La visión de la conquista en el siglo XIX.
Al igual que con otras repúblicas de Hispanoamérica, el rechazo español a la independencia de México complicó el proceso de consolidación de las instituciones nacionales; en su caso la situación fue más grave, pues además de la presencia hispana en San Juan de Ulúa—con
bombardeos continuos a Veracruz—el auge minero novohispano de las décadas previas representó un “botín apetecible” para distintas naciones; así, el nuevo país padeció varios conflictos—incluida la pérdida de la mitad de su territorio—en las décadas que siguieron. Por otra parte, la integración de una conciencia nacional en una sociedad desigual y compuesta por un mosaico geográfico diverso representó un desafío enorme. En ese panorama adverso, el discurso nacionalista halló en la conquista española un acicate para enfrentar los retos del día. Algunos ejemplos ilustran esas circunstancias difíciles.
En plena guerra de Independencia, Servando Teresa de Mier defendió los derechos americanos para alcanzar su libertad ante la desintegración que padecía la monarquía española; a la par de ello escamoteó a los hispanos cualquier participación en el desarrollo de símbolos como el de Tonantzin-Guadalupe, el cual atribuía a la supuesta presencia atávica de un apóstol perdido; o sea, la justificación de la evangelización sostenida por los conquistadores de repente desaparecía. Por su parte, tras el triunfo del Ejército de las Tres Garantías y justo en 1829, año en que tropas españolas intentaron la reconquista de México, Carlos María de Bustamante manifestó una condena iracunda de los “bandoleros” que habían sometido al antiguo Anáhuac.
En los años que siguieron, y aún antes de firmarse el Tratado de Paz con España, José María Luis Mora encabezó un ataque contra las “corporaciones” coloniales como la Iglesia, el ejército y los bienes del Marquesado del Valle—heredados por Hernán Cortés a sus sucesores. De manera sorprendente y simultánea identificó la existencia del país con la memoria del conquistador, a quien consideró como “uno de los hombres más ilustres” de su tiempo; además, ponderó sus actos como algo propio de la época y censuró a quienes anteponían un fervor patriótico a una valoración serena de la obra evangelizadora y cultural de España en el Nuevo Mundo.
Por su parte, ya con el reconocimiento español a la independencia otorgado en 1836, Lucas Alamán abundó en esa perspectiva integradora; aunque su posición sobre el ex Marquesado difería de la de Mora, pues fungía como administrador de ese patrimonio, reflexionó sobre el papel de las conquistas en la conformación de las naciones y al respecto destacaba el carácter mestizo de la historia mexicana; si bien sus preferencias se inclinaban por la cultura española, subrayó la defensa heroica realizada por los mexicas, que en nada desmerecía frente a la de otros pueblos. También fundó el Museo Nacional, con el objeto de reunir el mayor número posible de “monumentos y antigüedades” indígenas.
Justo cuando Alamán iniciaba las conferencias que integrarían sus Disertaciones sobre la historia nacional, el bostoniano William H. Prescott publicó la Historia de la Conquista de México, en la cual presentó un amplio cuadro de la sociedad mexica y su sometimiento por Cortés y sus aliados; como harían otros autores, Prescott identificó a ésa como una lucha entre “la civilización y la barbarie”. Un mérito de su obra fue intensificar el entusiasmo por el estudio de la antigüedad indígena; ello permitió un intercambio fructífero con estudiosos mexicanos—aún en plena guerra del 47; con la firma del Tratado de Paz, pareció que México y Estados Unidos disfrutarían de sosiego, pero, en realidad ambos atisbaban sendos procesos de definición nacional: la Guerra de Reforma e Intervención Francesa en el primero y la Guerra Civil en el segundo.
Un resultado de todo ello fue la instauración de Maximiliano de Austria como emperador de México. De manera inesperada—sobre todo para los conservadores que le ofrecieron el trono—además de ratificar la venta de bienes eclesiásticos, al igual que otros políticos, en su discurso del 16 de septiembre (de 1864), el monarca defendió la independencia y condenó al régimen colonial, considerando que con el Grito de Dolores habían quedado “aniquilados la esclavitud y el despotismo de centenares de años” (¡Ay de sus ancestros de la casa de Habsburgo!)
En los años que siguieron (tras el triunfo de la República Restaurada y al iniciar el Porfiriato) se plantearon visiones reveladoras de las condiciones prevalecientes; por un lado, Manuel Orozco y Berra no obstante presentar fuentes que ilustraban los afanes de los grupos indígenas por asegurar la amistad española al momento de la conquista, les reclamaba—sobre todo a tlaxcaltecas y texcocanos—no haber antepuesto la “causa común” de “la patria” (¿?) para inclinar la balanza a favor de los mexicas. Lo cual, evidenció más la frustración por la falta de unidad nacional ante los conflictos internacionales de su tiempo que las condiciones de los pueblos mesoamericanos del posclásico.
A su vez, Niceto de Zamacois, autor de origen hispano, en el primer recuento monumental—dieciocho volúmenes—de la historia nacional, además de destacar la relevancia de su conocimiento para cualquier español, delineaba una cadena de encuentros y desencuentros de españoles y mexicanos, dentro de su propia nación cada cual, y luego entre unos y otros a lo largo del siglo XIX; los cuales debían remitirse a la “amistad sincera” de Hernán Cortés y Moctezuma. Así, llamaba a la reconciliación y lanzaba una voz de alerta ante las influencias a las que México estaba expuesto con la modernización de fin de siglo, mismas que podrían socavar la herencia hispana. Por su parte, Alfredo Chavero, en su colaboración con la versión nacional del recuento pormenorizado, México a través de los siglos, ilustraba, literalmente, de manera profusa la antigüedad indígena, mostrando el rigor y estudio sistemático de fuentes que había aprendido de su mentor José Fernando Ramírez.
En pleno auge del Porfiriato con una estabilidad política que permitió la inversión extranjera y la promoción del desarrollo económico—así como la intensificación del despojo de tierras a las comunidades promovida por la desamortización reformista—, al publicar varios libros de texto, Justo Sierra consideró indispensable distinguir entre Hernán Cortés “el Fundador” de la sociedad mexicana (tras la toma de México Tenochtitlan) y Miguel Hidalgo, el “Padre” afectivo de la misma.
Para culminar el siglo, en plenos festejos del Centenario de la Independencia, en 1910, en la capital del país se presentó un Desfile de la Historia Nacional, y en él participaron mexicas, tlaxcaltecas y conquistadores españoles entre otros[1]. Pareció por un momento que la reconciliación de distintos sectores en una visión histórica integral era posible. Sin embargo, tras el discurso evolucionista del régimen yacía una profunda desigualdad, encarnada vivamente en un alto grado de anti-indigenismo.
Con motivo de la séptima reelección de Porfirio Díaz, lo que pareció una mera disputa electoral, pronto devino en un agudo conflicto con múltiples implicaciones sociales, en el cual la Conquista española recobró un carácter emblemático demandante de justicia, como lo manifestaron al mundo los murales de los edificios públicos en los años siguientes.
Para saber más
- Pi-Suñer Llorens, Antonia En Busca de un Discurso Integrador de la Nación 1848- 1884 en Historiografía Mexicana, México: Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1997.
- Plasencia de la Parra, Enrique. Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo,1825-1867, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, septiembre de 1991.
- Roldán Vera, Eugenia. "Conciencia histórica y enseñanza; Un análisis de los primeros libros de texto de historia nacional. 1852-1894", Tesis de licenciatura en historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1995.
- Soto, Miguel. “De dilemas y paradojas. La imagen de Hernán Cortés del México independiente al Porfiriato”, en Carmen Martínez y Alicia Mayer, Coordinadoras, Miradas sobre Hernán Cortés, Madrid, Iberoamericana, Vervuert, 2016, p. 233-261.
[1] Estas imágenes aparecen en Memorias de un mexicano, Fundación Carmen Toscano, 2004.