La muerte de Moctezuma en la Relación breve en la conquista de la Nueva España
Hernando Cortés, fue a hablar a Moteczuma y a decirle que tuviese por bien de rogar a su gente y vasallos que cesase la guerra, y así le respondió: tarde, señor, habéis acordado, porque ya tienen elegido y hecho señor a mi hermano; mas empero yo iré como me lo mandáis. Y así, el capitán, bien armado con una rodela de acero, y Cervantes comendador, también bien armado cubierto de una adarga, tomaron a Moteczuma detrás de sí, cubierto muy bien que no le pudiesen herir, y así fueron acompañados de ciertos hidalgos y soldados y subieron a la delantera del patío, adonde está ahora aposentado el visorrey. Sucedió que la gente, que era sin cuento, fuese toda forastera y no conociesen al dicho Moteczuma. Era tanta la grita que daban que hundían 4a ciudad y tanta la piedra, varas, flechas que tiraban que parecía llover el cielo tanta piedra, flechas, varas y dardos. Sucedió que así como descubrió un poco la cara Moteczuma para hablar, lo cual sería a las ocho o nueve del día, que vino entre otras piedras que venían desmandadas una redonda como una pelota, la cual dio a Moteczuma, estando entre los dos metido, entre las sienes, y cayó.
[…] [89] Moteczuma herido en la cabeza dio el alma a cuya era, lo cual seria a hora de vísperas, y en el aposento donde él estaba había otros muy grandes señores detenidos con él a los cuales el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar sin dejar ninguno, a los cuales ya tarde sacaron [90] y echaron en los portales donde están ahora las tiendas, los cuales llevaron ciertos indios que habían quedado que no mataron, [90] y llevados sucedió la noche, la cual venida allá a las diez vihierorTtántá multitud de mujeres con hachas encendidas y braseros y lumbres que ponía espanto. Aquellas venían a buscar sus maridos y parientes que en los portales estaban muertos, y al dicho Moteczuma también, y así cómo las mujeres conocían a sus deudos y parientes (lo cual veíamos los que velábamos en el azotea con la mucha claridad), se echaba encima con muy gran lástima y dolor y comenzaban una grita y llanto tan grande que ponía espanto y temor; y el que esto escribió, que entonces velaba arriba, dijo a su compañero: ¿no habéis visto el infierno y el llanto que allá hay?, pues si no lo habéis visto, catadlo aquí. Y es cierto que nunca en toda la guerra, por trabajos que en ella pasase, tuve tanto temor como fue el que recibí de ver aquel llanto tan grande.
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