Algunas consideraciones acerca del sacrificio humano

El sacrificio humano es un tema “complicado” en la opinión pública, pues se piensa como indicador de salvajismo. Existe en el imaginario colectivo una escena “estilo Hollywood” donde hombres nativos se muestran arrancando el corazón de la manera más sanguinaria a una joven hermosa o, mejor aún, a un explorador blanco que ha caído en tal infortunio. En la realidad, el fenómeno del sacrificio es sumamente complejo y conlleva muchas aristas; la clave para comprenderlo es abrir nuestra mente a nuevas concepciones de vida y muerte, así como de la violencia y alejarnos del prejuicio marcado por el pensamiento occidental y la religión que permean nuestra forma de entender el mundo.

De acuerdo con su etimología, sacrificium es la acción de hacer o convertir algo en sagrado. Esto consiste en ofrendar la vida –de cualquier tipo– mediante su consumo. A lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, el hombre ha realizado sacrificios: de otros hombres, pero también lo ha practicado de animales, objetos (con agentividad; dígase armas, efigies, cetros, platos, etc.), accidentes geográficos, elementos naturales (como montañas, árboles, plantas, etc.) y arquitectónicos (edificios, estelas, esculturas, etc.), e incluso de deidades.

Es un buen momento para aclarar que el sacrificio no implica invariablemente la pérdida de la vida, aunque éste sea el tema del presente artículo, los hombres practicaron diversos actos rituales donde podían ofrendar otro tipo de sustancias divinas que en Mesoamérica, mayormente, consistían en el derramamiento de sangre por diferentes procesos. Por ejemplo: los mexicas pasaban una misma cuerda por el glande de cierto número de hombres a la vez, las mujeres mayas de élite quemaban el papel ensangrentado producto de pasar una cuerda con incrustaciones de lo que parecen eran pequeñas navajillas por su lengua; hombres y mujeres mexicas, en una de las fiestas de las veintenas, se hacían cortes con puntas de maguey en brazos, rostro y orejas para ensangrentar dichos objetos.

Volviendo al sacrificio humano, existen diversas especulaciones acerca de su origen: una propone que surgió de la exploración social de la muerte, otra argumenta que se debió a la búsqueda de fertilidad por sociedades agrícolas. En lo que refiere a su función, para el caso específico de Mesoamérica muchos han aceptado el presupuesto de que estos actos estaban encaminados a fomentar/garantizar el correcto funcionamiento del cosmos; otros proponen que a través del sacrificios se buscó el beneficio político y/o económico, y otros han hablado de la transferencia de algún tipo de ánima o energía. En la actualidad se reconoce como un fenómeno complejo con múltiples significados y pretensiones; por esta razón, lo más adecuado remitirse a los estudios de caso. 

Aunque a grandes rasgos M. Graulich no se equivocó al advertir que el sacrificio (en general) buscó alimentar deidades y a otras entidades, reactualizar los mitos, transmitir mensajes, obtener beneficios, consagrar y expiar. Bajo esta misma lógica, la víctima sacrificial constituyó una diversidad de significados al ser en sí misma alimento, deidad, semilla, personaje mítico, e incluso el mismo sacrificador. Mientras que el sacrificador, igualmente, fue un personaje polisémico al personificar actores entre los que también se encuentran personajes míticos y el propio sacrificado.

La evidencia más temprana es la descubierta por Anderson en los entierros 2 y 3 de la cueva de Coxcatlán, Tehuacán (5750 a.C.), correspondientes a una fase precerámica, en donde fueron hallados dos infantes decapitados con las cabezas intercambiadas y con marcas de descarnamiento. Otras evidencias tempranas se encuentran dispersas por Mesoamérica y el resto del territorio mexicano: Zacatecas, Oaxaca, Ciudad de México y Guatemala por poner algunos ejemplos. Esta evidencia es así mismo prueba de que el sacrificio humano no fue exclusivo de los mexicas, o una invención de los castellanos para justificar la Conquista, como erróneamente suele pensarse.

Es cierto que en buena parte es gracias a los relatos de los cronistas españoles, respecto al sacrificio humano practicado por los mexicas, que se han generado una multiplicidad de opiniones que van, como se dijo arriba, desde la justificación de la violencia llevada por los españoles durante las guerras de conquista, hasta la negación de la existencia de estas prácticas, ya sea por evitar adjudicarles adjetivos primitivistas a las sociedades mesoamericanas o por la visión romántica de las mismas. Como lo veremos en otras colaboraciones de esta misma semana, así como otras pasadas y futuras, el sacrificio humano existió y eso es un hecho. Si bien no es correcto negarlo, tampoco lo es el magnificarlo al grado de hablar de la pérdida masiva de vidas en sacrificios multitudinarios; gracias a la evidencia bioarqueológica –de trabajos como los de Ximena Chávez–, sabemos que no fue así. Lejos de buscar adjetivos calificativos para este fenómeno, la invitación es a conocerlo y entenderlo. El sacrificio humano fue una práctica realizada desde épocas muy tempranas, no sólo en África y América; vikingos, celtas, griegos, egipcios, íberos y un larguísimo etcétera lo llevaron a cabo. Incluso el catolicismo practicado en la actualidad sustenta su fe en el sacrifico de vida de Jesucristo, al morir en una cruz para expiar los pecados de la humanidad. De tal suerte que su presencia en una sociedad no la califica ni la determina, no es un signo de salvajismo o retraso cultural.

Para citar: Gabriela Rivera Acosta, Algunas consideraciones acerca del sacrificio humano, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/1855/1847. Visto el 24/04/2024