El futuro desconocido de España y Europa en 1520

México-Tenochtitlán, en sentido estricto, no fue conquistado ni por Castilla ni por ningún reino europeo. La conquista fue una guerra civil entre indígenas en la cual Hernán Cortés fue un prófugo y su aventura un desacato del derecho militar e imperial. La máxima autoridad castellana en el nuevo mundo, el gobernador de Cuba Diego Velázquez, vio como forajidos a los soldados reclutados para una expedición legal a Yucatán y que en cambio siguieron al insubordinado Cortés. No obstante, Cortés persiguió su aventura ilegal, aprovechando o desatando una guerra civil entre indígenas. De 1519 a 1522 --cuando finalmente el emperador exoneró a Cortés, nombrándolo Gobernador y Capitán General de la Nueva España--, la conquista no era conquista, era cual saqueo de pirata en espera de que una majestad europea le otorgara el abrigo legal, la protección y eso: el derecho de conquista. Sin el torbellino de las tres primeras décadas del siglo XVI, del cual salió otra Europa y otro mundo, no se explica ni la riesgosísima apuesta de Cortés, ni su triunfo.

Cortés embarcó rumbo al Caribe en 1504. No era nadie, iba en busca de fama y fortuna. En ese mismo año muere la reina Isabel de Castilla. El mundo conocido por Cortés empezaba a desmoronarse mientras él se buscaba un destino en la politiquería imperial de Cuba. Para cuando sale de Cuba rumbo al continente americano a fines de 1518, Europa ya era otra, poco a poco desaparecían, por un lado, los reinos españoles que Cortés reconocía –en 1516 muere Fernando de Aragón--; por otro, se esfumaban los débiles amarres políticos entre las monarquías europeas que habían llevado a la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, a la expulsión de los últimos califatos, a la orden de conversión o expulsión de los judíos y a los viajes de Cristóbal Colón. Más aún, en 1504, Roma y el catolicismo resultaba incontestables para todas las monarquías europeas, y ahí estaba el ralo balance entre los crecientes dominios de los Reyes Católicos, con un Portugal en expansión, siempre temeroso de ser absorbido por España y en busca de alianzas con los otros poderes europeos enfrentados entre ellos: Inglaterra, Francia, Borgoña, los Países Bajos, los reinos y ducados alemanes y el imperio otomano siempre acechante.

Todo cambió en dos décadas. Para 1521 había nacido lo que no había existido desde Carlomagno: una monarquía católica universal, comandada por un rey de reyes, un emperador del Sacro Imperio Romano, Carlos I de España, V de Alemania, cuyos dominios abarcaban Castilla, Aragón, Borgoña, los Países Bajos, Nápoles, Sicilia, Austria, los reinos alemanes y lo conocido de América. Un solo imperio enfrentado a Francia y al imperio otomano, además de una peligrosa y débil alianza con Inglaterra ante el enemigo común: Francia. Y para cuando Pánfilo de Narváez llega a Veracruz para arrestar o fusilar a Cortés, Carlos V estaba en la Dieta de Worms escuchando de Martín Lutero su defensa ante el emperador y la Dieta. Carlos V lo condenó, pero en sus territorios alemanes el catolicismo ya no fue nunca más un monopolio ideológico y político. La Europa de la contra-reforma y las guerras de religión habían comenzado.

El mundo se estaba acelerando: en agosto de 1521, cuando España y Europa recibieron la noticia de la caída de, y masacre en, México-Tenochtitlán, se reburujaron muchas cosas que, por un tiempo, pusieron en segundo plano el carácter ilegal de la conquista y la disputa entre Velázquez y Cortés y, luego, hicieron posible el reconocimiento imperial de la conquista de Cortés; me refiero a sucesos como la muerte del viejo asesor imperial del joven Carlos V, Jean le Sauvage, y el nombramiento de Mercurino Arborio de Gattinara --destinado a ser el gran Maquiavelo de un nuevo estilo de imperio universal-- o la gran revuelta de los comuneros en Castilla, o a cosas como que en 1521 el nuevo sultán otomano, Solimán el Magnifico, había tomado Belgrado y acechaba Austria. Carlos V, a los 21 años, por primera vez en su vida, vistió la verdadera armadura, la de guerra: el emperador soldado encabezó la lucha armada para mantener sus dominios alemanes, expulsar a los otomanos, espantar a los franceses y mantener su alianza con Inglaterra. Por los próximos treintaicinco años, Carlos V sostuvo la monarquía universal pegada con alfileres. En esos lodos, este sapo: el Cortés que logró ser nombrado por Carlos V Gobernador y Capitán General de la Nueva España, se jugó su albur no ante el mundo que él conocía, sino ante la guerra mundial del siglo XVI. Cortés y sus conquistas fueron vitales para Carlos V, claro, pero esa larga guerra mundial que sostuvo el débil equilibrio de la monarquía universal también explica mucho del por qué ese torra cujons ganó su arriesgada apuesta.

En 1517 Carlos V pisó por primera vez la Península, estaba ahí para ser coronado rey por las Cortes de Castilla y Aragón. No hablaba ni español ni catalán, pero el emperador, cuya lengua materna probablemente fue el francés, para 1521 arengaba a sus tropas flamencas, prusianas, españolas, aragonesas e italianas en francés, español, alemán y flamenco. En 1521, Lutero se había dirigido a él en alemán y latín pero, al segundo día de comparecencia, el emperador se hartó del rebelde agustino y en medio alemán, medio latín, lo interrumpió y abandonó la Dieta. La contra-reforma había comenzado. Pero ni en 1517 ni en 1521 su poder en Castilla y Aragón era del todo seguro. Su madre, Juana la Loca, era la reina legítima, recluida en Tordesillas. En su primera presencia ante las Cortes de Castilla y Aragón, Carlos V era un joven de 17 años lleno de asesores no españoles. Saturó los reinos de España de autoridades extranjeras, decretó impuestos extraordinarios para mantener sus ejércitos y los territorios heredados de su extirpe. A partir de 1519, con la muerte de su abuelo --el emperador del Sacro Imperio Romano, Maximiliano I-- Carlos V requirió de más recursos para comprar a todos los electores que nombraban al emperador. Aragoneses y castellanos resistieron, y la península estalló en revueltas. Los comuneros se levantaron en armas contra la imposición de impuestos y autoridades extranjeras, en Valencia se desató la revuelta de las Germanías. La rebelión de los comuneros amenazaba con convertirse en una gran revuelta campesina, cosa que facilitó la cooperación de terratenientes y nobles locales para imponer el poder del emperador, coronado como tal en 1520. Nadie en ese contexto se decidía ni a reprimir ni a perdonar los delitos de un Cortés que iba por la libre, formando alianzas y masacrando pueblos. Cuando el emperador viajó de España a Inglaterra a firmar una alianza con Enrique VIII, para luego ir camino a su coronación imperial, pasando por los Países Bajos y los reinos alemanes, ya llevaba los regalos que Cortés le había mandado de América y asombraba al mundo con la nueva riqueza que, por supuesto, le fue indispensable para comprar los votos de los electores del Sacro Imperio Romano. Y en el camino no se olvidó de decretar los fueros “eternos” a los tlaxcaltecas, mientras seguía pensándose qué hacer con Cortés.

Cual rey de reyes, poco a poco Carlos V hizo de la monarquía universal una constelación de monarquías semi-autónomas. Con su asesor Gattinara, acaso el primer gran geo-estratega renacentista con verdadero y vasto poder, la monarquía universal comenzó a funcionar partiendo no de su poder absoluto sino de la consciencia de su debilidad. El buen emperador será aquel que respete los fueros, leyes, costumbres y lengua de cada uno de los reinos y ducados que forman el imperio. El buen emperador respeta y defiende la ley local y ofrece protección ante el constante acecho de otras potencias y de herejes. El poder del emperador devenía de la fidelidad de sus reinos, basada en una amplia autonomía y en el apoyo local, con soldados e impuestos, al emperador y a la religión católica. Lo cual implicaba una especie de inevitable sub-imperialismo: más que mandar, el imperio estaba para dar dirección, aprobar o en última instancia destruir lógicas locales, de cada reino del imperio. Todo se pactaba improvisadamente; cuando, para ser emperador, Carlos V prometió autonomía a los reinos alemanes, se vio obligado a respetar sus leyes, por eso desobedeció la orden papal de excomunión y captura de Lutero, y lo juzgó ante la Dieta de Worms. Y al enfrentar a Solimán a las puertas de Austria, no tuvo empacho en pactar con luteranos. Ese “know-how” le fue vital para, después de varios experimentos fracasados, constituir no una colonia, sino un reino en la Nueva España, siguiendo la tradición aragonesa de los virreyes, y así reconstituir una cierta autonomía local que le permitiera obtener las riquezas y el dominio simbólico y burocrático a miles de kilómetros de distancia. Así, si un bárbaro insubordinado como Hernán Cortés había podido con las armas mantener alianzas locales, la conquista y el flujo de riqueza, con él se pactaba. Una decisión, decía Gattinara, basada más en “razón de Estado que en estricta justicia”. De hecho, puede decirse que, de todas las guerras y pactos hechos por el emperador para mantener su vasta monarquía universal, lo que mejor le salió fue la Nueva España, lo demás, hasta Perú o Cataluña, parecía siempre al borde de la insubordinación.

En Nueva España, el problema vino veinte años después de la conquista: una vez establecido el ralo y tramposo orden imperial, siempre al borde del colapso, siempre capaz de improvisar, Cortés perdió importancia, viajó a España a defender los fueros de los conquistadores ante las nuevas leyes proteccionistas de indígenas, y murió sin ser recibido por su majestad imperial; una década después un supuesto complot de hijos de conquistadores amenazaba el imperio. No obstante, en realidad, el primer reto importante al nuevo reino de la Nueva España fue la guerra del Mixtón (1541-1542) cerca de Guadalajara y la Guerra Chichimeca (1550-1590) al descubrirse plata en Zacatecas y en la Gran Chichimeca. Curioso, en la guerra del Mixtón murió Pedro de Alvarado, el autor de la matanza de nobles aztecas en la festividad de Toxcatl de 1520, pero la infamia siempre gana: no fue una venganza azteca, murió con sus aliados purépechas, tlaxcaltecas y aztecas asesinados por distintos grupos indígenas de la Gran Chichimeca, enemigos de siempre de los del valle de Anáhuac. La larga y sangrienta Guerra Chichimeca acabó a la manera de los Habsburgo, no con un dominio militar absoluto, sino con una pax comprada y mantenida, garantizando fueros y regalos a los distintos grupos indígenas que asaltaban las carretas llenas de plata e insumos para los españoles e indígenas cristianos que colonizaban las fronteras de la Nueva España. Era como si el orden imperial estuviera al tanto de los verdaderos peligros del imperio: la capital imperial, la ciudad de México, a diferencia de la mayoría de las capitales europeas, fue reconstruida sin murallas, en tanto que la expansión al norte se hacía por medio de presidios.

La presencia de dos asesores italianos, Pedro Mártir y Gattinara, ayudó a Cortés en las complicadas y “grillosas” negociaciones de la corte del emperador. Pedro Mártir se mantenía al tanto de lo que pasaba en América, recibía las comunicaciones de frailes y conquistadores, y tenía en la cabeza las dificultades europeas que al mismo tiempo necesitaban de, y hacían más complicado, mantener el imperio americano. Y Gattinara, ante todo asunto americano, pedía parecer a Bartolomé de las Casas. Así, la monarquía universal hizo cosas tan contradictorias, pero a la larga importantes para mantener el dominio de la Nueva España, como, por un lado, aprobar la actuación de Cortés –que si hubiera sido oficial de las tropas europeas de Carlos V hubiera sido fusilado a las primeras de cambio—y, por el otro, lanzar la misión evangelizadora de los indígenas, aprobar la visión, sin duda explotadora, pero también paternalista y protectora de los súbditos indígenas del emperador. Se siguieron repartiendo encomiendas y esclavizando indígenas, por españoles y por aliados indígenas, especialmente en las fronteras de la Nueva España, pero el imperio impuso cuidar de la conciencia del emperador, con la complicidad del creciente poder de las órdenes religiosas ligadas directamente al emperador. Pronto, en defensa de sus súbditos indígenas, el emperador ordenó el masivo tráfico de esclavos africanos a sus dominios americanos. Es decir, por querer limpiar su conciencia del maltrato de sus súbditos indígenas, el emperador se embarcó en otra infamia, la esclavitud y tráfico de africanos, de la cual participaron todos, europeos, indígenas, mestizos. 

Nueva España se volvió en elemento indispensable para el gobierno del mundo. Su relativa estabilidad, su plata y la masiva evangelización mantuvieron simbólica y económicamente el poder del imperio. La Nueva España fue conectada con los dominios asiáticos, se convirtió en reino fiel. A la larga, Carlos V, al abdicar, renunció a la monarquía universal, era casi imposible gobernarla unida, y dejó el Sacro Imperio Romano a su hermano Fernando, e hizo de su hijo, Felipe II, rey de España y de su herencia aragonesa y parte de la Habsburga (Nápoles, Sicilia, parte de los países bajos). Felipe aún trató de mantener sus dominios italianos y holandeses, por un tiempo se apropió de Portugal, pero la monarquía universal fue hispanizada y la Nueva España ganó aún más importancia. En fin, un rosario de infamias. Sin América, no hubiera habido monarquía universal, pero sin esa Europa de la guerra mundial del siglo XVI quizá no hubiera habido Nueva España. La infamia reinó por todas partes, ¿pero hay de otra historia que la de las infamias?

 

Para leer más

  • Elliott, John H. y Angus MacKay, El mundo hispánico: civilización e imperio: Europa y América: pasado y presente, Barcelona, Crítica, 1991.
  • Elliott, John. H., España y su mundo, 1500-1700, Madrid, Alianza Editorial, 1990.
  • Navarrete Linares, Federico. La conquista de México, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000. 
  • Parker, Geoffrey, Emperor: a new life of Charles V, New Haven, Yale University Press, 2019.
  • Powell, Philip Wayne, La guerra chichimeca (1550-1600), México, Fondo de Cultura Económica, 1977.
Para citar: Mauricio Tenorio Trillo, El futuro desconocido de España y Europa en 1520, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2458/2454. Visto el 21/04/2024