Campaña de Xochimilco según Bernal Díaz del Castillo (III)

Texto original con ortografía de la época:

Pues llegados a Cu- yoacoan a obra de las diez del día, hallárnosla despoblada. Quiero ahora decir que están muchas ciudades las unas de las otras, cerca de la gran ciudad de México, obra de dos leguas, porque Suchimilco y Cuyoacoan y Huichilo- busco e Iztapalapa y Coadlabaca y Mezquique, y otros tres o cuatro pueblos que están a legua y media o a dos leguas los unos de los otros, y de todos ellos se habían juntado allí en Suchimilco muchos indios guerreros con- tra nosotros. Pues volvamos a decir que como llegamos a aquel gran pueblo y estaba despoblado, y está en tierra llana, acordamos de reposar aquel día que llegamos e otro, porque se curasen los heridos y hacer saetas: por-

que bien entendido teníamos que habíamos de haber más batallas antes de volver a nuestro real, que era Tezcuco; e otro día muy de mañana comenzamos a caminar, con el mismo concierto que solíamos llevar, camino de Ta- cuba, que está de donde salimos obra de dos leguas, y en el camino salieron en tres partes muchos escuadrones de guerreros, y todas tres resistimos, y los de a caballo los seguían por tierra llana hasta que se acogían a los este- ros e acequias; e yendo por nuestro camino de la ma- nera que he dicho, apartóse Cortés con diez de a caballo a echar una celada a los mexicanos que salían de aque- llos esteros y salían a dar guerra a los nuestros, y llevó consigo cuatro mozos de espuelas, y los mexicanos hacían que iban huyendo, y Cortés con los de a caballo y sus criados siguiéndoles; y cuando miró por sí, estaba una gran capitanía de contrarios puestos en celada, y dan en Cortés y los de a caballo, que les hirieron los caballos, y si no dieran vuelta de presto, allí quedaran muertos o presos. Por manera que apañaron los mexicanos dos de los soldados mozos de espuelas de Cortés, de los cuatro que llevaba, y vivos los llevaron a Guatemuz e los sa

orificaron. Dejemos de hablar deste desmán por causa de Cortés, y digamos como habíamos ya llegado a Tacuba con nuestras banderas tendidas, con todo nuestro ejército y fardaje, y todos los más de a caballo habían llegado, y' también Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí; y Cor- tés no venía con los diez de a caballo que llevó en su compañía, tuvimos mala sospecha no les hubiese acae- cido algún desmán. Y luego fuimos con Pedro de Alva- rado y Cristóbal de Olí e Andrés de Tapia en su busca, con otros de a caballo, hacia los estex-os donde le vimos apartar, y en aquel instante vinieron los otros dos mozos de espuelas que habían ido con Cortés, que se escaparon, e se decía el uno Monroy y el otro Tomás de Rijoles, y dijeron que ellos por ser ligeros escaparon, e que Cortés y los demás se vienen poco a poco porque traen los ca- ballos heridos; y estando en esto viene Cortés, con el cual nos alegramos, puesto que él venía muy triste y como lloroso; llamábanse los mozos de espuelas que lle- varon a México a sacrificar, el uno Francisco Martín "ven- dabal" y este nombre de Vendabal se le puso por ser algo loco, y el otro se decía Pedro Gallego. Pues como allí llegó Cortés a Tacuba, llovía mucho, y reparamos cerca de dos horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el tesorero Alderete, que venía ya malo, y el fraile Melgarejo y otros muchos soldados subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él se señoreaba muy bien la ciudad de México, que está muy cerca, y toda la laguna y las más ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el fraile y el tesorero Alderete vie- ron tantas ciudades y tan grandes, y todas asentadas en el agua, estaban admirados. Pues cuando vieron la gran ciudad de México y la laguna y tanta multitud de ca- noas, que unas iban cargadas con bastimentos y otras iban a pescar y otras baldías, mucho más se espantaron, porque no las habían visto hasta en aquella sazón; y dijeron que nuestra venida en esta Nueva-España que no eran cosas de hombres humanos, sino que la gran misericordia de Dios era quien nos sostenía; e que otras veces han dicho que no se acuerdan haber leído en ninguna escri- tura que hayan hecho ningunos vasallos tan grandes ser- vicios a su rey como son los nuestros, e que ahora lo dicen muy mejor, y que dello harían relación a su ma- jestad. Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasa- ron, y cómo consolaba el fraile a Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba muy triste por ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos mi- rando desde Tacuba el gran cu del ídolo Huichilobos y el Tatelulco y los aposentos donde solíamos estar, y mi- rábamos toda la ciudad, y las puentes y calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cu subiese; y desde entonces dijeron un cantar o romance:

En Tacuba está Cortés

Con su escuadrón esforzado,

Triste estaba y muy penoso,

Triste y con gran cuidado,

La una mano en la mejilla,

Y la otra en el costado, etc

Acuerdóme que entonces le dijo un soldado que se de- cía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva-España fue fiscal e vecino en México: "Señor ca- pitán, no esté vuestra merced tan triste; que en las gue- rras estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:

"Mira Nero, de Tarpeya,

A Roma cómo se ardía."

Cortés le dijo que ya veía cuántas veces había enviado a México a rogarles con la paz, y que la tristeza no la tenía por una sola cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornarla a señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo pondría- mos por la obra. Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos, y digamos cómo se tomó parecer entre nuestros capitanes y soldados si daríamos una vista a la calzada, pues estaba tan cerca de Tacuba, donde estábamos; y como no había pólvora ni muchas saetas, y todos los más soldados de nuestro ejército heri- dos, acordándosenos que otra vez, poco más había de un mes, que Cortés les probó a entrar en la calzada con muchos soldados que llevaba, y estuvo en gran peligro, porque temió ser desbaratado, como dicho tengo en el ca- pítulo pasado que dello habla ; y fue acordado que luego nos fuésemos nuestro camino, por temor no tuviésemos en ese día o en la noche alguna refriega con los mexi- canos ; porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de México, y con la llevada que entonces llevaron vivos de los soldados no enviase Guatemuz sus grandes poderes contra nosotros; y comenzamos a caminar, y pasamos por Escapuzalco y hallárnosle despoblado, y luego fuimos a Tenayuca, que era gran pueblo "de las Sierpes". Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, que tenían tres sierpes en el adoratorio mayor en que ado- raban, y las tenían por sus ídolos, y también estaban des- poblados ; y desde allí fuimos a Gualtitlán, y en todo este día no dejó de llover muy grandes aguaceros, y como íbamos con nuestras armas a cuestas, que jamás las quitábamos de día ni de noche, y con la mucha agua y del peso delias íbamos quebrantados, y llegamos ya que anochecía a aquel gran pueblo, y también estaba despo- blado, y en toda la noche no dejó de llover, y había grandes lodos, y los naturales del y otros escuadrones mexicanos nos daban tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podíamos hacer mal; y como hacía muy oscuro y llovía, no se podían poner velas ni rondas, y no hubo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos; y esto digo porque a mí me pusieron para velar la prima, y jamás acudió a mi puesto ni cuadrillero ni rondas, y así se hizo en todo el real. Dejemos deste descuido, y tornemos a decir que otro día fuimos camino de otra gran población, que no me acuerdo el nombre, y había grandes lodos en él, y hallárnosla despoblada; y otro día pasamos por otros pueblos y también estaban despoblados; y otro día llegamos a un pueblo que se dice Aculman, sujeto de Tezcuco; y como supieron en Tez- cuco cómo íbamos, salieron a recibir a Cortés buen recibimiento, así de los nuestros como de los recién venidos de Castilla, y mucho más de los naturales de los pueblos comarcales; pues trajeron de comer, y luego esa noche se volvió Sandoval a Tezcuco con todos sus soldados a poner en cobro su real. Y otro día por la mañana fue Cortés con todos nosotros camino de Tezcuco; y como íbamos cansados y heridos, y dejábamos muertos nues- tros soldados y compañeros, y sacrificados en poder de los mexicanos, en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenían ordenada una conjuración ciertas perso- nas de calidad, de la parcialidad de Narváez, de matar a Cortés y a Gonzalo de Sandoval e a Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia. Y lo que más pasó diré adelante.

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 483-446
Lugar(es):
  • Xochimilco
  • Coyoacán
Persona(s):
  • Hernando Cortés
  • Cuauhtémoc
  • Cristóbal de Olíd