Consecuencias de la derrota de Pánfilo de Narváez

Texto original con ortografía de la época:

Dejemos esto, y pasemos adelante: que, como el Narváez estaba muy mal herido y quebrado el ojo, demandó licencia a Sandoval para que un cirujano que traía en su armada, que se decía maestre Juan, le
curase el ojo a él, y otros capitanes que estaban heridos, y se la dio; y estándole curando llegó allí cerca Cortés disimulado, que no le conociesen, a le ver curar; dijeronle al Narváez que estaba allí Cortés, y como se lo dijeron, dijo el Narváez: "Señor capitán Cortés, tened en mucho esta victoria que de mí habéis habido y en tener presa mi persona"; y Cortés le respondió que daba muchas gracias a Dios, que se la dio, y por los esforzados caballeros y compañeros que tenía, que fueron parte para ello. E que una de las menores cosas que en la Nueva-España ha hecho es prenderle y desbaratarle; y que si le ha parecido bien tener atrevimiento de prender a un oidor de su majestad. Y cuando hubo dicho esto se fue de allí, que no le habló más, y mandó a Sandoval que le pusiese buenas guardas, y que no se quitase del con personas de recaudo; ya le teníamos echado dos pares de grillos y le llevábamos a un aposento, y puestos soldados que le habíamos de guardar, y a mí me señaló Sandoval por uno dellos, y secretamente me mandó que no dejase hablar con él a ninguno de los de Narváez hasta que amaneciese, que Cortés le pusiese más en cobro. Dejemos desto, y digamos cómo Narváez había enviado cuarenta de a caballo para que nos estuviesen aguardando en el paso del río cuando viniésemos a su real, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y supimos que andaban todavía en el campo; tuvimos temor no nos viniesen a acometer
para nos quitar sus capitanes, e al mismo Narváez, que teníamos presos, y estábamos muy apercibidos; y
acordó Cortés de les enviar a pedir por merced que se viniesen al real, con grandes ofrecimientos que a todos prometió: y para los traer envió a Cristóbal de Olí, que era nuestro maestre de campo, e a Diego de Ordás, y fueron en unos caballos que tomaron de los de Narváez, que de todos los nuestros no trajimos ningunos, que atados quedaron en un montecillo junto a Cempoal; que no trajimos sino picas, espadas y rodelas y puñales; y fueron al campo con un soldado de los de Narváez, que les mostró el rastro por donde habían ido, y se toparon con ellos; y en fin, tantas palabras de ofertas y ofrecimientos les dijeron, por parte de Cortés que los trajeron. Y antes que llegasen a nuestro real ya era de día claro; y sin decir cosa ninguna Cortés ni ninguno de nosotros a los atabaleros que el Narváez traía, comenzaron a tocar los atabales y a tañer sus pífanos y tambores, y decían: "Viva, viva la gala de los romanos, que siendo tan pocos han vencido a Narváez y a sus soldados"; e un negro que se decía Guidela, que fue muy gracioso truhán, que
traía el Narváez, daba voces que decía: "Mirad que los romanos no han hecho tal hazaña"; y por más que les decíamos que callasen y no tañesen sus atabales, no querían, hasta que Cortés mandó que prendiesen al atabalero, que era medio loco, que se decía Tapia ; y en este instante vino Cristóbal de Olí y Diego de Ordás, y trajeron a los de a caballo que dicho tengo, y entre ellos venía Andrés de Duero y Agustín Bermúdez, y muchos amigos de nuestro capitán; y así como venían, iban a besar las manos a Cortés, que estaba sentado en una silla de caderas, con una ropa larga de color como anaranjada, con sus armas
debajo, acompañado de nosotros. Pues ver la gracia con que les hablaba y abrazaba, y las palabras de tantos cumplimientos que les decía; era cosa de ver qué alegre estaba; y tenía mucha razón de verse en aquel punto tan señor y pujante; y así como le besaban la mano se fueron cada uno a su posada. Digamos ahora de los muertos y heridos que hubo aquella noche. Murió el alférez de Narváez que se decía fulano de Fuentes, que era un hidalgo de Sevilla; murió otro capitán de Narváez que se decía Rojas, natural de  Castilla la Vieja; murieron otros dos de Narváez; murió uno de los tres soldados que se le habían pasado, que habían sido de los nuestros, que llamábamos Alonso García "el carretero", y heridos de los de Narváez hubo muchos; y también murieron de los nuestros otros cuatro, y hubo más heridos; y el cacique gordo también salió herido: porque, como supo que veníamos cerca de Cempoal, se acogió al aposento de  Narváez, y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy bien y le puso en su casa, y que no se le hiciese enojo. Pues Cervantes "el loco" y Escalonilla, que son los que se pasaron al Narváez que habían sido de los nuestros, tampoco libraron bien, que Escalona salió bien herido, y el Cervantes bien apaleado, e ya he dicho que murió "el carretero". Vamos a los del aposento del Salvatierra, el muy fiero, que dijeron sus soldados que en toda su vida vieron hombres para menos ni tan cortado de muerte cuando nos oyó tocar al arma y cuando decíamos: "Victoria, victoria; que muerto es Narváez." Dicen que luego dijo que estaba muy malo del estómago, e que no fue para cosa ninguna. Esto lo he dicho por sus fieros y bravear; y de los de su compañía también hubo heridos. Digamos del aposento del Diego Velázquez y otros capitanes que estaban con él, que también hubo heridos, y nuestro capitán Juan Velázquez de León prendió al Diego Velázquez, aquel con quien tuvo las bregas estando comiendo con el Narváez, y le llevó a su aposento y le mandó curar y hacer mucha honra. Pues ya he dado cuenta de todo lo acaecido en nuestra batalla, digamos ahora lo que más se hizo. 

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 358-360
Lugar(es):
  • Cempoala
Persona(s):
  • Hernando Cortés
  • Gonzalo de Sandoval
  • Pánfilo de Narváez