La "conquista de México" vista por la historiografía anglosajona

Es lógico pensar que, para bien o para mal, la figura de Hernán Cortés y el hecho de la conquista de México Tenochtitlan, así como los subsecuentes acontecimientos que a partir de los años cruciales de 1519-1521 cambiaron la faz de Mesoamérica y del mundo, están ligados permanentemente a la conciencia histórica de los mexicanos. Mas no lo es tanto que, a lo largo de casi 500 años, este contradictorio personaje y la empresa que llevó a cabo han sido también hondas inquietudes intelectuales en el mundo anglosajón, particularmente en la Gran Bretaña y los Estados Unidos de América.

     Podría asimismo asombrar el que un gran retrato de Cortés, copia del original del Hospital de Jesús de la ciudad de México, alguna vez adornara los muros de la Casa Blanca en Washington, D.C., poco después de culminada la guerra con México (abril de 1846-febrero de 1848). Se trataba de un singular regalo, cargado de significado, que recibiera Sarah Childress, la esposa del presidente James K. Polk, como simbólico recuerdo del papel que había jugado su esposo, entonces mandatario de la flamante República triunfadora, en la que se tildó como "segunda conquista de México". Esto no se dio por casualidad, pues la imagen de Cortés y la conquista flotaban en el ambiente no sólo culto y letrado en los Estados Unidos, sino igualmente a nivel popular, tras la publicación en 1843 de The History of the Conquest of Mexico: With a Preliminary View of the Ancient Mexican Civilization, and the Life of the Conqueror, Hernando Cortés del historiador Wiliam H. Prescott (1796-1859), considerado un parteaguas en la historiografía del vecino país del norte.  El retrato del capitán extremeño derivado de la pluma del reconocido letrado de la universidad de Harvard, cobraba vida rodeado de un halo legendario, como un militar capaz pero, sobre todo, era destacado por Prescott "por su espíritu ilustrado y su comprensivo y versátil genio". Si así de notable era el protagonista, no menos admirable era su hazaña a los ojos de este autor novoinglés, quien se maravillaba de que la derrota de la capital del gran "imperio azteca", fuera llevado a cabo "por un puñado de indigentes aventureros", hecho que le parecía "milagroso" y "demasiado asombroso para no ser ficción y no tener paralelo en las páginas de la historia".

     Dejaremos de momento a Prescott para volver posteriormente a él, e iremos ahora más atrás en el tiempo, para indagar en los orígenes de la historiografía anglosajona sobre qué se ha pensado de Hernán Cortés y cómo se ha considerado el suceso de la llamada "Conquista de México", así, con mayúsculas, una interpretación cuyos antecedentes se remontan cuatro siglos.

    A diferencia de lo ocurrido en la historiografía mexicana, determinada la más de las veces por una utilización ideológico-política de acuerdo a los vientos siempre cambiantes de los gobiernos en turno, en las discusión historiográfica anglosajona no ha habido una imagen tan, digamos, "visceral" de Hernán Cortés. Si bien ésta ha aparecido polarizada por momentos, no ha sido tan antagónica como plantea la dicotomía "héroe o villano". Cortés ha desfilado en el tiempo ya como un ambicioso y astuto aventurero, ya como un hombre admirado por sus destrezas como sagaz líder, valeroso conquistador e incansable descubridor y, por último, en la actualidad, un ser de claroscuros, con virtudes y defectos, analizado en sus circunstancias y su tiempo. Demos, pues, a continuación, el recorrido que nos dará un panorama de la idea que se tuvo de Hernán Cortés y del acontecimiento que llamó poderosamente el interés del mundo anglosajón desde el siglo XVI. Muy someramente, empezaremos con las primeras interpretaciones surgidas en la Inglaterra isabelina, posteriormente veremos su desarrollo en la época colonial angloamericana y  la Independencia de las Trece Colonias; nos detendremos particularmente en la ya mencionada Historia de la Conquista de William H. Prescott en el siglo XIX y terminaremos con la mención de los autores más influyentes en dicha temática de los siglos XX y XXI.

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Desde que llegaron las noticias del "descubrimiento" del continente americano por España y, sobre todo, después de que el mundo europeo supo que la corona española había sometido al gran imperio de México Tenochtitlan, no se hablaba de otra cosa en la corte inglesa. Dos geógrafos e historiadores  del mismo nombre, Richard Hakluyt, tío y sobrino respectivamente, animaban a la reina Isabel I (1558-1603) de Inglaterra a emprender viajes de descubrimiento, conquista y colonización en América, a tierras "que no estuvieran ya en posesión de un príncipe cristiano", pues suponían que la soberana tenía tanto derecho o más, dada su magnanimidad y metas, que el rey de España, a meter las manos en las Indias Occidentales. Entre 1558 y 1600 fue publicada la obra de Hakluyt "el Viejo", The Principal Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation y en ella refería, con rigor cronológico, los avatares de Cortés, desde su llegada a Cozumel, hasta la caída de la capital mexica, para terminar no en ese clímax, sino en la muerte del conquistador, prueba de que su vida postrera trascendía al sólo hecho de haber vencido a los enemigos indígenas en agosto de 1521. El historiador relataba, en paralelo, otros logros hispánicos, como el viaje de Magallanes, el descubrimiento del océano Pacífico por Vasco Nuñez de Balboa y la conquista de Perú a cargo de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, cuyos cruentos excesos, en su opinión, sobrepasaban por mucho lo acontecido en México. Todos estos acontecimientos, en conjunto, daban una gloria sin precedentes a España, la enemiga número uno de su nación.

    Sobre todo Hakluyt (1552-1616) y, después, su discípulo Samuel Purchas (1575-1626) sentaron las bases por muchos años de la interpretación inglesa, angloamericana y, después, estadounidense de la conquista de México. Su trato personal y sus obras influyeron poderosamente en varios "lobos de mar" de la época isabelina, como Walter Raleigh (1552-1618), el hombre de más talante de conquistador que tenía Inglaterra según el profesor Anthony Pagden, quien animaba a la altiva monarca inglesa a arrebatarle a España esas tierras pletóricas de riquezas y señalaba que aquel proyecto debía superar lo que habían hecho Hernán Cortés en México y Francisco Pizarro en Perú. El cortesano inglés, interesado en establecer una colonia en Guyana (América del Sur) había leído con interés estratégico la Historia General de las Indias (1552) de Gómara, y concluía que Cortés había podido triunfar sobre México sólo por el odio que los Tlaxcaltecas habían sentido hacia Moctezuma, lo que, en su opinión, había bastado al rey de España para convertirse en el soberano más rico del planeta. En su crónica, Raleigh refería sus esfuerzos para granjearse la amistad de los nativos guyaneses para concretar con éxito su proyecto de civilización.

    También de aquellos relatos se desprenden los primeros juicios ingleses sobre la temible crueldad de los conquistadores españoles y su insaciable avaricia de oro y plata que, en opinión de los historiadores mencionados, pesaba mucho más que el interés de salvar las almas de los nativos. Esta noción devenía de la lectura de la Brevísima destrucción de las Indias (1552) del dominico Bartolomé de Las Casas, cuya casi inmediata traducción al inglés y a diversos idiomas europeos puso en amplia circulación las críticas hechas por el propio fraile sevillano a la empresa conquistadora y colonizadora hispánica. Su libro se convirtió en una indispensable referencia "de cabecera" para los autores "nacionalistas" enemigos de España y sirvió de arma de combate para impugnar y descalificar el proyecto civilizador ibérico en América, lo que se ha conocido en la historia como la "leyenda negra" antihispánica. La imagen de la crueldad española contra los nativos de América acabó por convertirse en un manido estereotipo, cuya discusión filosófica aún sigue ocupando a autores de nuestro tiempo en ambos lados del Atlántico.  Detrás de esas críticas no se escondía la envidia que las naciones europeas (Inglaterra y Francia a la cabeza) mostraron hacia su poderosa rival;  tampoco se simulaba su propia sed de riquezas ni el interés de arrebatar a España su dominio de tierra firme y del Mar océano, cuya llave maestra conservó el poderío naval de España hasta la derrota de la escuadra "Invencible" de Felipe II en 1588, cuando la ruta del Atlántico quedó abierta tras la ruptura forzada del monopolio ibérico.

     Aún no se fundaba la ciudad de Boston en la Nueva Inglaterra (Massachusetts), llamada "la Nueva Jerusalén" por sus orgullosos plantadores, cuando en 1625, Thomas Gage, ex fraile dominico inglés y protestante converso, trotamundos en los reinos españoles de América, alentaba a Oliver Cromwell, entonces gobernante de la Commonwealth of England, a que emprendiera una conquista de aquellos opulentos territorios que poseía España, cosa que el Lord Protector decidió llevar a cabo finalmente en 1655, aunque sin el éxito esperado. En su crónica viajera, Gage ponía de ejemplo "aquella gran conquista sin paralelo" llevada a cabo por Hernán Cortés, figura "valiente" y "por siempre afamada". Sin embargo, la tónica general a lo largo del siglo XVII y buena parte del XVIII en las colonias inglesas, sobre todo en Nueva Inglaterra, fue calificar a Cortés como un conquistador ordinario, igual que sus demás compañeros, y a la conquista como una acción ilegítima y espuria, por haber sido violenta y destructora de una civilización que, a pesar de su tenaz defensa, había sido derrotada. En la producción escrita de la era angloamericana, esto se ve muy claramente, sobre todo entre los intelectuales puritanos del gobierno colonial y de las recientemente fundadas universidades de Harvard y Yale. Entre ellos, el ministro puritano Thomas Sheppard (1605-1649), repetía casi al pie de la letra los argumentos del padre Las Casas para desacreditar la labor de España: “los principios y fundaciones de los españoles en la parte sur de este vasto continente - afirmaba - se asentaron en la sangre de 19 millones de pobres inocentes nativos", lo que Sheppard leyó en el libro del jesuita Acosta  "un pájaro de su propio nido" también traducido al inglés, y agregaba que "cuando finalmente se les despoje [a los españoles] de sus mansiones doradas y de sus minas de plata, entonces los oprimidos de estas costas también penetrarán”.  Tal despojo de los bienes españoles, como señalaba este teólogo inglés, sería, entonces, lícito y justo.

     Algunos años después, en 1663, los autores de la epístola dedicatoria a la traducción de la Biblia al Algonquino del reverendo John Eliot contrastaban el "humanitarismo" inglés con la "ambición" española y escribían que “las colonias del sur pertenecientes a la nación española han enviado a casa desde este continente americano mucho oro y plata como el fruto y fin de sus descubrimientos y trasplantes, lo que, confesamos, es una comodidad escasa en estos climas fríos”. Destacaban que, por el contrario, las colonias novoinglesas ofrecían la Palabra de Dios en lengua india, un fruto “mucho mejor y más noble que el oro”. Los teólogos-historiadores, como Increase y Cotton Mather, padre e hijo respectivamente, y quizá los voceros más encarnizados de la sanción moral contra España en ese tiempo, referían las hazañas inglesas como gestas más impresionantes y dignas de mención que las de los españoles. En sus relatos, Cortés no era descrito como un héroe, no como el conquistador por antonomasia, pero por más que quisieran soslayarla, su acción militar no podía ser menoscabada. La proeza del extremeño sin duda les resultaba admirable a estos autores, aunque pocos lo admitían abiertamente. Además, para los historiadores puritanos, de médula confesional calvinista, uno de los principales lastres dejados por España, además de la crueldad, el saqueo y la explotación, había sido el catolicismo. Cotton Mather, quien conocía bien varias crónicas de la conquista y la evangelización de México, expresaba en su India Christiana (1721) que “el Evangelio que los españoles han transmitido a los indios es imperfecto y espurio”. Además, insistía en que los indios habían sido violentamente despojados de sus tierras, mientras que los novoingleses, en cambio, habían tratado a los nativos de la manera más honesta posible, con la justa adquisición de tierras y con el consentimiento de los implicados, pues no les movía la codicia. Así, la compra y no la conquista legitimaba para Mather la posesión británica. En esa imperiosa necesidad de justificar la presencia inglesa en América, Mather llegó a decir que Dios había encargado a los novoingleses el cuidado de los aborígenes de este continente y no se cansaba de repetir  que en esa humanitaria tarea “no hemos actuado con la avaricia, falsedad y crueldad de los católicos [españoles]”. Mather predecía la pronta derrota de España, que "estaría acompañada de la pérdida de sus intereses americanos”, tras lo cual Angloamérica se alzaría como ejemplo para Europa con "una conquista de América diez veces más gloriosa que todas las que jamás cualquier Cortez [sic] haya proseguido [pues] el reino aquí será el de Dios”. El bostoniano finalizó diciendo que “las conclusiones de Pedro Mártir [de Anglería] bien podrían ser nuestras”.

     La historiografía británica, primero, y estadounidense, después, esgrimirían los peores ejemplos de la conquista de México y alentarían el contraste entre la colonización hispana (cruel y despiadada) y la inglesa (amable y generosa). Por supuesto que esta fórmula descansaba en un argumento falso. En Nueva Inglaterra lamentablemente no se frenó el expolio de las sociedades indígenas ni se evitó la extinción de muchas de ellas.

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De 1721, fecha en que Cotton Mather había publicado su India Christiana, a 1776 cuando fue redactada la Declaración de Independencia en Filadelfia, seguía del todo vigente la llamada "leyenda negra" en la historiografía colonial. Por su parte, el célebre estadista y exitoso hombre de negocios estadounidense Benjamin Franklin no escondía su admiración por Cristóbal Colón, pero se desmarcaba de los "ambiciosos" colonizadores españoles que sólo se jactaban de poseer "montañas de riquezas que daba el Potosí", explotadas a raíz de sus execrables "conquistas". Empero, pese a las críticas de Franklin, quien miraba la entrada sin freno de metales preciosos americanos a Europa como causas de inflación y pobreza, el hecho es que, en los jóvenes Estados Unidos también la búsqueda de riquezas, tierras  y metales fue un vital estímulo para la expansión y, como sabemos, no cesó en la nueva república el ansia de ensanchar su dominio a costa de las poblaciones indígenas.

     Dentro del grupo de próceres de la nueva nación, quien no ocultó su admiración por los lances ibéricos fue Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, quien se jactaba de leer en buen español a los "clásicos" historiadores de la conquista de México, y entre los libros que llenaban los anaqueles de su biblioteca personal, el ilustre político señalaba a Gómara, Acosta, Solís, Torquemada, Clavijero y al propio Cortés, pero también mantenía correspondencia y estrecha relación de amistad con el científico alemán Alejandro de Humboldt, cuyo Ensayo Político de la Nueva España (1811), resultado de sus viajes a los dominios españoles en América, dedicaba varias páginas a la empresa cortesiana y había publicado por vez primera el testamento de Cortés. El Captain Nathaniel Cutting, amigo de la familia Jefferson, registró en su diario que un día de visita en Monticello (Virginia) Thomas leía en voz alta a su hija Mary la Historia de la Conquista de México de Antonio de Solís y Rivadeneira, publicada originalmente en 1684 y ya traducida al inglés para finales del siglo XVIII. Cutting resaltaba que ese libro incluía interesantes historias de los conquistadores españoles con descripciones de las costumbres y rituales de los nativos. También los relatos de conquista estaban incluidos en los libros V y VI de la History of America (1780) del pastor protestante William Robertson, herencia historiográfica de la Ilustración inglesa, obra de enorme influencia allende el Atlántico, con juicios negativos sobre los indios y los españoles, a la que Jefferson respondería al año siguiente en su Notes on the State of Virginia (1785), para enmendar las que suponía eran imprecisiones del famoso historiador escocés.

Para citar: Alicia Mayer, La "conquista de México" vista por la historiografía anglosajona, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/2648/2632. Visto el 05/10/2024