La tecnología naval mesoamericana

¿Cómo se movían los indígenas en Mesoamérica? ¿Cómo se trasladaron las enormes esculturas de piedra que llegaron a pesar más de una tonelada? Estas preguntas han rondado a los arqueólogos durante años, pues sabemos que, aunque se conocía, la rueda no se utilizó en ningún vehículo y no existían animales de carga como en el Viejo Mundo. Sin embargo, a pesar de estas carencias, existieron personas que se encargaban de transportar todo tipo de objetos en sus espaldas caminando, llamados tamemes, y existió también un complejo sistema de navegación indígena practicado en los ríos, los lagos y el mar que permitió el intercambio y los contactos a larga distancia.

La tecnología usada en este sistema consistía en embarcaciones construidas en el tronco de un árbol -hoy conocidas como canoas monóxilas- y balsas de cañas o guajes que funcionaban como flotadores. Los troncos de pino, ahuehuete o ceiba con que se construían las canoas eran ahuecados con hachas de piedra o metal; y con la ayuda del fuego se endurecían y modelaban hasta adquirir una forma adecuada para ser usadas en los cuerpos de agua. Para impermeabilizarlas se utilizaba un residuo del petróleo conocido como chapopote.

Los españoles que exploraban las costas del Nuevo Mundo mostraron gran admiración al ver por primera vez la tecnología naval de los indígenas. Incluso, el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo expresó su sorpresa ante el buen funcionamiento de estas embarcaciones en comparación con las propias:

“No son navíos que se aparten mucho de tierra, porque como son bajos, no pueden sufrir grande mar […] Y con todo eso son más seguras estas canoas que nuestras barcas […] y las canoas aunque se aneguen é hinchen de agua, no se van al suelo ni se hunden, é quedanse sobreaguadas […] Ninguna barca anda tanto como la canoa, aunque la canoa vaya con ocho remos e la barca con doce; e hay muchas canoas que la mitad menos de gente voguen, andará más que la barca; pero ha de ser en mar tranquila e con bonanza” (Fernández de Oviedo, 1851, libro VI, cap. IV).

Contrario a lo que se puede pensar, muchos de los primeros encuentros entre españoles e indígenas tuvieron lugar en las aguas del Mar Caribe y del Golfo de México, y no en tierra firme. Esto sucedió tanto a bordo de los barcos de los españoles (tal es el caso del episodio descrito por Flor Trejo y Guadalupe Pinzón en el texto Un encuentro con cacao y vino: los emisarios de Moctezuma suben al barco de Cortés) o bien, cuando cada uno navegaba sus propias embarcaciones. Tal es el caso de Hernando Colón, que en 1502 acompañaba a su padre Cristóbal Colon, y presenció el encuentro con una canoa en las costas de Honduras que probablemente se dirigía hacia las costas de Yucatán.

Con el paso del tiempo, parecería que la tradición naviera indígena se diluyó en las olas de la historia de nuestro país, y es difícil hoy en día concebir a los indígenas del pasado como ávidos navegantes. Sin embargo, recientes investigaciones arqueológicas e históricas comienzan a arrojar datos sobre cómo muchas de sus actividades comerciales, bélicas, cotidianas y rituales se llevaban a cabo navegando. La tradición se remonta a la época de los olmecas, es decir el Preclásico medio (1200-400 a.C.), cuando en el sur de la Costa del Golfo ya había un complejo sistema de comunicación que aprovechaba los ríos y la costa para trasladar pesadas esculturas, mercancías y personas. De dicha etapa contamos con una pequeña canoa tallada en jade recuperada del sitio Cerro de las Mesas, en Veracruz. 

Desde el periodo Clásico (200-900 d.C.) hasta, probablemente,  la llegada de los primeros españoles, los mayas fueron los principales navegantes del territorio mesoamericano. Sus canoas tenían la capacidad de llevar hasta 20 personas y de navegar distancias de cientos de kilómetros mediante la técnica del cabotaje, es decir, avanzando sobre el agua del mar sin perder nunca de vista la línea de costa, haciendo paradas esporádicas para descansar o resguardarse de alguna tormenta.

Ya en el siglo XVI, los dos principales grupos de poder en Mesoamérica, los mexicas y tarascos, se habían establecido en islas que se conectaban con la tierra firme bien mediante calzadas -en el caso de los mexicas-, y mediante cientos de canoas que en ambos casos transitaban en todas direcciones llevando mercancías, personas y alimentos. Las canoas eran el principal medio de transporte y de ellas existieron distintos tipos de acuerdo con su tamaño y a su función.

Entre los tarascos del lago de Pátzcuaro las canoas monóxilas de mayor tamaño eran conocidas como tepari y las más pequeñas, icháruta. La Relación de Michoacán, un documento del siglo XVI recopilado por fray Jerónimo de Alcalá, nos proporciona datos sobre las personas encargadas de administrar el uso de las embarcaciones para la pesca y el intercambio. Uno de ellos era el icháruta-uandari, que era “diputado para hacer canoas, y otro llamado parícuti, barquero mayor que tenía su gente diputada para remar y ahora todavía le hay”.

En el caso de los mexicas, las canoas monóxilas se llamaban acalli, es decir, “casa sobre el agua” o “casa en el agua”. Cada una de sus partes recibía un nombre específico. La sección delantera se llamaba ācalyacatl (por la unión entre “canoa” y “nariz” en náhuatl); la sección de atrás era la ācalcuexcochtli (la palabra se forma por la unión de “canoa” y “nuca” en náhuatl); y los lados se nombraban indistintamente acalmaitl (“canoa” y “mano” en náhuatl). Hoy en día podemos observar una canoa arqueológica mexica en la sala dedicada a este grupo en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México.

También existió una variación usada en enfrentamientos bélicos en los lagos, llamada chimallacali, las cuáles eran canoas a las que se añadían tablones de madera a manera de escudo para proteger a los tripulantes. Las tácticas de guerra en el agua incluían ataques nocturnos sorpresa, la construcción de trampas sumergidas y ataques en relevos utilizando estas canoas.

En el lago de México las canoas se utilizaban para pescar, para cazar aves y recolectar plantas e insectos. También se realizaron rituales en lugares especiales del lago como el Pantitlán, un remolino señalizado con numerosas banderas que lo rodeaban y al que sólo podía llegarse navegando con mucha astucia para evitar naufragar. Ahí se depositaban ofrendas que consistían en objetos de cerámica, jade e incluso infantes durante las peticiones de lluvia.

Como podemos ver, el modo de vida lacustre sustentó a la sociedad mexica desde su establecimiento en Tenochtitlan en 1325 d.C. y aun después, cuando los españoles ya habitaban la ciudad. El Mapa de Uppsala es un ejemplo donde podemos observar todas las actividades que se realizaban día a día en las aguas del lago y de cómo los caminos de agua y la tecnología naval adecuada promovieron el control del entorno por la sociedad mexica.

Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo las tradiciones de navegación indígena fueron, en un inicio, aprovechadas para mover mercancías, principalmente de contrabando. Esto provocó que comenzara a prohibirse la construcción de canoas y la contratación de canoeros en diversos puntos de la Nueva España, lo cual explicaría que con el paso de los años la práctica de la navegación indígena se viera fuertemente afectada y llegara a caer en el olvido.

 

Para saber más:

  • Biar, Alexandra. (2017). Prehispanic Dugout Canoes in México: A typology on a multidisciplinary approach. Journal of Maritime Archaeology, 12(3), 239–265.
  • Bravo Bueno, Isabel. (2005). La guerra naval entre los aztecas. Estudios de Cultura Náhuatl, 36, 199–223.
  • Favila Vázquez, Mariana. (2016). Veredas de mar y río. Navegación prehispánica y colonial en Los Tuxtlas, Veracruz. México: Coordinación de Estudios de Posgrado, Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Hammond, Norman. (1981). Classic Maya Canoes. The International Journal of Nautical Archaeology and Underwater Exploration, 10(3), 173–185.
Para citar: Mariana Favila, La tecnología naval mesoamericana, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1409/1407. Visto el 27/04/2024