¿Por qué las relaciones de Cortés son una droga que no debe tomarse  a la ligera?

Traducción: Lucía Beraldi

Quizás puedas identificarte con esta experiencia. Yo estaba entrenado para ser altamente escéptico ante todas las fuentes históricas, tanto primarias como secundarias. Se me presentó como una lección obvia, fácil de aprender. Inicié confiadamente mi carrera académico, doctorado en mano, creyendo que entendía cómo y porqué cuestionar cada afirmación y declaración escrita, incluso aquellas que parecían persuasivas o bien documentadas. Pero descubrí que ese implacable escepticismo es pesado, requiere de mucho tiempo y que templarlo con credibilidad es más natural.  Los argumentos de los académicos, si están bien sustentados y basados en logros pasados, son atractivos. Es incluso tentador fetichizar el archivo, esos papeles antiguos, las palabras escritas por las manos de personas muertas hace tiempo que buscamos traer nuevamente a la vida. Esta lección – tomar todo con una pizca de sal- no termina nunca. Su aprendizaje es un proceso perpetuo, reforzado por el trabajo de otros, confirmado por los descubrimientos propios, aquellos realizados cuando uno se ha detenido, ha hecho una pausa, realiza segundas reflexiones y excava más profundo. 

Las fuentes que otros historiadores antes que nosotros han tendido a aceptar son aquellas en las que fallamos a la hora de cuestionarlas, aunque deberíamos consultarlas e interrogarlas con mayor rigor. En lo que respecta a la conquista española, especialmente la invasión de México, la lista está encabezada por dos obras: las Relaciones o Cartas de relación de Hernán Cortés al rey de España y la “Verdadera historia” de Bernal Díaz. Si bien nuestra principal preocupación es Cortés, menciono a Díaz porque su relato sirve como la primera de cuatro razones por las que sugiero que deberíamos hacer una pausa y pensar dos veces antes de tragarnos las palabras de las Cartas de relación.

[1]Las ediciones publicadas de las obras de Cortés y Díaz del Castillo son utilizadas de forma extensiva y poco crítica, en español, en inglés y en otras lenguas, en todos los niveles educativos, académicos y de escritura de no-ficción. Pero incluso cuando los autores pretenden usar una sola de estas fuentes, terminan basándose en ambas y hasta en un tercer libro: La Conquista de México de Francisco López de Gómara. La versión de Gómara es menos citada debido a que no fue un testigo ocular de los hechos y a que su parcialidad, como hagiógrafo de Cortés, es evidente. Sin embargo, su relato se basa directamente en las cartas de relación de Cortés y Díaz del Castillo se basa en las otras dos obras. Cada uno de los tres autores brinda credibilidad a los dos restantes. Los tres libros son un trípode conectados por centurias de uso (y mal uso), juntas sostienen la narrativa tradicional (y altamente distorsionada) de la invasión española -que aún se llama “la conquista de México”, reflejando así, la persistente influencia de López de Gómara-. Combinados, los tres autores representan un triunfo épico de la propaganda política. Por ello propongo que es imposible leer a Cortés sin ser manipulado por López de Gómara y Díaz del Castillo, además de por Cortés él mismo.  

[2] Raramente leemos las Cartas de relación en su forma original, en cambio, confiamos en las ediciones publicadas. En lo que respecta a su estilo, Cortés se encuentra en algún punto entre Bartolomé de las Casas (quien utilizaba un vocabulario amplio, gran cantidad de referencias literarias y una superior habilidad retórica) y Pedro de Alvarado (cuya escritura en español era bastante rudimentaria). Su escritura era, por lo tanto, rayana con lo áspero. Sin embargo, las ediciones publicadas con ortografía moderna y signos de puntuación agregados tienden a suavizar dicha aspereza. Como resultado, Cortés se vuelve más suave, más persuasivo. El problema es aún peor en las ediciones en inglés utilizadas comúnmente, la traducción de Anthony Pagden, que es maravillosamente -y a la vez peligrosamente- legible. El proceso de tomar la áspera prosa cortesiana y transformarla en algo digerible se inició, probablemente, en 1520; las primeras versiones publicadas son probablemente menos ásperas que los manuscritos originales ya perdidos. En consecuencia, cuando leemos una edición moderna de las cartas de relación, estamos siendo influenciados por tres capas de filtros persuasivos: las distorsiones e invenciones originales de Cortés; los desconocidos pulimientos de editores desconocidos de las primeras ediciones; y los más obvios (pero usualmente ignorados) pulimientos de los editores modernos.

[3] Los siglos que han transcurrido entre la primera publicación de las Cartas de relación (y las obras de López de Gómara y Díaz del Castillo) y las ediciones modernas son más relevantes para entender cómo nos acercamos a dichas lecturas de lo que solemos reconocer. La narrativa tradicional centrada en la figura de Cortés de la “Conquista de México” se ha articulado en cientos de formas diferentes en múltiples lenguajes por medio de crónicas, obras de teatro, poemas, óperas, murales y pinturas. La perpetuación de esta narrativa y el status dado a las cartas de Cortés, se convirtieron en parte de un fenómeno cultural  más amplio, y mucho más vinculado al imperialismo europeo y euroamericano de los siglos XVII a XIX que al imperialismo hispano del siglo XVI.

[4] Durante dichas centurias, se desarrolló otro fenómeno igualmente influyente (lo admitamos o no) en nuestra lectura de las Cartas de relación: la conformación de la leyenda de Cortés. El desafío, a la hora de escribir acerca de dicha leyenda es que debe ser inflada para poder ser desinflada. Así, el riesgo es que el lector sea persuadido por el mito y no por su desmentido. Cuántas más tratamos de dar la vuelta a Cortés y su versión de los hechos, con el objetivo de entender mejor lo que realmente pasó, más atención le prestamos. Debería ser más que  obvio que Cortés no fue el genio militar que tanto él mismo como Gómara pretenden que fue, que no controlaba una guerra de invasión que en realidad era violenta, brutal y desordenada. Pero dicho punto tiende a perderse cada vez que Cortés es celebrado o atacado, como lo ha sido durante este quinto centenario del enfrentameinto hispano-azteca -de la misma forma en que la figura de Colón continúa siendo debatida y lo serán Francisco Pizarro y sus hermanos en. Perú en la década de 2030. Por más que sea evidente  que la historia de la guerra de 1519-1521 adquiere mucho más sentido si sacamos del centro a Hernán Cortés, sospecho que siempre nos enfrentaremos al desafío de tratar de disminuir estas “figuras monumentales” – así esten esculpidas en piedra o escritas en las páginas.

Yo sugiero, por lo tanto, que seguiremos malentendiendo y utilizando erróneamente las Cartas de relación de Cortés siempre que  las sigamos leyendo de forma poco crítica como narración de un testigo ocular de los hechos, en lugar de como peticiones políticas llenas de mentiras. Son, y lo admito, una tentación narcótica, un aparente atajo hacia la verdad. Pero, en realidad, son una droga con una compleja historia y peligrosos efectos colaterales que no deben ser tomada a la ligera.

 

NOTA: Partes de este ensayo fueron tomados del Epílogo del libro “Siete mitos de la Conquista Española, edición actualizada, que publicará Oxford University Press en 2021. Muchos de los puntos, con sus respectivas referencias, se exploran, incluso, en When Mocezuma met Cortés: the true story of the meeting that change the story (2018, publicada en México en 2019 bajo el título Cuando Moctezuma conoció a Cortés: la verdad del encuentro que cambió la historia; nótese que la irónica referencia a la obra de Díaz del Castillo en el subtítulo de mi libro es menos obvia en la versión en español).

 

Why the Relaciones of Cortés Are a Drug Not To Be Taken Lightly

 

Perhaps you can relate to this experience?  I was trained to be highly skeptical of all historical sources, both primary and secondary.  It struck me as an obvious lesson, easily absorbed.  I marched confidently out of graduate school, doctorate in hand, believing that I understood why and how to question every written claim and statement, however persuasive and well-evidenced it seemed.  But I discovered that relentless skepticism is tiresome and time-consuming, and that to temper it with credulity comes more naturally.  The arguments of senior scholars, if well-crafted and backed by past accomplishments, are enticing.  It is also tempting to fetishize the archive, its ancient papers, the words written by the hands of the long-dead people we seek to bring back to life.  That lesson—to take everything with a pinch of a salt—is therefore never over.  The learning of it is a perpetual process, reinforced by the work of others, confirmed by one’s own discoveries, those made when one has paused, had second thoughts, and dug deeper.

The sources that others before us have tended to accept are those we often fail to question closely enough, even though they are the sources we should query and interrogate the most.  With respect to the Spanish Conquest, especially the invasion of Mexico, that list is topped by two works: Hernando Cortés’s relaciones or cartas de relación to the Spanish king; and the “true history” of Bernal Díaz (his Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España).  Our primary concern here is with Cortés, but I mention Díaz because his account serves as the first of four reasons why I suggest we must stop, and think twice, before swallowing the words in the cartas de relación.

[1] Published editions of Cortés and Díaz are used extensively and uncritically, in Spanish and English and other languages, at all levels of educational, scholarly, and non-fiction writing.  But even when authors are consciously using only one of these, they are really drawing on both of them, as well as a third book—Francisco López de Gómara’s La Conquista de México.  The Gómara version is less often cited because it lacks the claim to be an eyewitness account, and its bias as a hagiography of Cortés is more transparent.  Yet it draws heavily on Cortés’s cartas de relación, and Díaz draws heavily on both.  Each of the three lends credibility to the other, each restating the political spin, fanciful exaggerations, and outright lies of the others.  The three books are a tripod, closely connected by centuries of use (and misuse), together upholding the traditional (and highly distorted) narrative of the Spanish invasion—which is still called “the Conquest of Mexico,” reflecting the persistent influence of López de Gómara.  Combined, the three represent an epic triumph of political propaganda.  It is, I argue, impossible to read Cortés without being manipulated by López de Gómara and Díaz, as well as by Cortés himself.

[2] We seldom read the cartas de relación in their original form, relying instead on published editions.  As a stylist, Cortés fell somewhere between Bartolomé de Las Casas (who used a larger vocabulary, a larger set of literary references, and superior rhetorical flourish) and Pedro de Alvarado (whose written Spanish was more rudimentary in all ways).  His writing was, therefore, a little rough around the edges.  But published editions, with their modern spelling and added punctuation, tend to smooth out those rough edges.  As a result, Cortés becomes más suave, more persuasive.  (The problem is even worse with the most commonly used English-language edition, the translation by Anthony Pagden, which is wonderfully—and thus dangerously—readable.)  In fact, the process of taking Cortés’s rough prose and turning it into something more digestible probably began in the 1520s; those earliest published versions are likely less rough than the original, lost manuscripts.  Consequently, when we read a modern edition of the cartas de relación, we are being swayed by three layers of persuasive filters: the original distortions and inventions penned by Cortés; the unknown polish given to his writing upon first publication; and the more obvious (but oft-ignored) polish given to the letters by modern editors.

[3] The intervening centuries between the first publication of the cartas de relación (and of the accounts by López de Gómara and Díaz) and their modern editions are far more relevant to how we read these books than is recognized.  For the Cortés-centric traditional narrative of “the Conquest of Mexico” was articulated hundreds of ways in multiple languages in chronicles, plays, poems, operas, murals, and paintings.  The perpetuation of that narrative, and the status given to Cortés’s cartas, became part of a larger cultural phenomenon—one that was as much about European and Euro-American imperialism in the seventeenth to nineteenth centuries, as it was about Spanish imperialism in the sixteenth century.

[4] During those centuries, another phenomenon was developing that likewise influences—whether we admit it or not—our reading of the cartas de relación: the formation of the Cortés legend.  The challenge in writing about that legend is that it must be inflated in order to be lanced.  The risk thereby run is that the reader is more persuaded by the myth than its busting.  The more we try to see around Cortés and his version of events, in order to better understand what really happened, the more attention we give him.  It should be strikingly obvious that Cortés was not the masterful military genius that he and López de Gómara claimed he was, that he was not in control of a war of invasion that was in fact brutally messy and violent.  But that point tends to be lost as soon as Cortés is celebrated or attacked, as he has been during the Spanish-Aztec quincentennial—just as Columbus continues to be debated, and no doubt as Francisco Pizarro and his brothers will be in the 2030s.  However clearly we see that the story of the 1519-21 war makes so much more sense without Cortés at its center, I suspect that we will always be faced with the challenge of shrinking such “monumental figures”—be they carved in stone or inked on pages.

I suggest, therefore, that we will continue to misunderstand and misuse Cortés’s cartas de relación if we read them uncritically as eyewitness accounts, rather than as politicking petitions brimming with mendacity.  They are, I admit, a narcotic temptation, an apparent short-cut to “the truth.”  But they are a drug with a complex history and dangerous side-effects, not to be taken lightly.

                                                                                                                                                 

Note: parts of this essay are drawn from the “Afterword” to Seven Myths of the Spanish Conquest, Updated Edition, to be published by Oxford University Press in 2021.  Many of the points, with substantiating references, are also explored in When Montezuma Met Cortés: The True Story of the Meeting That Changed History (2018; published in Mexico in 2019 as Cuando Moctezuma conoció a Cortés: La verdad del encuentro que cambió la historia; note that the ironic reference to Díaz’s book title in the subtitle of my book is less obvious in the subtitle’s Spanish-language version).

Para citar: Matthew Restall, ¿Por qué las relaciones de Cortés son una droga que no debe tomarse  a la ligera?, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2392/2389. Visto el 27/03/2024