La batalla de Otumba en la Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo

Texto original con ortografía de la época:

Y volvamos a decir cómo llegamos aquel día a un pueblo grande que se dice Gualtitán, el cual pueblo
fue de Alonso de Avila; y aunque nos daban grita y voces y tiraban piedra y vara y flecha, todo lo soportábamos. Y desde allí fuimos por unas caserías y pueblezuelos, y siempre los mexicanos siguiéndonos, y como se juntaban muchos, procuraban de nos matar, y nos comenzaban a cercar, y tiraban tanta piedra con hondas, y vara y flecha, que mataron a dos de nuestros soldados en un paso malo, que iban mancos, y también un caballo, e hirieron a muchos de los nuestros; y también nosotros a estocadas les matamos a algunos dellos, y los de a caballo a lanzadas les mataban, aunque pocos; y así, dormimos
en aquellas casas, y allí comimos el caballo que mataron. Y otro día muy de mañana comenzamos a caminar con el concierto que de antes, y aun mejor, y siempre la mitad de los de a caballo adelante; y poco más de una legua, en un llano, ya que creímos ir en salvo, vuelven tres de los nuestros de a caballo, y dicen que están los campos llenos de guerreros mexicanos aguardándonos; y cuando lo oímos, bien que tuvimos temor, e grande, mas no para desmayar del todo, ni dejar de encontrarnos con ellos y pelear hasta morir; y allí reparamos un poco, y se dio orden cómo habían de entrar y salir los de a caballo a media rienda, y que no se parasen a lancear, sino las lanzas por los rostros hasta romper sus escuadrones, y que todos los soldados, las estocadas que diésemos, que les pasásemos las entrañas, y que todos hiciésemos de manera que vengásemos muy bien nuestras muertes y heridas: por manera que, si Dios fuese servido, escapásemos con las vidas; y después de nos encomendar a Dios y a Santa María muy de corazón, e
invocando el nombre de señor Santiago, desque vimos que nos comenzaban a cercar, de cinco en cinco de a caballo rompieron por ellos, y todos nosotros juntamente. ¡Oh qué cosa de ver era esta tan temerosa y rompida batalla, cómo andábamos pie con pie, y con qué furia los perros peleaban, y qué herir y matar hacían en nosotros con sus lanzas y macanas y espadas de dos manos! Y los de a caballo, como era el campo llano, cómo alanceaban a su placer, entrando y saliendo a media rienda; y aunque estaban heridos ellos y sus caballos, no dejaban de batallar muy como varones esforzados. Pues todos nosotros los que no teníamos caballos, parece ser que a todos se nos ponía esfuerzo doblado, que aunque estábamos heridos,
y de refresco teníamos -más heridas, no curábamos de las apretar, por no nos parar a ello, que no había
lugar, sino con grandes ánimos apechugábamos a les dar de estocadas. Pues quiero decir cómo Cortés y Cristóbal de Olí, y Pedro de Alvarado, que tomó otro caballo de los de Narváez, porque su yegua se la habían muerto, como dicho tengo; y Gonzalo de Sandoval, cuál andaban de una parte a otra rompiendo escuadrones, aunque bien heridos; y las palabras que Cortés decía a los que andábamos envueltos con ellos, que la estocada y cuchillada que diésemos fuese en señores señalados; porque todos traían grandes penachos con oro y ricas armas y divisas. Pues oír cómo nos esforzaba el valiente y animoso Sandoval, y decía: "Ea, señores, que hoy es el día que hemos de vencer; tened esperanza en Dios que saldremos
de aquí vivos; para algún buen fin nos guarda Dios". Y tornaré a decir los muchos de nuestros soldados que nos mataban y herían. Y dejemos esto, y volvamos a Cortés y Cristóbal de Olí y Sandoval, y Pedro de Alvarado y Gonzalo Domínguez, y otros muchos que aquí no nombro ; y todos los soldados poníamos grande ánimo para pelear; y esto, nuestro señor Jesucristo y nuestra señora la virgen Santa María nos lo ponía, y señor Santiago, que ciertamente nos ayudaba; y así lo certificó un capitán de Guatemuz, de los que se hallaron en la batalla. Y quiso Dios que allegó Cortés con los capitanes por mí nombrados en parte donde andaba el capitán general de los mexicanos con su bandera tendida, con ricas armas de oro y grandes penachos de argentería; y como lo vio Cortés al que llevaba la bandera, con otros muchos  mexicanos, que todos traían grandes penachos de oro, dijo a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y a Cristóbal de Olí y a los demás capitanes: "Ea, señores, rompamos con ellos." Y encomendándose a Dios, arremetió Cortés y Cristóbal de Olí, y Sandoval y Alonso de Avila y otros caballeros, y Cortés dio un encuentro con el caballo al capitán mexicano, que le hizo abatir su bandera, y los demás nuestros capitanes acabaron de romper el escuadrón, que eran muchos indios; y quien siguió al capitán que traía la bandera, que aun no había caído del encuentro que Cortés le dio, fue un Juan de Salamanca, natural
de Ontiveros, con una buena yegua overa, que le acabó de matar y le quitó el rico penacho que traía, y se le dio a Cortés, diciendo que, pues él le encontró primero y le hizo abatir la bandera e hizo perder el brío, le daba el plumaje; mas dende a ciertos años su majestad se le dio por armas al Salamanca, y así las tienen en sus reposteros sus descendientes. Volvamos a nuestra batalla, que nuestro señor Dios fue servido que, muerto aquel capitán que traía la bandera mexicana y otros muchos que allí murieron, aflojó su batallar de arte, que se iban retrayendo, y todos los de a caballo siguiéndoles y alcanzándoles. Pues a nosotros no nos dolían las heridas ni teníamos hambre ni sed, sino que parecía que no habíamos habido ni pasado ningún mal trabajo. Seguimos la victoria matando e hiriendo. Pues nuestros amigos los de Tlascala estaban hechos unos leones, y con sus espadas y montantes y otras armas que allí apañaron, hacíanlo muy bien y esforzadamente. Ya vueltos los de a caballo de seguir la victoria, todos dimos muchas gracias a Dios, que
escapamos de tan gran multitud de gente; porque no se había visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se haya dado, tan gran número de guerreros juntos; porque allí estaba la flor de México y de Tezuco y Saltocan, ya con pensamiento que de aquella vez no quedara roso ni velloso de nosotros. Pues qué armas tan ricas que traían, con tanto oro y penachos y divisas, y todos los más capitanes y personas principales, y allí junto donde fue esta reñida y nombrada y temerosa batalla para en estas partes (así se puede decir, pues Dios nos escapó con las vidas), había cerca un pueblo que se dice Otumba: la cual batalla tienen muy bien pintada, y en retratos entallada los mexicanos y tlascaltecas, entre otras muchas batallas que con los mexicanos hubimos hasta que ganamos a México. Y tengan atención los curiosos lectores que esto leyeren, que quiero traer aquí a la memoria que cuando entramos al socorro de Pedro de Alvarado en México fuimos por todos sobre más de mil y trescientos soldados, con los de a caballo, que fueron noventa y siete, y ochenta ballesteros y otros tantos escopeteros, y más de dos mil tlascaltecas, y metimos mucha artillería; y fue nuestra entrada en México día de señor San Juan de junio de 1520 años, y fue nuestra salida huyendo a 10 del mes de julio del año siguiente, y fue esta nombrada batalla de Otumba a 14 del mes de julio. Digamos ahora, ya que escapamos de todos los trances por mí atrás dichos, quiero
dar otra cuenta que tantos mataron, así en México, en puentes y calzadas, como en todos los  reencuentros, y en esta de Otumba, y los que mataron por los caminos. Digo que en obra de cinco días fueron muertos y sacrificados sobre ochocientos y setenta soldados, con setenta y dos que mataron en un pueblo que se dice Tustepeque, y a cinco mujeres de Castilla; y estos que mataron en Tustepeque eran de los de Narváez, y mataron sobre mil y doscientos tlascaltecas. También quiero decir cómo en aquella sazón mataron a un Juan de Alcántara "el Viejo", con otros tres vecinos de la Villa-Rica, que venían por las partes del oro que les cabía; de lo cual tengo hecha relación en el capítulo que dello trata. Por manera que también perdieron las vidas y aun el oro; y si miramos en ello, todos comúnmente hubimos mal gozo de las partes del oro que nos dieron; y si de los de Narváez murieron muchos más que de los de Cortés en las puentes, fue por salir cargados de oro, que con el peso dello no podían salir ni nadar. 

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 388-391
Lugar(es):
  • Otumba
Persona(s):
  • Hernando Cortés
  • Gonzalo de Sandoval
  • Pedro de Alvarado
  • Cristóbal de Olíd
Actor(es):
  • Santiago apóstol