Los combatientes de Otumba

Pródiga en leyendas, acciones heroicas y pasajes dramáticos, la Noche Triste fue un episodio de la Conquista que marcó el rumbo de los acontecimientos que habrían de venir. La gran derrota española y la consecuente salida de la ciudad, fue la antesala de otra emblemática batalla a la que conocemos como “La batalla de Otumba”. Camino a Tlaxcala, la derrota bélica y psicológica imperaba en la moral española-tlaxcalteca; con la frente baja, la artillería disminuida y la caballería mermada, Cortés y sus hombres se enfrentaron a un  enemigo mayor en número y moral en las tierras de Otumba. Según López de Gómara, tan dura fue la contienda que creyeron que aquél sería el último día de sus vidas. Esto, hasta que el rumbo del encuentro dio un giro inesperado gracias a la mente ágil de Cortés, pues según las fuentes advirtió que la muerte del líder mexica y la toma del estandarte terminarían con el encuentro que hasta entonces se veía perdido.

Y así sucedió,  Cortés arremetió contra el general mexica y tomando de sus inertes manos el estandarte, logró la inesperada victoria. Tan valorado fue el acto, que Gómara afirmó “no ha habido mas notable hazaña ni victoria de Indias desde que se descubrieron; y cuantos españoles vieron a pelear ese día a Hernán Cortés afirman que nunca hombre alguno peleó como él, ni acaudilló así a los suyos, que él solo por su persona libró a todos”.

Sin embargo, si ampliamos la fotografía, la batalla de Otumba es más que la narración apologética de Cortés. A decir verdad, más allá del gran número de guerreros indígenas en ambos bandos y las minorías que formaron parte, hubo combatientes dignos de ser mencionados: un ejemplo sobresaliente es el de María Estrada, quien formó parte de la infantería española. En la batalla de Otumba se le describió “como si fuese uno de los hombres más valerosos del mundo”; pues su desempeño aquel día, como en el de la Noche Triste, fue digno de ser recordado. Igual de meritorio es mencionar a los jinetes que formaron la vanguardia de la embestida de Cortés al líder mexica, pues no hubiese logrado mucho si en la ofensiva no le hubieran acompañado Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid, Rodrigo de Sandoval y Juan de Salamanca. La correcta apreciación de la participación de estos cinco jinetes y el llamativo caso de María Estrada nos permite visualizar la importancia de la participación de actores no hegemónicos en los combates y en general, en todo el proceso de conquista. Pues si la Historia nos ha recalcado algunos nombres a quienes se han erigido estatuas, la verdad es que las guerras también las ganaron los guerreros anónimos.

Sin embargo, según cuenta la leyenda, los seis jinetes que cambiaron el rumbo de la batalla no fueron solos, se encontraban con la valerosa compañía y al cobijo del Apóstol Santiago Matamoros, quien a caballo y espada se hizo presente en la batalla tal y como lo había hecho en las guerras en contra de los musulmanes en la península. Este santo fue un combatiente importante en Otumba y en las batallas de la conquista en las que se relató su aparición, pues su presencia en las crónicas resulta ser pronóstico irrefutable de grandiosas victorias. Al respecto, suele pensarse que la inclusión de deidades en los acontecimientos fue propio del pensamiento mesoamericano, pero en realidad también formó parte importante del discurso hispano, pues en su momento dio legitimidad a la guerra, y a sus fervientes creyentes, fortaleza para las batallas venideras.

En lo que respecta al líder mexica, este personaje se llamó Matlatzincatzin y tenía el cargo de cihuacóatl. Si bien el cargo político-militar nos recuerda a la deidad del mismo nombre, éste efectivamente estuvo inspirado en Cihuacoatl. Al ostentar dicho cargo, Matlatzincatzin era el segundo al mando en Tenochtitlan; entre otras cosas, se encargaba de la organización militar y servía como juez supremo. Sus labores se solapaban con las del tlatoani en momentos rituales e incluso podía gobernar en su ausencia. Su importancia era tal que era el único que no tenía que postrarse a los pies del Huey Tlatoani pues de cierto modo representaba al mismo gobernante. Su presencia en Otumba no fue gratuita, pues en ella existió un discurso bélico, político y cosmológico en seguimiento de la concretización de la victoria sobre los extranjeros que los mexicas pensaron ya tener asegurada. Es claro que no fue casualidad el que Cortés advirtiera la importancia de Matlatzincatzin y buscara terminar con su vida, y mediante ella, con la batalla; pues durante su estadía en la ciudad, el comprendió el papel real del cihuacóatl.

Ahora bien, no olvidemos el estandarte mexica y la decisión del capitán español de tomarlo y no, simplemente, dejarlo perderse con la vida de su portador. Pues no era cualquier estandarte, era el “estandarte real”, digno de ocupar sus propias líneas en las crónicas españolas. El mismo Cortés que conocía la trascendencia del objeto, lo entendido como otro participante crucial en la batalla. Se dice que él recordó escuchar que “toda la suma de sus batallas consistía en el estandarte real, cuya pérdida o ganancia decidía sus victorias o las de sus enemigos” según Solís. Así, podemos dar cuenta de la participación de combatientes con cualidades sobrehumanas como es el caso de Matlatzincatzin, pero también de combatientes no humanos, como Santiago Matamoros y el estandarte mexica, que fueron cruciales en el enfrentamiento, pero sobre todo, fueron actores clave en su desarrollo y resolución del mismo.

La batalla de Otumba fue el escenario en el que se desenvolvieron importantes actores que marcaron el rumbo de la conquista. Si bien las fuentes parecen hablar de una resolución heroica y a la vez absurda de la batalla, la verdad es que los combatientes que en ella entregaron más que sudor y sangre nos muestran un escenario muy diferente, donde no sólo participaron Cortés y sus generales, sus espadas y su gran valía como lo hacen parecer las crónicas. Por el contrario, fue el escenario que dio cita a todo tipo de combatientes: desde el soldado mexica del escalafón mas bajo, hasta el gran cihuacóatl, líder militar y político de cualidades sobrehumanas y de un estandarte que más que un objeto, era un actor crucial en el combate; o bien, desde el tlaxcalteca y español armado incipientemente, pasando por una férrea combatiente, hasta la aparición del mismo Apóstol Santiago. Así, la batalla de Otumba es una buena fotografía que concentra en sí la multiplicidad de la naturaleza de los combatientes de la conquista.

 

Para citar: Gabriela Rivera Acosta, Los combatientes de Otumba, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2189/2167. Visto el 28/04/2024