Mesoamérica, sus futuros posibles en 1520

Cómo señala Eduardo Natalino en su amoxtli de esta semana, La culpa no es de Moctezuma, Malintzin o de los tlaxcaltecas, las mujeres y hombres mesoamericanos que se aliaron con los expedicionarios españoles llegados a estas tierras en 1519 y 1520 no podían conocer el futuro que sería producido por las decisiones que tomaron entonces.  Por otro lado, Mauricio Tenorio en su amoxtli, El futuro desconocido de España y Europa en 1520,  demuestra que tampoco Hernán Cortés y ni siquiera el flamante emperador Carlos V sabían que les depararía el destino en los años siguientes.

En suma, el futuro que indígenas y españoles podían imaginar en 1520, año 2-pedernal en la cuenta de los mexicas, no podía ser el mismo que se comenzaría a materializar un año después y que nosotros conocemos. Por otro lado, debemos reconocer que las decisiones que tomaron en ese año crucial fueron inspiradas por su propia visión del porvenir, por más equivocada que ahora nos pueda parecer. Sabemos que Cortés y sus hombres pretendían fundar un nuevo régimen feudal en que ellos serían por siempre los señores que vivirían del trabajo de sus vasallos indígenas; pero esta expectativa se transformó en encomiendas que duraron apenas dos generaciones. ¿Pero qué esperarían los mesoamericanos que apoyaron a los expedicionarios? Aunque tenemos menos elementos para responder estas interrogantes, trataré de proponer algunas posibilidades basándome en las tradiciones políticas y culturales mesoamericanas.

 

—Un mundo de alianzas

Lo más probable es que los tlaxcaltecas y cempoaltecas, los texcocanos, los chalcas y huejotzingas, en fin, la gran cantidad de altépetl y pueblos mesoamericanos que se aliaron con los españoles, esperaran construir con ellos una red de alianzas, una forma de gobierno compartido, como las que estaban acostumbrados a tejer en su propia historia. Hasta donde sabemos, durante los 2,000 años o más que existieron en Mesoamérica formas de gobierno organizadas, con ciudades capitales, dirigentes poderosos, sacerdotes especializados y guerreros profesionales, nunca hubo un poder centralizado o único. Al interior de cada entidad política, existían diferentes poderes y gobiernos: los mexicas estaban divididos en dos altépetl independientes con sus respectivos tlatoque: México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco. Tlaxcala, a su vez, era la alianza de cuatro señoríos. Chalco consistía en 5 o más altépetl de gran tamaño, divididos a su vez en altépetl más pequeños.

Por otra parte, ningún imperio dominó toda Mesoamérica, ni siquiera el de los mexicas; tampoco se impuso el culto a un solo dios, o una sola ciudad estableció su dominación sobre las demás. Incluso la brillante metrópoli de Teotihuacan, cuya influencia se sentía hasta las lejanas selvas mayas, competía y compartía el poder con otras urbes.

 Estas alianzas complejas, y muchas veces inestables, eran vencidas en la guerra y en su lugar se establecían nuevas alianzas. En 1427, una triple alianza que unía a Azcapotzalco, Colhuacan y Texcoco cayó por la rebelión de su último miembro, aliado a los mexicas (antes sometidos a las primeras dos ciudades). Tras vencer y asesinar al tlatoani de Azcapotzalco, los texcocanos fundaron con los mexicas una nueva Triple Alianza, invitando a Tacuba en lugar de esa ciudad.

A la luz de este antecedente, no sorprende que un sector de la dinastía de Texcoco haya decidido repetir esa maniobra, al romper su alianza con México-Tenochtitlan y ponerse del lado de los españoles y tlaxcaltecas. Podemos suponer, igualmente, que su idea era que tal cambio de lealtades debería conducir al establecimiento de una estructura política parecida a la que destruía, en la que Texcoco siguiera siendo parte principal: una futura triple alianza Texcoco, España y, tal vez, Tlaxcala.

A su vez, podríamos imaginar que los tlaxcaltecas, enemigos históricos de la Triple Alianza de México-Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, soñaran con sustituirla con otra en que ellos serían el eje: Tlaxcala, España y tal vez Huejotzingo o Texcoco.

 Esta era la expectativa más razonable dentro del marco político mesoamericano, que no tenía antecedentes de las formas de poder más verticales que terminarían por imponer los españoles, basadas en la autoridad absoluta de un solo monarca y en principios de discriminación de los indígenas que terminarían por excluirlos del poder y las riquezas ¿Podemos culparlos por no conocer la intolerancia religiosa, el naciente absolutismo, el racismo en formación?

 

—Nuevos seres, nuevos dioses, viejas amistades

Para fines de 1520 los mesoamericanos habían comenzado a establecer relaciones complejas y beneficiosas, en muchos sentidos, con los seres venidos del otro lado del mar. En primer lugar con los humanos, con quienes habían casado a sus mujeres y con quienes ya comenzaban a tener hijos en común, y a quienes habían enseñado a vestirse y comer como ellos. También con los animales a quienes comenzaban a acercarse, caballos, perros y otros. Igualmente, con los dioses. En Tlaxcala, una imagen de la Virgen María ya hablaba en sueños con un anciano nativo, a quien los españoles la habían dejado encargada en octubre de 1519, cuando partieron para México-Tenochtitlan. Es seguro que este sacerdote se comunicaba con la diosa extranjera en náhuatl y muy probable que ya estableciera con ella relaciones de intercambio ritual, como las que tenían los mesoamericanos con otros dioses. Sabemos también que los tlaxcaltecas y otros aliados se habían hecho fieles seguidores de Santiago Matamoros, el belicoso guerrero sagrado que alanceaba y pisoteaba infieles con su corcel blanco. Tanto los españoles como los mesoamericanos atribuían a este santo la victoria común sobre los cholultecas, en la atroz masacre de octubre de 1519, y sobre Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, en la igualmente brutal matanza de Templo Mayor en mayo de 1520. El historiador tlaxcalteca Muñoz Camargo nos cuenta que a partir de entonces se encomendaban a su poder antes de cada batalla, como lo hacían sus aliados extranjeros.

Es muy probable que los indígenas imaginaran en 1520 un futuro en que los seres recién llegados, humanos, animales y divinos, fueron integrados a las redes de intercambio y convivencia que existían en su mundo. A lo largo de miles de años, en efecto, los pueblos mesoamericanos habían incorporado a muchos extranjeros, nahuas, chichimecas, purépechas, y también peruanos y caribeños; sus panteones estaban construidos de dioses foráneos, invasores o secuestrados. Dentro de esta lógica, reconocer la capacidad de violencia de los españoles significaba buscar maneras de aliarse con ellos para dirigir su agresión contra los enemigos, tal como lo habían hecho los poderes entonces establecidos con invasores previos como los mexicas y los tlaxcaltecas. Igualmente, admirar y temer el poder de los dioses recién llegados implicaba buscar maneras de hacerse sus amigos, darles regalos y ofrendas para obtener su favor y protección, y evitar ser atacados y destruidos por ellos.

En 1520, los mesoamericanos no tenían por qué dudar que su mundo, mucho más inmenso que el pequeño contingente de españoles, sus animales y sus dioses, tendría la capacidad de absorber a estos nuevos seres. No tenían idea de que detrás del océano había un mundo aún mayor que el suyo, un mundo que unía a China y la India, a África y Europa,  y que pronto sus barcos, sus microorganismos, sus riquezas y sus tecnologías incorporarían a Mesoamérica en redes mucho más amplias. El único atisbo que podían tener entonces de esa inmensidad era la epidemia de viruela que los había asolado en 1520. ¿Podemos culparlos por no saber medir sus dimensiones? Antes de aducir una supuesta desventaja provocada por un imaginario “aislamiento” mesoamericano, habría que recordar que tampoco los conquistadores, provincianos e iletrados que vivían bastante aislados en las islas mas remotas del imperio, tenían idea clara de ese mundo mucho más inmenso, y mucho menos de las redes económicas y humanas que los habían empujado hasta estos remotos confines y que también a ellos terminarían por arrebatarles su futuro.

En conclusión, cuando comparemos los porvenires que podían imaginar los pueblos indígenas de Mesoamérica en 1520 con el mundo que comenzó a nacer en 1521, sobre las ruinas humeantes de México-Tenochtitlan apenas 8 meses después, debemos ser un poco más humildes. ¿Acaso nosotros mismos no hemos visto cancelarse porvenires que se anunciaban gloriosos e inevitables o al menos numéricamente predecibles? ¿Acaso en el último año no hemos sido sorprendidos por acontecimientos globales que nadie hubiera podido predecir en 2019?

Para citar: Federico Navarrete , Mesoamérica, sus futuros posibles en 1520, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2459/2454. Visto el 24/04/2024