Campaña de Xochimilco según Bernal Díaz del Castillo (II)

Texto original con ortografía de la época:

También había apercibido otros diez mil hombres para les enviar de refresco cuan- do estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro día de cinco capitanes mexicanos que en las batallas pren- dimos; y mejor lo ordenó nuestro señor Jesucristo; por- que así como vino aquella gran flota de canoas, luego se entendió que venían contra nosotros y acordóse que hu- biese muy buena vela en todo nuestro real, repartido a los puertos y acequias por donde habían de venir a des- embarcar, y los de a caballo muy a punto toda la noche, ensillados y enfrenados, aguardando en la calzada y tierra firme, y todos los capitanes, y Cortés con ellos, ha- ciendo vela y ronda toda la noche, a mí e a otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas paredes de cal y canto, y tuvimos muchas piedras e ballestas y es- copetas y lanzas grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas acequias que era desembarcadero, llega- sen canoas, que los resistiésemos e hiciésemos volver, e a otros soldados pusieron en guarda en otras acequias. Pues estando velando yo y mis compañeros, sentimos el rumor de muchas canoas que venían a remo callado a desembarcar a aquel puesto donde estábamos, y a buenas pedradas y con las lanzas les resistimos, que no osaron desembarcar, y a uno de nuestros compañeros enviamos que fuese a dar aviso a Cortés ; y estando en esto, vol- vieron otra vez muchas canoas cargadas de guerreros, y nos comenzaron a tirar mucha vara y piedra y flecha, y los tornamos a resistir, y entonces descalabraron a dos de nuestros soldados; y como era de noche y muy oscuro, se fueron a juntar las canoas con sus capitanes de la flota de canoas, y todas juntas fueron a desembarcar a otro portezuelo o acequias hondas ¡ y como no son acos- tumbrados a pelear de noche, se juntaron todos con los escuadrones que Guatemuz enviaba por tierra, que eran ya dellos más de quince mil indios. También quiero de- cir, y esto no por me jactanciar, que como nuestro com- pañero fue a dar aviso a Cortés cómo habían llegado allí en el puerto donde velábamos muchas canoas de guerre- ros, según dicho tengo, luego vino a hablar con nosotros el mismo Cortés, acompañado de diez de a caballo, y cuando llegó cerca sin nos hablar, dimos voces yo y un Gonzalo Sánchez, que era del Algarbe portugués, y diji- mos: "¿Quién viene ahí? ¿No podéis hablar?" Y le tira- mos tres o cuatro pedradas; y como me conoció Cortés en la voz a mí y a mi compañero, dijo Cortés al tesorero Julián de Alderete y a fray Pedro Melgarejo y al maes

tre de campo, que era Cristóbal de Olí, que le acompaña- ban a rondar: "No es menester poner aquí más recaudo, que dos hombres están aquí puestos entre los que velan, que son de los que pasaron conmigo de los primeros, que bien podemos fiar dellos esta vela, y aunque sea otra cosa de mayor afrenta"; y desque nos hablaron, dijo Cortés que mirásemos el peligro en que estábamos; se fueron a requerir a otros puestos, y cuando no me cato, sin más nos hablar, oímos cómo traían a un soldado azotando por la vela, y era de los de Narváez. Pues otra cosa quiero traer a la memoria, y es, que ya nuestros escopeteros no tenían pólvora ni los ballesteros saetas; que el día antes se dieron tal priesa, que lo habían gastado; y aquella misma noche mandó Cortés a todos los ballesteros que alistasen todas las saetas que tuviesen y las emplumasen y pusiesen sus casquillos, porque siempre traíamos en las entradas muchas cargas de almacén de saetas, y sobre cinco cargas de casquillos hechos de cobre, y todo apa- rejo para donde quiera que llegásemos tener saetas; y toda la noche estuvieron emplumando y poniendo casqui- llos todos los ballesteros, y Pedro Barba, que era su ca- pitán, no se quitaba de encima de la obra, y Cortés, que de cuando en cuando acudía. Dejemos esto, y digamos ya que fue de día claro cuál nos vinieron a cercar todos los escuadrones mexicanos en el patio donde estábamos; y como nunca nos cogían descuidados, los de a caballo por una parte, como era tierra firme, y nosotros por otra, y nuestros amigos los tlascaltecas, que nos ayudaban, rom- pimos por ellos y se mataron y hirieron tres de sus ca- pitanes, sin otros muchos que luego otro día se murie- ron; y nuestros amigos hicieron buena presa, y se pren- dieron cinco principales, de los cuales supimos los es- cuadrones que Guatemuz había enviado; y en aquella ba- talla quedaron muchos de nuestros soldados heridos, e uno murió luego. Pues no se acabó en esta refriega; que yendo los de a caballo siguiendo el alcance, se encuen- tran con los diez mil guerreros que el Guatemuz enviaba en ayuda e socorro de refresco de los que de antes había enviado, y los capitanes mexicanos que con ellos venían traían espadas de las nuestras, haciendo muchas mues- tras con ellas de esforzados, y decían que con nuestras armas nos habían de matar; y cuando los nuestros de a caballo se hallaron cerca dellos, como eran pocos, y eran muchos escuadrones, temieron; e a esta causa se -pusieron en parte para no se encontrar luego con ellos hasta que Cortés y todos nosotros fuésemos en su ayuda; e como lo supimos, en aquel instante cabalgan todos los de a caballo que quedaban en el real, aunque estaban heridos ellos y sus caballos, y salimos todos los soldados y ballesteros, y con nuestros amigos los tlascaltecas, y arremetimos de manera, que rompimos y tuvimos lugar de nos juntar con ellos pie con pie, y a buenas estocadas y cuchilladas se fueron con la mala ventura, y nos dejaron de aquella vez el campo. Dejemos esto, y tor- naremos a decir que allí se prendieron otros principales, y se supo dellos que tenía Guatemuz ordenado de enviar otra gran flota de canoas y muchos más guerreros por tierra; y dijo a sus guerreros que cuando estuviésemos cansados, y muchos heridos y muertos de los reencuen- tros pasados, que estaríamos descuidados con pensar que no enviaría más escuadrones contra nosotros, e que con los muchos que entonces enviaría nos podría desbaratar; y como aquello se supo, si muy apercibidos estábamos de antes, mucho más lo estuvimos entonces, y fue acordado que para otro día saliésemos de aquella ciudad y no aguar- dásemos más batallas; y aquel día se nos fue en curar heridos y en adobar armas y hacer saetas ; y estando de aquella manera, pareció ser que, como en aquella ciudad eran ricos y tenían unas casas muy grandes llenas de mantas y ropa y camisas de mujeres de algodón, y había en ella oro y otras muchas cosas y plumajes, alcanzáronlo a saber los tlascaltecas y ciertos soldados en qué parte o paraje estaban las casas, y se las fueron a mostrar unos prisioneros de Suchimilco, y estaban en la laguna dulce y podían pasar a ellas por una calzada, puesto que había dos o tres puentes chicas en la calzada, que pasaban a ellas de unas acequias hondas a otras; y como nuestros soldados fueron a las casas y las hallaron llenas de ropa, y no había guarda, cárganse ellos y muchos tlascaltecas de ropa y otras cosas de oro, y se vienen con ello al real; y como lo vieron otros soldados, van a las mismas casas, y estando dentro sacando ropa de unas cajas muy grandes de madera, vino en aquel instante una gran flota de canoas de guerreros de México y dan sobre ellos e hirieron muchos soldados, y apañan a cuatro soldados vi- vos e los llevaron a México, e los demás se escaparon de buena; y llamábanse los que llevaron Juan de Lara, y el otro Alonso Hernández, y de los demás no me acuerdo sus nombres, mas sé que eran de la capitanía de Andrés de Monjaraz. Pues como le llevaron a Guatemuz estos cuatro soldados, alcanzó a saber cómo éramos muy pocos los que veníamos con Cortés y que muchos estaban heri- dos, y tanto como quiso saber de nuestro viaje, tanto supo; y como fue bien informado, manda cortar pies y brazos a los tristes nuestros compañeros, y los envía por muchos pueblos nuestros amigos de los que nos habían venido de paz, y les envía a decir que antes que volva- mos a Tezcuco piensa no quedará ninguno de nosotros a vida; y con los corazones y sangre hizo sacrificio a sus ídolos. Dejemos esto, y digamos cómo luego tornó a en- viar muchas flotas de canoas llenas de guerreros, y otras capitanías por tierra, y les mandó que procurasen que no saliésemos de Suchimilco con las vidas. Y porque ya estoy harto de escribir de los muchos reencuentros y batallas que en estos cuatro días tuvimos con mexicanos, e no puedo dejar otra vez de hablar en ellas, digo que cuando amaneció vinieron desta vez tantos culúas mexicanos por los esteros, y otros por las calzadas y tierra firme, que tuvimos harto que romper en ellos; y luego nos salimos de aquella ciudad a una gran plaza que estaba algo apar- tada del pueblo, donde solían hacer sus mercados; y allí, puestos con todo nuestro fardaje para caminar, Cortés comenzó a hacer un parlamento acerca del peligro en que estábamos, porque sabíamos cierto que en los cami- nos e pasos malos nos estaba aguardando todo el poder de México y otros muchos guerreros puestos en esteros y acequias; e nos dijo que sería bien, e así nos lo man- daba de hecho, que fuésemos desembarazados y dejáse- mos el fardaje e hato, porque no nos estorbase para el tiempo de pelear. Y cuando aquello le oímos, todos a una le respondimos que, mediante Dios, que hombres éramos para defender nuestra hacienda y personas e la suya, y que sería gran poquedad si tal hiciésemos; y desque vio nuestra voluntad y respuesta, dijo que a la mano de Dios lo encomendaba; y luego se puso en concierto cómo habíamos de ir, el fardaje y los heridos en medio, y los de a caballo repartidos, la mitad dellos delante y la otra mitad en la retaguardia, y los ballesteros también con todos nuestros amigos, e allí poníamos más recaudo, por- que siempre los mexicanos tenían por costumbre que da- ban en el fardaje; de los escopeteros no nos aprovechá- bamos, porque no tenían pólvora ninguna; y desta ma- nera comenzamos a caminar. Y cuando los escuadrones mexicanos que había enviado Guatemuz aquel día vieron que nos íbamos retrayendo de Suchimilco, creyeron que de miedo no los osábamos esperar, como ello fue verdad, y salen de repente tantos dellos y se vienen derechos a nosotros, e hirieron ocho soldados, e dos murieron de ahí a ocho días, e quisieron romper y desbaratar por el far- daje ; mas, como íbamos con el concierto que he dicho, no tuvieron lugar, y en todo el camino hasta que llega- mos a un gran pueblo que se dice Cuyoacoan, que está obra de dos leguas de Suchimilco, nunca nos faltaron re- batos de guerreros que nos salían en partes que no nos podíamos aprovechar dellos, y ellos sí de nosotros, de mucha vara y piedra y flecha; y como tenían cerca los esteros y zanjas, poníanse en salvo.

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 478-483
Lugar(es):
  • Xochimilco
  • Coyoacán
Persona(s):
  • Cuauhtémoc
  • Hernando Cortés
  • Cristóbal de Olíd