Arte para volar

A partir de 1520, durante los primeros años de la Conquista de México, se realizaron exposiciones de artefactos de procedencia mesoamericana. Las piezas que Cortés envió a Carlos V como parte del Quinto Real se mostraron en diferentes ciudades europeas, notablemente en Valladolid y en Bruselas, donde fueron admiradas por la calidad de su manufactura. Es famoso el pasaje que el artista alemán Albrecht Durero dedicó a las piezas expuestas en Bruselas. En su diario de un viaje a los Países Bajos describe algunas de las “cosas maravillosas y llenas de artificio” que, según su estimación, valían cien mil florines: un sol dorado, una luna de plata, armas, corazas, vestimentas extrañas, incluso lo que creía era “ropa para la cama”. Con mucho entusiasmo expresa su admiración por el “ingenio sutil de la gente de tierras extranjeras”.

Esta y otras exposiciones tempranas provocaron un boom del coleccionismo etnográfico. En las décadas subsecuentes las piezas mexicanas no podían faltar en los Gabinetes de Curiosidades o Cámaras de Arte y Maravillas de los palacios reales y de la nobleza europea. Piezas famosas como el denominado “Penacho de Moctezuma” llegaban al Viejo Continente durante este tiempo, al igual que algunos códices. La gran mayoría de estos objetos se perdieron durante los siglos posteriores. Por fortuna, en algunos museos, sobre todo en Italia, Inglaterra y Austria, aun existe una cierta cantidad de piezas etnográficas recolectadas en la Mesoamérica del siglo XVI. Las obras mexicanas se adquirieron más o menos durante los mismos años que los primeros colonos europeos coleccionaban artefactos tupinamba en la costa de Brasil, mientras que otros navegantes trajeron piezas de Calicut, la base de operaciones de los portugueses en Kerala, India. Por tanto, no debe sorprender que los inventarios de los museos europeos tempranos muchas veces confundieron los lugares de procedencia de dichas piezas. Al final de cuentas, los tres países recién conquistados eran “Las Indias”. Por la misma razón, La gente de Calicut en el grabado de Hans Burgkmair (parte de la serie El Triunfo del Emperador Maximiliano) viste penachos y trajes tupinamba. En un dibujo atribuido al mismo artista, un joven africano aparece vestido de plumas como si fuera un nativo de la costa de Brasil y a su vez, sostiene un escudo mexicano con mosaicos de turquesa, muy similar a aquel chimalli que aún existe en los acervos del Museo Etnológico de Viena.

Generalmente en las colecciones tempranas de cultura material americana las obras más admiradas fueron las piezas de arte plumario. Autores tan diversos como Pedro Mártir de Anglería, Bartolomé de Las Casas y el embajador veneciano Gasparo Contarini, quien vio otra de las exposiciones de piezas mexicanas en Bruselas,  expresaron su admiración por la elegancia de este arte. Pedro Mártir comentó que se trataba de piezas “más bellas para el ojo que valiosas”. Para los europeos era impensable equiparar el valor de unas plumas con objetos de oro, plata o marfil. Dándose cuenta de esa discrepancia, Hans Staden en su famoso diario sobre su cautiverio entre los “antropófagos” de Brasil llegó a afirmar que “sus tesoros son las plumas de los pájaros”. Muy pronto los penachos se convirtieron en un rasgo icónico asociado con los pobladores del Nuevo Continente. En las alegorías barrocas, las personificaciones de América invariablemente visten con plumas. Los ilustrados del siglo XVIII se imaginaban a los “hombres de la naturaleza” arropados de plumas, como la figura de Papageno en la ópera La Flauta Mágica. Hoy en día, el estereotipo de los indios emplumados sigue vigente. Los nativos americanos de las películas del Lejano Oeste invariablemente portan plumas en la cabeza.

Pero la plumaria como el arte por excelencia de los indígenas americanos no es simplemente un cliché. Sabemos que plumas de diversas aves efectivamente poseían y poseen un gran valor entre diferentes pueblos amerindios. En el Imperio Mexica cargamentos de plumas de quetzal se tributaban desde las provincias lejanas del Sureste. Los pueblos prehispánicos de Arizona traficaban con guacamayas que conseguían en las zonas tropicales de México. ¿Pero, cuál es realmente la importancia de las aves y de las plumas en los rituales amerindios y mesoamericanos? No hay que subestimar el gusto por los efectos ópticos tan especiales que se pueden lograr con el arte plumario, por ejemplo, cuando parece cambiar de tono y color cada vez que se modifica el ángulo de la mirada. Por otra parte, sabemos que en el arte ritual amerindio las materias primas no son simples medios para expresar algo. Es el material mismo lo que le da el significado a los objetos e imágenes, y esto vale, desde luego, también para el arte plumario.

Tampoco existe el concepto de “adorno”. Cuando los mesoamericanos antiguos elaboraban esculturas o pinturas elegían muy bien el tipo de piedra o madera. Más que los símbolos, colores o glifos, era la materia prima lo que les importaba. Jadeíta y otras piedras verdes indicaban la presencia de agua, y eran agua. Hoy en día, las cuentas de vidrio (chaquira) del arte ritual de muchos grupos indígenas tienen este papel: son gotas de agua o de lluvia. Podrían mencionarse muchos ejemplos de esta característica del arte visual amerindio. Pero hay otro aspecto que hay que considerar: en toda la América Indígena vestirse con pieles de animales significa convertirse en los animales en cuestión. De manera equivalente, ponerse plumas implicaba transformarse en ave. Un dignatario mexica que se ponía un penacho de plumas de quetzal se convertía en esta ave. Lo más probable es que este acto era parte de un ritual que los antropólogos llamamos “transformación animista”. Es decir, se busca establecer comunicación con la especie en cuestión y viajar al mundo habitado por ella. No es simplemente un accesorio o símbolo de poder.

Como afirma Eduardo Viveiros de Castro, los atuendos rituales amerindios no son disfraces, se entienden mejor como algo similar a los trajes espaciales o a los equipos de buzo: sirven para penetrar en mundos ajenos. En el caso de los penachos rituales amerindios se trata de pertrechos que permitían al especialista ritual moverse como un pájaro.

 

Para leer más:

  • Feest, Christian F.: “Selzam ding von gold da von vill ze schreiben were”: Bewertungen amerikanischer Handwerkskunst im Europa des frühen 16. Jahrhunderts. En: Jahrbuch der Willibald Pirchheimer Gesellschaft, Nurenberg, 1992: 105-120.
  • Russo, Alessandra, Gerhard Wolf y Diana Fane (coords.): Images Take Flight. Feather Art in Mexico and Europe 1400-1700. Trento: Kunsthistorisches Institut Florenz, MUNAL México, Hirmer, 2015.
  • Viveiros de Castro, Eduardo: “Cosmological Deixis and Amerindian Perspectivism”. Journal of the Royal Anthroplogical Institute N.S. 4, 1998: 469-488.
Para citar: Johannes Neurath, Arte para volar, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1346/1326. Visto el 25/04/2024