El espectáculo en México-Tenochtitlan

Hacia 1500, la Cuenca de México y su centro, la ciudad de México-Tenochtitlan, era una de las áreas más densamente pobladas en el mundo; en ello, rivalizaba con París, la ciudad europea más grande por aquellos tiempos. Quizás, hasta 250,000 personas vivían en la cuenca y en ciudades como Azcapotzalco y Texcoco. De entre ellas, México- Tenochtitlan era especial a causa de su posición: una isla que emergía del Lago Texcoco. Los canales surcaban la ciudad y cinco calzadas elevadas se extendían hacia las afueras para conectar el centro con las orillas circundantes. Dichas calzadas son, todavía, los ejes principales de la moderna Ciudad de México: la Avenida de la Ribera de San Cosme hacia el oeste, la Calzada de Guadalupe hacia el norte, y hacia el sur, la Calzada de Iztapalapa -actualmente conocida como Calzada de San Antonio Abad. Esta fue la ruta que Hernán Cortés utilizó para entrar a la ciudad en 1519. Todas ellas convergían en el centro ceremonial -que correspondía más o menos a la zona del Zócalo. En su corazón se encontraba el Templo Mayor, cuya base es visible aún hoy.

En tiempos de los mexicas los edificios de Tenochtitlan estaban construidos de un resistente adobe, eran bajos, con poco más de dos plantas. Parte de la ciudad se había edificado en tierras ganadas al lago, por lo tanto, se levantaba apenas por encima del nivel del agua, con pocos promontorios. En contraste, las calzadas de ingreso a la ciudad se elevaban por sobre el lecho del lago sirviendo, a su vez, de diques que ayudaban a mitigar las fluctuaciones estacionales del agua alrededor de la ciudad. Debido a su elevación, las calzadas funcionaban como un escenarios naturales para los eventos ceremoniales; las altas calzadas que se extendían a través del lago permitían que el pueblo viera las procesiones que se realizaban hacia y desde la ciudad. Las amplias y abiertas plazas que rodeaban los templos proporcionaban puntos de reunión para los citadinos. Y los templos piramidales mismos tenían anchas esclaintas que permitían que los participantes de los rituales fueran vistos por las grandes multitudes que se encontraban debajo y alrededor, en las plazas, o también desde los techos de la ciudad, mientras subían y bajaban las empinadas caras de los edificios. Los santuarios, ubicados en la cima de las pirámides, poseían, a su vez, plazas abiertas a su alrededor, lo que permitía establecer fases dentro del ritual, de visibilidad o de invisibilidad, que incrementaban el dramatismo del acto ritual.

El diseño de la ciudad favorecía el espectáculo público y los gobernantes mexicas hicieron un buen uso del mismo. A lo largo y a lo ancho de Mesoamérica, los espectáculos públicos, como el juego de pelota, ofrecían a la elite gobernante un escenario donde recrear el combate de guerra o reafirmar la conexión entre el sacrificio humano y la renovación del mundo. En Tenochtitlan, tales espectáculos lograban mayores niveles de visibilidad y sonoridad debido a las características ambientales de la ciudad. Así como la ciudad brindaba una nueva visibilidad a los eventos, la elite gobernante aumentaba el número y la dimensión de los espectáculos que explotaban al máximo el escenario urbano. Tales espectáculos fueron recordados por los testigos presenciales mucho después de la caída de los gobernantes de la ciudad durante la guerra de invasión española de 1519-1521.

Tras la victoria sobre otro altépetl más, los victoriosos guerreros mexicas  regresaban a la ciudad cargados de “esclavos, oro, gemas, plumas preciosas, escudos e insignias, ropas y otros botines, todo de valor” (como describía Fray Diego Durán). Las calzadas constituían su ruta de entrada a la ciudad: eran amplias, medían aproximadamente entre 5 a 6 metros de ancho y a causa de su elevación parecían galerías de desfiles que permitían a los residentes ver el retorno de los guerreros a la distancia. Y lo que veían era espectacular, pues las vestimentas utilizadas por los guerreros de más alto rango estaban confeccionadas de plumas. Las plumas adornaban su armadura corporal y sus brillantes insignias, como tocados y bastidores traseros, estaban hechos con largas y brillantes plumas. Uno de esos atavíos sobrevivó: el famoso penacho de Moctezuma (que actualmente se encuentra en Viena). Tiene, aproximadamente, 130 cm de extensión y está hecho con cientos de plumas de cola de quetzal. Cuando objetos como el penacho se presumían junto al botín traído por los guerreros, particularmente, los demás objetos de plumas iridiscentes que reflejaban la luz del sol, la entrada victoriosa se anunciaba en colores brillantes.

El uso de diferentes calzadas que partían desde el centro de México-Tenochtitlan hacia las cuatro direcciones cardinales, permitía a los residentes de la ciudad concebir el poder mexica, hecho visibe en las conquistas militares, como capaz de extenderse hasta los límites del mundo conocido. Bajo el gobierno de Itzcoatl, luego de la victoria sobre los tepanecas de Azcapotzalco, los mexicas deben haber entrado a la ciudad desde el oeste a través de la calzada de Tlacopan —hoy Avenida de la Rivera de San Cosme—; cuando volvieron luego de la derrota en Coyoacán, lo habrán hecho por la calzada de Iztapalapa, en el sur. La llegada de los tributos a los almacenes de la ciudad -hecho que se sucedía cuatro veces al año- debió haber sido parte del ciclo de espectáculos públicos que afirmaban el control del Tenochtitlan sobre el mundo circundante. Los tamemes cargados de bienes preciosos entraban a la ciudad por las calzadas, mientras que por los canales ingresaban las canoas de madera repletas de los bienes más pesados, como el maíz y el frijol.

Los relatos de Bernal Díaz del Castillo resaltan el importante papel del huei tlatoani en estos espectáculos de teatro estatal. Él vio en primera persona el arribo de Moctezuma II por la calzada de Iztapalapa para recibir a Hernán Cortés en su entrada a la ciudad; describe la llegada del huei tlatoani en su camastro bajo un palio que colgaba sobre su cabeza. Las pinturas del siglo XVII imaginan a Moctezuma protegido por un baldaquino, del tipo que se utilizaban en las procesiones de imágenes de santos católicos o incluso en la procesión de la Eucaristía muchos años después. En otras pinturas, se observan, también, grandes abanicos de plumas detrás del monarca, una de esas reconstrucciones se encuentra en el Museo Nacional de Antropología y otra en Viena. Además de que el huei tlatoani vestía ropas fastuosas y un tocado alto como una mitra hecho de mosaicos de turquesa, la elevación del camastro y el palio que lo guarecían hacían que pudiera ser visto a la distancia por los habitantes de Tenochtitlan cada vez que salía de su palacio.

La ocasión más importante de todas era, sin dudas, su regreso tras una victoria militar porque recordaba a los ciudadanos los beneficios obtenidos bajo su gobierno. Todavía se puede observar una escultura de Moctezuma II e la Ciudad de México, tallada en la roca del cerro de Chapultepec. Los escultores reales plasmaron al huei tlatoani llevando el bastón de Xipe Totec; los códices, por su parte, nos muestran a Moctezuma vistiendo las ropas de dicha deidad luego de una importante victoria en 1501. Dado que el sitio de Chapultepec pertenecía a una de las principales calzadas de entrada a la ciudad, la escultura en piedra pudo haber conmemorado la aparición del gobernante en el momento en que entraba a la capital, radiante de victoria.

Las ciudades europeas contemporáneas a Tenochtitlan  se desarrollaron de manera orgánica, y no se dio mucha importancia al ámbito urbano como un espacio teatral, como es evidente en las angostas calles del barrio gótico de Barcelona. Mexico-Tenochtitlan siguió otro modelo propiamente mesoamericano. Teotihuacan era conocido para los constructores de Tenochtitlan, a pesar de que yacía en ruinas a principios del siglo XIII. Sus pirámides escalonadas, sus amplios patios delanteros, el claro eje de la Calzada de los Muertos eran lo suficientemente visibles para servir de inspiración para la construcción de México-Tenochtitlan. Una de las características más importantes de México-Tenochtitlán fue su enorme zócalo que se conserva hasta el día de hoy. Bajo el gobierno de los Habsburgo, dicho espacio funcionó como escenario para los espectáculos del virrey y su corte; y su uso como escenario para espectáculos organizados o espontáneos, pacíficos o violentos, continúa hasta el día de hoy.   

Traducción: Lucía Beraldi

The spectacle of Mexico-Tenochtitlan

In 1500, the Basin of Mexico, whose nucleus was the city of Mexico-Tenochtitlan, was one of the most populous urban areas in the world. In this, it rivaled Paris, Europe’s largest city at the time. Perhaps as many as 250,000 people lived in the Basin, in cities like Azcapotzalco and Texcoco. Among them, Mexico-Tenochtitlan was special because of its position an island that rose out of Lake Texcoco. Canals threaded through the city, and five raised causeways stretched out of the city to connect it to the surrounding lakeshore. These causeways are still the principal axes of modern Mexico City, and include the Av. Ribera de San Cosme to the west and the Calzada de Guadalupe to the north. To the south was the Calzada de Iztapalapan, known today as the Calzada S. Antonio Abad. This was the route the Hernán Cortés used to enter the city in 1519. These calzadas led into the ceremonial center of the city, which was roughly coterminous with the Zocalo. At its heart was the Templo Mayor, whose base is visible today.

             During the reign of the Mexica, the buildings of Tenochtitlan were low ones, most built of sturdy adobe, with few over two stories. Some of the city had been reclaimed from the lakebed, and it lay close to the surface of the water, with few natural rises. In contrast, the calzadas that entered the city were raised well above the lakebed because they also served as dikes, helping mitigate the seasonal fluctuations of the water levels around the city. Their elevation made the calzadas natural stages for ceremonial events. Indeed, much of the city functioned like a theater within which rituals could be staged. The raised causeways that stretched across the lake allowed processions to and from the city to be seen by its large populace. The large open plazas around the temples gave urban residents places to gather. And the pyramidal temples themselves had wide staircases which allowed the actors in rituals to be seen by large crowds below in the plazas, and from rooftops across the city, as they ascended and descended the steep faces of the buildings. The shrines at the top of the pyramids had open plazas around them as well, allowing religious rituals to have phases that could move from being invisible, to visible again, heightening their drama.  

             The design of the city lent itself to the public theater of ritual, and Mexica rulers made good use of its features. Across Mesoamerica, public spectacles like the ballgame offered the ruling elite a stage on which to recreate the combat of warfare, or reaffirm the connection between human sacrifice and world renewal. In Tenochtitlan, such spectacles could reach an even higher level of visibility and audibility given the unique environmental features of the city. As this urban stage raised state spectacles to new visibility, the ruling elite seem to have increasingly engineered spectacles that made use of their urban stage, and these spectacles were remembered by eyewitnesses long after the fall of the city’s rulers during the War of the Spanish Invasion of 1519-21.

               After victory over another altepetl,  Mexica warriors would return to the city “rich in slaves, gold, gems, precious feathers, shields and insignia, clothing and many other spoils, all valuable,” as fray Diego Durán wrote. The causeways would have been their routes back into the city. They were quite wide, perhaps 5 or 6 meters across, and because they were raised above the lakebed, the calzadas were like runways, giving urban residents the ability to see returning warriors from a distance. What they saw was indeed a spectacle, as the military costumes worn by the highest ranking warriors were crafted out of feathers. Feathers adorned the body-covering armor, and brilliant devices, like headdresses and back racks, were made out of large and brilliantly colored feathers. One of these survives: it is famous Penacho of Moteuczoma, now in Vienna, which is about 130 cm in extension, and is made of hundreds of tailfeathers of the quetzal bird.  When object like the penacho was seen in tandem with the precious booty that warriors carried, particularly the other iridescent feather objects which caught the sunlight, the victorious reentry of the warriors would have been announced by colorful brilliance.

The use of different causeways, which emanated from the center of Mexico-Tenochtitlan following the cardinal directions, allowed city residents to conceive of Mexica power, made visible in these military conquests, as stretching out towards the edges of the known world. Returning from their victory over the Tepanecs of Azcapotzalco under the ruler Itzcoatl, victorious Mexica armies would have taken the Tlacopan causeway, now the Av. Ribera de San Cosme, arriving back into the city from the west. When they came back from the defeat of Coyoacan, it would have been the Calzada de Iztapalapan, from the south. The arrival of tribute goods to the city’s warehouses, four times a year, may also have been part of the cycle of public spectacle that affirmed Tenochtitlan’s control of the surrounding world, with the tamemes laden down with precious goods streaming into the city along the causeways, and with the heavier bulk goods, like maize and beans, arriving via large wooden canoes along the canals. 

             The eyewitness account Bernal Díaz del Castillo preserves the important role the huei tlatoani played in these spectacles of state theater. He was able to see Moteuczoma II as he came out along the Iztapalapan causeway to greet Hernán Cortés upon his arrival into the city. Bernal Díaz describes the huei tlatoani as being carried on a litter, with a large canopy held over his head.  Later paintings from the 17th century imagine Moteuczoma being sheltered by a baldachin, of the type that would be set over processional figures of Catholic saints or a monstrance holding the Eucharist many years later. Also found in later paintings are great feather fans carried behind the monarch; one reconstructed one is now in the collection of the Museo Nacional de Antropología, and another in Vienna. While the huei tlatoani would wear luxurious clothes and a high miter-like headdress made of turquoise mosaic on his head, it was his elevation on a litter, and the sheltering canopy that allowed him to be perceived from a distance by residents of the city whenever he might have left his palace.

Perhaps the most important of these occasions was when he returned from a military victory, a reminder to the people of his city of the benefits reaped under his rule. One sculpture of the costumed Moteuczoma II is still to be seen in Mexico City, carved in the live rock at Chapultepec Park. The royal sculptors pictured the huei tlatoani holding the staff of the deity Xipe Totec, and the codices show us Moteuczoma wearing this deity’s full costume after an important military victory in 1501. Given that this site of Chapultepec led to one of the main causeways entering into the city of Tenochtitlan, the sculpture in the live rock may have commemorated the appearance of the ruler at the moment he started his reentry into his urban capital, flush with victory.

             European cities of the same era developed organically, with little thought given to the city as a theatrical space, as seen in the narrow winding streets of the barrio gótico in Barcelona. Mexico-Tenochtitlan followed another model, one that has a Mesoamerican pedigree. Teotihuacan was known to the builders of Tenochtitlan, although overgrown by the thirteenth century. Its stepped pyramids, their wide forecourts, and clear axis of the Way of the Dead, were visible enough to offer inspiration for Mexico-Tenochtitlan. And one feature of Mexico-Tenochtitlan, its enormous Zócalo, would be preserved. Under the Habsburg monarchs, it functioned as a stage for spectacles of the Viceroy and his court, and its use as a setting for spectacles, be they orchestrated or spontaneous, peaceful or violent, continues today.

 

Para citar: Barbara E. Mundy, El espectáculo en México-Tenochtitlan, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2076/2073. Visto el 17/04/2024