La memoria española de la Noche Triste

Durante el período colonial, los españoles contaron una y otra vez su propia versión de la Noche Triste a través de representaciones históricas, burocráticas y visuales, convirtiendo este evento en un verdadero sitio de memoria. Uno de los primeros en narrar lo sucedido durante la noche del 30 de junio de 1520 fue Hernán Cortés. En su Segunda Carta al Rey Carlos V inserta la huida nocturna desde Tenochtitlán dentro de una serie de enfrentamientos que siguieron a la declaración de guerra de los Mexicas después de la muerte de Moctezuma. En medio de las batallas en las que demostró su destreza y liderazgo militar, la escapada de los españoles es representada como una retirada táctica. Aunque Cortés reconoce las pérdidas de 150 españoles, 2000 indígenas y la mayor parte del tesoro, se niega a reconocer la derrota. Demasiado grande fue el riesgo que tanto sus enemigos como sus aliados podrían interpretar el momento como un signo de la debilidad de los españoles.La descripción breve y concreta que Cortés dio no era fuera de lo común.

En 1542, Bernardino Vázquez de Tapia también apresura en su descripción estos dolorosos eventos que eran difíciles de integrar en un escrito que, supuestamente, celebraba sus hazañas. Aún así, fueron las relaciones de méritos y servicios las que empezaron a  resaltar el sufrimiento humano durante esta noche. Un conquistador como Juan Jaramillo subrayó cómo había logrado salvar a sus hombres mientras que muchos otros murieron como resultado de los ataques por parte de los Mexica. Otros relataron cómo habían perdido sus caballos, armas o botín mientras huían de la ciudad. Aunque sólo una minoría de los conquistadores utilizó este evento para enfatizar que merecieran la gracia y el favor reales, estos breves relatos agregaron nuevos elementos a la historia de esta noche. Así pasó, por ejemplo, con la historia sobre el salto de Pedro de Alvarado a través de uno de los canales: con el tiempo se convirtió en un elemento estándar de cualquiera narración sobre la Noche Triste.

Con paso del tiempo, cada vez más elementos dramáticos fueron introducidos principalmente por las cronistas. En su relato de 1552 de la Conquista de México, Francisco López de Gómara no sólo proporcionó un número mucho mayor de muertes que Cortés, sino que también fue el primero en notar cómo Cortés se sentó en Tacuba para tomarse un momento para lidiar con el “duelo sobre los muertos y los que quedaban vivos, y pensar y decir el golpe que la suerte le dio con perder tantos amigos, tanto tesoro, tanto mando, tan grande ciudad y reino”. Escribiendo para el hijo de Cortés, Martín, el clérigo usó la “triste noche” para transmitir dos importantes lecciones morales: una sobre el liderazgo y la otra sobre la codicia. Su representación de Cortés como vencido por la tristeza se basó en un ideal de reyes y gobernadores que lamentaban la caída de sus hombres y el final de la relación entre el señor y su pueblo. Al mismo tiempo, Gómara reprende el comportamiento de muchos de los españoles que perdieron la vida culpándolos por aferrarse a su oro, joyas y telas.

La publicación de la historia de la Conquista de Gómara llevó a otros a escribir sus narraciones que dejan de centrarse en Cortés. En su versión de lo que sucedió durante la Noche Triste, Francisco Cervantes de Salazar subraya, por ejemplo, la discusión que tuvo lugar entre los capitanes de Cortés sobre el plan de abandonar la ciudad por la noche y las hazañas de los capitanes durante la fuga. Adopta la reprimenda moral de Gómara, pero la reformula en el contexto de las tensiones entre dos facciones de conquistadores, escribiendo que “(como venían hambrientas de oro los de Narváez), conocieron tanto la mano, que muy pocos escaparon, lo cual fue la ocasión de que después se dijese que todos o los más que habían sido traidores a Pánfilo de Narváez habían terminado miserablemente”. Cervantes de Salazar también menciona las lágrimas de Cortés, pero esta vez parece que está llorando por el castigo divino que recibió “por haberse ensoberbecido con el número grande de su gente”. De manera similar, Bernal Díaz del Castillo usó las lágrimas de Cortés para representar al capitán general como un héroe trágico de la literatura épica, cuya emotividad y melancolía indicaron cualidades personales que desde su punto de vista pudieron explicar los muchos fracasos Cortés sufrió después de haber celebrado su éxito en la Conquista de México.

Si bien estos relatos conformaron la narrativa sobre la Noche Triste, las memorias sobre estos eventos también se reactivaron por su vínculo con la geografía urbana de México-Tenochtitlán. Después de la caída de la capital mexica, Juan Tirado creó en las cercanías de la iglesia de San Hipólito una capilla que estaba apropiadamente dedicada a San Acacio y los diez mil mártires, donde rezó por los que habían caído durante la Noche Triste. Un lugar en el camino a Tacuba también recibió el nombre “El salto de Alvarado”. Sin embargo, lo más importante de todo fue la forma en que, a fines del siglo XVII y principios del XVIII, la Noche Triste apareció en una serie de biombos, que vinculaban una vista corográfica de la ciudad con una serie de escenas de la Conquista. Al seleccionar este evento como una de las nueve escenas cruciales en la narrativa de la Conquista, los artistas novohispanos destacaron un momento que a finales del siglo XVII fue, de acuerdo con la perspectiva del cronista español Francisco Solís de Ribadeneira, nada más que una desgracia para los españoles. Sin embargo, su revisualización en estos objetos populares contribuyó a anclar la Noche Triste de manera profunda a la memoria colectiva.

Para citar: Nino Vallen, La memoria española de la Noche Triste, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2129/2116. Visto el 28/03/2024