados de Naucalpan y Huixquilucan (poniente del valle de México), donde desde tiempos inmemoriales se pedía (y aún hoy se pide) la lluvia, cosa que no se hace en el Tepeyac, cerro seco donde no se forman nubes. Remedios alude a la curación y al auxilio, mientras que Tonantzin, de entrada, por su nombre, deviene sospechosa. Pero no sólo ella, por cierto. En 1712, en Cancuc (Altos de Chiapas), la Virgen del Rosario ordenó a sus hijos indios tzotziles y tzeltales que, vestidos con las ropas de los santos de sus iglesias, se levantaran en armas contra los españoles pues ella determinaba que no habría ya más “ni dios ni rey”.

La virgen de Guadalupe ingresó muy pronto en los asuntos públicos del virreinato. Más de dos siglos y medio después de su aparición, en 1794, Fray Servando Teresa de Mier predicó en la misma basílica que la virgen de Guadalupe había quedado estampada no en el ayate de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás Apóstol, venerado en el México antiguo bajo el nombre de Quetzalcóatl. Este discurso no era nuevo y había sido más o menos intuido por los jesuitas criollos del siglo XVI como muestra del designio divino de Dios hacia la Nueva España como una nueva Jerusalén, una nueva tierra prometida. Non fecit talliter omni nationi (“con ninguna nación hizo algo parecido”): eso maravilloso había sido ordenar a un indio levantarle una casa en medio del cerro sagrado del Tepeyac. Pero la transformación simbólica no parecía tener fin, porque mientras que los seguidores del cura Hidalgo tomaron el estandarte guadalupano, los ejércitos realistas que los combatían enarbolaron la imagen de la “Generala” y “conquistadora” María de los Remedios. Se sabe de fusilamientos de imágenes de una y otra virgen cuando caían en manos del bando enemigo…Y un siglo después, las tropas de Emiliano Zapata entraban a la ciudad de México enarbolando estandartes de la guadalupana, y portando además estampas de la imagen en las altas copas de sus famosos sombreros, tal y como lo retrataron los hermanos Casasola.

Pero volvamos al siglo XVI. Llamo la atención del lector para atender una referencia que no proviene del arte plástico sino de una tradición literaria nada menor como es el Nican Mopohua (“Aquí se narra/aquí se cuenta”), una de las fuentes más antiguas sobre las apariciones guadalupanas. En sus páginas, al describir el ambiente y la apariencia de la virgen en la primera aparición de la virgen a Juan Diego aquel sábado 9 de diciembre de 1531, el autor nos trasmite esta inquietante escena:

Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.

Todo en esta escena se presenta perturbado: la virgen posee un vestido de sol brillante, el cerro y su espesura se encuentran trastocados por el resplandor dorado, o bien como reflejando turquesas o esmeraldas (piedras cuyos colores son atributos de Tláloc), que se imponen sobre la regular resequedad de los nopales y mezquites en medio de los cuales aparece de la nada, envuelta en cantos y fragancias, un cielo nuevo y una tierra nueva: primavera en pleno diciembre.

La idea de la tierra sin mal es sin duda una aportación del místico medieval franciscano Joaquín de Fiore, quien había pronosticado tres edades: la del padre, la del hijo y la de espíritu santo, cuando vendría un nuevo Juan quien sería testigo de la llegada a la tierra de una nueva virgen. Esta profecía nos lleva de la mano hasta la pintura conservada en el convento agustino de San Juan Bautista Coixtlahuaca y en donde se aprecia a Juan Diego como un nuevo Juan Evangelista, describiendo a la mujer del Apocalipsis que ahora se nos presenta justamente como la virgen de Guadalupe (Imagen 1). El fin e inicio del mundo nuevo ya no se describe desde la isla griega de Patmos, sino desde el islote de Tenochtitlán. Y San Juan evangelista y su símbolo (el águila pintada en el cuadro junto al papel, la pluma y la tinta), se convierten en Juan Diego, cuyo sobrenombre náhuatl es Cuauhtlatoatzin: “el que habla como águila”.

Pero otra águila india sobrevuela por el cielo, y la encontramos en la narración que da cuenta de la aparición de la Virgen de los Remedios y que se remonta a la noche del 30 de junio de 1520, al momento de la derrota del ejército de Hernán Cortés y sus aliados. La tradición oral sostiene que las tropas vencidas esa (mítica) noche se dispersaron desde Popotla y Tlacopan hasta alcanzar las estribaciones de la llamada Sierra de las Cruces y Montealto. Uno de los soldados españoles que sobrevivieron, Juan de Villafuerte, escondió una pequeña imagen de la virgen, de apenas 27 centímetros, en unos magueyales, donde según la leyenda fue encontrada veinte años después, en 1540, por un indio llamado Ce Cuautli (literalmente “Uno-águila”), rebautizado como Juan Tovar o Juan Águila, “el vidente”, quien habría de llevarla ante los franciscanos quienes le asignaron la advocación de Los Remedios (imagen 2). Una variante de la narración señala que Juan Águila enfermó de peste y pidió ayuda a la virgen, quien le reveló que su imagen estaba oculta en los alrededores del adoratorio conocido como Otomcapulco, que alude a la presencia de indígenas otomíes (probablemente aliados de los españoles) en el barrio de Totoltepec, del pueblo de San Bartolo Naucalpan, Estado de México.

Siguiendo la reflexión de López Austin, podemos apreciar que ambas apariciones cuentan con un “núcleo duro” mítico: las apariciones ocurren en el lugar privilegiado para este tipo de sucesos: el cerro, lugar de la Flor y el Canto (In Xóchitl in cuícatl). Pero no despeguemos la mirada de los dos Juanes-Águilas que son, a la manera otomí, auténticos chamanes o bädi: “los que saben y pueden ver”: ellos traducen en imágenes el milagro, entran a un mundo de colores y fragancias celestiales, atraen la salud y la quietud, pero no sin vivir en carne propia (como genuinos chamanes) la tribulación y la congoja, la humillación y el desamparo, el dolor y la enfermedad.

Mitos inquietos, Remedios y Guadalupe tuvieron trayectorias diferentes, pero ambas recibieron el fervor del pueblo y se dejaron celebrar en sus respectivas casas y fiestas con las danzas y plegarias en muchas de las lenguas mesoamericanas o africanas que sin pudor ni límite se hablaban y mixturaban en la muy noble y leal ciudad de México. Aún hoy, en el mes de agosto, los otomíes de Santa Cruz y San Francisco Ayotuxco (Huixquilucan) bajan hasta Los Remedios con los niños de las danzas de segadores y mazorcas, verdaderos ángeles-tlaloque, suplicantes por la lluvia que pinta de verde y azul sus inefables montañas. No sobra decir que estas danzas cuentan con personajes llamados Hernán Cortés y Malinche quienes, en la narrativa coreográfica, son los auténticos custodios de la imagen. (Imágenes 3 y 4).

Está perfectamente documentado que ambas vírgenes recibieron, desde el siglo XVI, herencias de indios y españoles cuyos bienes se ofrecían para levantar, remozar y dignificar las capillas lo mismo en el Tepeyac que en Totoltepec. Pero es necesario destacar que las dos vírgenes dialogan mediante sus cuerpos: Remedios fue resguardada por los magueyes, donde fue exhumada por Juan Águila, mientras que de otro maguey surgió el ixtle con que se trenzó el hilo que tejió, en el telar de cintura, el ayate de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Este diálogo de cuerpos se mantiene aún hoy en la Sierra de las Cruces y Montealto, donde estas deidades no manifiestan cansancio alguno en su tarea de “ser y hacer milagros”.

En el sitio conocido como “Nacelagua”, en la Cañada de Alférez (cerca de “La Marquesa”, un parque nacional de recreo cercano a la Ciudad de México”), existe una piedra sagrada en donde María Remedios imprimió sus diminutos pies. En torno a esa piedra nace un manantial de aguan bendita, conectado según los creyentes, con el manantial que nace al pie del Ahuehuete en el santuario de otro gran aparecido, el señor de Chalma. Pero si Remedios da la lluvia a los pueblos y horada las piedras con su andar, en el Llano de la Tablita en Temoaya, Estado de México, se venera un majestuoso oyamel donde, en 1956, la virgen de Guadalupe se encarnó:

En ese año la señora del cielo, la madrecita, se vivo a vivir desde su casa de la Villa [de Guadalupe]. Se cansó del humo, del ruido de los carros. Le dolía la cabeza, le dijo al pastor que la encontró en el árbol. Ahí está dibujada, en el tronco. Y dijo: -Quiero vivir aquí, con mis pajaritos, y que mis hijos me traigan mi regalo, mi ofrenda, mis violines, mi copal, aquí, en mi monte. Así dijo la mamacita del cielo y aquí anda descalza, se viste con su chincuete, con su faja y habla otomí, como nosotros. Al mediodía sale al manantial, como la sirena, y toca violín y baila. (Leocadia Ramírez, comunicación personal). (Imagen 5).

Los mitos son también territorios: se encarna en el paisaje y lo recrean con palabras e imágenes: más que sólo palabras son topomitografías. En estas no son casuales ni los espacios (Tepeyac, Totoltepec, La Tablita, Nacelgua), ni el nombre de Juan (el investigador Israel Lazcarro ha dedicado ya muchos años de investigación a Juan Bautista y a Juanita de los Lagos como referencias, en la Huasteca, al Señor del Trueno y de la Sirena), ni mucho menos las águilas que son nahuales, esculturas o imágenes que se manifiestan en la franja blanca de la bandera mexicana. Tampoco son fortuitas las flores o los magueyes, los olores y sonidos. Aún hoy en los pueblos del poniente del Estado de México, María Remedios es la dueña y patrona del pulque, mientras que a Guadalupe se le canta: “Del cielo bajó una guía/de la guía nació una flor/de la flor nación María/de María, el redentor”.

En la cima del cerro sagrado de La Campana, el más poderoso de los cerros sagrados de la sierra de las Cruces,, un chamán otomí (mēfi) me dijo lo siguiente: -usted no lo puede ver, porque no está marcado por el rayo. Pero donde usted admira sólo monte, yo puedo flores de mil colores, rosas de castilla, y escucho la música de violín y huelo a copal, ahí me encuentro caminando al Señor Divino Rostro y a su madre la Virgen”. ¿Al escucharlo, evoqué que el autor del Nica Mopohua hace a Juan Diego cuestionarse: “¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?". Sin salir de mi asombro por comprobar que los mitos son sombras que siguen nuestros pasos, mi sabio y anciano interlocutor cerró así nuestra plática:

¿Sí sabes que allá en México el milagro de las flores sólo les pasó una vez? Por eso se vino de allá la Guadalupana, porque ya no le creían. Por eso escogió a los indios de Temoaya porque nosotros si tenemos creencia. Aquí en La Tablita el milagro pasa todos los días. Por eso todos los indios somos Juan Diego.”

Para citar: Carlos Hernández Dávila, Las vírgenes y sus Juanes-águilas: Remedios y Guadalupe en el nacimiento de la Nueva España, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2891/2877. Visto el 24/04/2024