El castillo de naipes de Hernán Cortés se derrumba

En mayo de 1520, llegaron a México-Tenochtitlan las noticias del desembarco de la expedición de Pánfilo de Narváez en las costas de Vera Cruz, enviado por el gobernador de Cuba Diego Velázquez para prender y castigar a los rebeldes encabezados por Hernán Cortés. Según informaron al capitán español los mensajeros de Moctezuma y luego sus propios hombres, Pánfilo de Narváez proclamaba a los cuatro vientos que Cortés y sus hombres eran traidores al rey de España y que su propósito era ejecutarlos. Además prometían que el gobernador Velázquez ratiraría a los expedicionarios de las tierras de los señores naturales, pues su intención era sólo comerciar con ellos. Esta noticia puso en crisis mortal a la estrategia que había seguido Cortés hasta entonces de presentarse ante los gobernantes indígenas como el representante legítimo del rey de España y establecer alianzas y realizar ataques a su nombre.

Tal como lo relata él mismo en sus famosas Cartas de relación, Hernán Cortés logró permanecer por más de seis meses en México-Tenochtitlan de manera pacífica porque logró el sometimiento voluntario de Moctezuma Xocoyotzin, “rey” de esas tierras, al emperador Carlos, rey de España. Desde noviembre de 1519 hasta mayo de 1520, los poderosos mexicas aceptaron “servir” a su nuevo monarca por medio de su representante Hernán Cortés.  El español afirmaba falsamente haber sido enviado por ese rey para hablar con Moctezuma, pues ya sabía de su poderío y riquezas.

En verdad, el capitán de los expedicionarios españoles no tenía ninguna representación oficial y reconocida del monarca español. Como hemos visto en amoxtlis anteriores, salió de Cuba a principios de 1519, resuelto a desobedecer las órdenes del gobernador Diego Velázquez, quien era el representante legítimo de la autoridad real y quien tenía, además, los títulos legales, capitulaciones y licencias, para explorar a nombre del rey. Al decidir, con sus capitanes, realizar una expedición de conquista y no una de comercio y exploración o “rescate”, Cortés violó la ley, se opuso a la autoridad constituida y se convirtió  en un forajido, factible de ser condenado a muerte por su traición.

Fue por esa razón que él y sus hombres fundaron una Villa en las tierras que querían conquistar, la Vera Cruz, y una vez constituidos en un cabildo, enviaron una petición al rey para que  los reconociera como una corporación legítima, con derecho a conquistar esa tierra a su nombre. Mientras esperaba la respuesta real, que podía ser negativa desde luego, Hernán Cortés y sus hombres continuaron su campaña y lograron llegar a México-Tenochtitlan a fines de 1519. Lo hicieron sin tener ningún título legal real para actuar a nombre del rey, ni ninguna autoridad reconocida para establecer tratados o pactos en su representación. Sin embargo, tal como nos cuenta Cortés en su relato, todo ese tiempo frente a los gobernante mesoamericanos, Cortés y sus hombres pretendieron ser los representantes legítimos de Carlos I. Así le dijeron a  sus amigos, el gobernante de Cempoala y los tlaxcaltecas, a los chalcas y texcocanos; así le dijeron a  sus enemigos, los gobernantes de Cholula y de México-Tenochtitlan. A nombre del rey y de Dios, los conquistadores masacraron civiles desarmados, atacaron  ciudades y establecieron alianzas.

Nunca sabremos la manera en que Malintzin, la intérprete y mediadora cultural aliada a los españoles, tradujo los rimbombantes títulos y los brillantes elogios con que Hernán Cortés y sus hombres describieron al lejano rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Tampoco podremos conocer la interpretaciones que hicieron los diferentes gobernantes nativos de sus descripciones exageradas del poder y el esplendor de este desconocido monarca. Lo que sí podemos imaginar es que las proclamaciones de que venían enviados por un grandioso gobernante que dominaba reinos inmensos y que era el favorito de Dios, ayudaron a que los mesoamericanos vieran con mayor respeto y temor a esa banda de 500 militares invasores que irrumpieron en su mundo.

En sus Cartas de relación Cortés presentó este engaño a los indígenas como producto de su celo por servir al rey.  Pretendía convencer al monarca que Velázquez, el representante legítimo, era en verdad el traidor porque no lo favorecía, realizando las acciones de conquista de estas tierras tan ricas y lo engañaba ocultándole su valor. En cambio, Hernán Cortés, el forajido y rebelde, era su más auténtico servidor, y todo lo hacía a su nombre, en espera de que la magnanimidad del monarca reconocería sus méritos. Esta voluntad lo autorizaba, según él, a presentarse ante los indígenas a nombre del rey. Las riquezas y tierras que consiguiera para su monarca serían la demostración de su incansable voluntad de servirlo. El reconocimiento real a sus méritos y logros borraría las ofensas previas.

Y ahora, la llegada de Narváez y la noticias de sus amenazas y promesas amenazaba con hacer volar todo el complejo castillo de naipes que Cortés y sus allegados armaron durante más de un año, los exhibía como mentirosos, los desautorizaba a ojos de sus aliados y de sus rivales. En suma ponía en peligro su éxito, su expedición y sus vidas mismas. Era una amenaza mortal y para enfrentarla Cortés tendría que tomar determinaciones igualmente radicales.

 

Para citar: Federico Navarrete , El castillo de naipes de Hernán Cortés se derrumba, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2023/2018. Visto el 29/03/2024