La visión de los (cineastas) vencidos

Probablemente las películas más interesantes sobre la Conquista de los territorios americanos sean aquellas que han retratado los hechos de manera tangencial, capturando la esencia de los grandes eventos a través sucesos y figuras de carácter un tanto secundario, de modo que no sólo resulten más viables en términos de producción sino que, al ser menos conocidos, también brinden una mayor libertad para el abordaje imaginativo. Tal es el caso de Cabeza de Vaca (1991), película de gran riqueza visual dirigida por Nicolás Echevarría, basada de manera muy libre en los diarios del náufrago que le da título; de Epitafio (2015), cinta de corte híper-minimalista, dirigida por Rubén Imaz y Yulene Olaizola, que narra el episodio en que Diego de Ordaz y otros dos conquistadores subieron al volcán Popocatépetl; de Eréndira ikikunari (2006), en la que Juan Mora explora convenciones de representación distantes del realismo para recrear la conquista de Michoacán; y, por supuesto, de la alucinante Aguirre, la ira de Dios (1973) de Werner Herzog, que narra la expedición en busca de El Dorado emprendida por una especie de Cortés fallido, que termina reinando sobre la jauría de monos que infestan los 10 metros cuadrados de una balsa que se hunde en medio del Amazonas.

El ambicioso y excesivo personaje interpretado por Klaus Kinski en la cinta de Herzog quizás no retrate el carácter del personaje histórico, Lope de Aguirre, tanto como el del propio director alemán. Esa identificación podría ser una de las claves para explicar por qué la figura de los conquistadores ha fascinado a tantos directores de cine: hay algo en la desmesura de las empresas de Cortés, Pizarro, Aguirre y compañía, que conecta directamente con la megalomanía necesaria para dirigir una película. La ambición de lanzarse a conquistar un vasto y poderoso reino con tan sólo un puñado de soldados (y mucha crueldad y habilidad política) se parece, en varios aspectos, a la requerida para financiar y realizar una película que reconstruya, no un mundo desaparecido, sino dos: el europeo del siglo XVI, ampliamente documentado a nivel visual, social, verbal, etc.; y el indígena, mucho menos lleno de certezas pero, en cambio, plagado de estereotipos y lugares comunes. El destino que han corrido la mayoría de estos intentos, sin embargo, coloca a sus directores más cerca del malogrado Aguirre herzogiano que del triunfante Cortés.

A lo largo de la historia del cine, han sido varios los intentos de narrar en toda su amplitud la empresa de Cortés que nunca vieron la luz. Cada cinco o diez años, alguna productora (generalmente norteamericana) anuncia un nuevo proyecto sobre el tema; lo cual, con frecuencia, da pie a que una compañía rival desempolve y anuncie, a las carreras, su propio proyecto al respecto (en eso, la lógica de la industria cinematográfica se parece mucho a la de esos empresarios-aventureros de hace cinco siglos, que competían por ser los primeros en sentar reales en los nuevos territorios). A decir verdad, para hacer este tipo de anuncios frente a la prensa no se requiere mucho: decir que "se está desarrollando" un proyecto sobre el tema, lanzar el nombre de la estrella del firmamento cinematográfico que encabezará el reparto y del realizador de renombre internacional que lo dirigirá, y aludir vagamente a "un inminente arranque de la producción". Es muy probable que el productor o el director no cuenten ni siquiera con un guion (cuya escritura, por la complejidad y envergadura de los hechos históricos, puede demorar varios años) sino tan sólo con eso que en la industria del cine suele llamarse “pitch”: una idea general sobre el proyecto, la cual no forzosamente deriva de la lectura detenida de las Cartas de relación de Cortés, la Historia de la Conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, La visión de los vencidos recopilada por Miguel León Portilla ni ninguna otra fuente histórica, sino que bien puede provenir de narraciones orales un tanto distorsionadas, la lectura de algún best-seller sobre el mundo azteca o, en los últimos años, de un vistazo de última hora a wikipedia.

Desde Orson Welles hasta Martin Scorsese, son muchos los directores que han coqueteado con el tema. Welles, por ejemplo, imaginó en 1940 una versión de la Conquista de México, donde Dolores del Río (por ese entonces, su novia) sería la Malinche, y él mismo, además de dirigir la película, interpretaría a Cortés. Incluso le encargó a Salvador Novo que escribiera el argumento en lo que él terminaba Ciudadano Kane. Tanto su poderosa posición en la industria como su relación con Dolores del Río cambiaron en los siguientes años, de modo que la película sobre la Conquista quedó como uno más entre los muchos proyectos irrealizados del enfant terrible del cine norteamericano.

El desarrollo de los efectos digitales a partir de la película Titanic, aunada a la efeméride del 5o. centenario y al boom de las plataformas de video en línea, han propiciado la proliferación de nuevos y viejos proyectos audiovisuales sobre la Conquista de México. Pero aún con las herramientas digitales, presupuestos bastante considerables siguen quedándole chicos a la magnitud de los eventos a recrear, lo cual da lugar a resultados desconcertantes: escenas sobre el enfrentamiento de Cortés con el poderoso ejército de Narváez, por ejemplo, que en pantalla se reducen a una docena de españoles peleándose entre sí en medio del follaje; o el paseo de los conquistadores por una Tenochtitlan cuyas calzadas, canales y plazas lucen desiertas, y cuyas pirámides tienen textura de videojuego.

El conato más reciente de superproducción acerca de Cortés se iba a basar en un guion que Dalton Trumbo escribió en los años sesenta del siglo pasado para una película que sería protagonizada por Kirk Douglas, la cual finalmente naufragó. Más de medio siglo después, tras muchos rumores, se anunció formalmente que el proyecto sería retomado por Steven Spielberg, quien lo convertiría en una miniserie que sería filmada en México, con Javier Bardem como Cortés. Durante varios meses, los Estudios Churubusco se llenaron de ídolos prehispánicos y pirámides de unicel texturizado. La epidemia de Covid-19 puso en pausa la filmación y, meses después, el proyecto terminó siendo, de nueva cuenta, cancelado.

Desde que, desacatando las órdenes de Diego Velázquez, zarpó de Cuba con su improvisado ejército, hasta que derrotó definitivamente al poderoso imperio mexica y destruyó su capital (al frente de una fuerza que había nutrido tanto con los soldados europeos de la expedición enviada a capturarlo como con los miles de indios otorgados por reinos sometidos o aliados), Hernán Cortés tardó 30 meses en realizar una de las empresas más improbables en la historia de la humanidad. No deja de ser paradójico que, siglos después, algunos de los mejores directores y productores cinematográficos del mundo, al mando de ejércitos de empleados especializados (cuyo número supera con creces al de los soldados de Cortés), respaldados por cantidades fabulosas de dinero y la mejor tecnología disponible, hayan invertido varios años –incluso décadas– en el intento de llevar a la pantalla su visión de la Conquista, y casi siempre hayan terminado derrotados.

Para citar: Flavio González Mello, La visión de los (cineastas) vencidos, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2531/2501. Visto el 02/05/2024