La batalla de Otumba en la Historia de Antonio de Solís y Rivadeneyra

Texto original con ortografía de la época:

Por la mañana se dispuso el ejército para subir la cuesta que por la otra parte declina en el valle de Otumba, donde se había de caer necesariamente para tomar el camino de Tlascala. Reconocióse novedad en los indios que venían siguiendo la marcha, porque sus gritos y sus irrisiones tenían más de contento que de indignación. Reparó doña Marina en que decían muchas veces: «andad, tiranos, que presto llegaréis donde […] 

[311] Reconocida por todo el ejército la nueva dificultad a que debían preparar el ánimo y las fuerzas, volvió Hernán Cortés a examinar los semblantes de los suyos, con aquel brío natural que hablaba sin voz a los corazones; y hallándolos más cerca de la ira que de la turbación, «llegó el caso, dijo, de morir o vencer: la causa de nuestro Dios milita por nosotros». Y no pudo proseguir, porque los mismos soldados le interrumpieron clamando por la orden de acometer, con que sólo se detuvo en prevenirlos de algunas advertencias que pedía la ocasión; y apellidando, como solía, unas veces a Santiago y otras a San Pedro, avanzó prolongada la frente del escuadrón, para que fuese unido el cuerpo del ejército con las alas de la caballería, que iba señalada para defender los costados y asegurar las espaldas. Diose tan a tiempo la primera carga de arcabuces y ballestas, que apenas tuvo lugar el enemigo para servirse de las armas arrojadizas. Hicieron mayor daño las espadas y las picas, cuidando al mismo tiempo los caballos de romper y desbaratar las tropas que se inclinaban a pasar de la otra banda para sitiar por todas partes el ejército. Ganóse alguna tierra de este primer avance. Los españoles no daban golpe sin herida, ni herida que necesitase de segundo golpe. Los tlascaltecas se arrojaban al conflicto con sed rabiosa de la sangre mejicana; y todos tan dueños de su cólera, que mataban con elección buscando primero a los que parecían capitanes; pero los indios peleaban con obstinación, acudiendo menos unidos que apretados, a llenar el puesto de los que morían; y el mismo estrago de los suyos era nueva dificultad para los españoles, porque se iba cebando la batalla con gente de refresco. Retirábase al parecer todo el ejército cuando cerraban los caballos, o salían a la vanguardia las bocas de fuego, y volvía con nuevo impulso a cobrar el terreno perdido, moviéndose a una parte y otra la muchedumbre con tanta velocidad, que parecía un mar proceloso de gente la campaña, y no lo desmentían los flujos y reflujos.

Peleaba Hernán Cortés a caballo socorriendo con su tropa los mayores aprietos, y llevando en su lanza el terror y el estrago del enemigo; pero le traía sumamente cuidadoso la porfiada resistencia de los indios, porque no era posible que se dejasen de apurar las fuerzas de los suyos en aquel género de continua operación; y discurriendo en los partidos que podría tomar para mejorarse o salir al camino, le socorrió en esta congoja una observación de las que solía depositar en su cuidado para servirse de ellas en la ocasión. Acordóse de haber oído referir a los mejicanos que toda la suma de sus batallas consistía en el estandarte real, cuya pérdida o ganancia decidía sus victorias o las de sus enemigos; y fiado en lo que se turbaba y descomponía el enemigo al acometer de los caballos, tomó resolución de hacer un esfuerzo extraordinario para ganar aquella insignia sobresaliente, que ya conocía.  […] [312]

Retiráronse los indios, temiendo como solían, el choque de los caballos; y antes que se cobrasen al segundo movimiento, se arrojaron a la multitud confusa y desordenada con tanto ardimiento y desembarazo, que rompiendo y atrepellando escuadrones enteros, pudieron llegar sin detenerse al paraje donde asistía el estandarte del imperio con todos los nobles de su guardia; y entretanto que los capitanes se desembarazaban de aquella numerosa comitiva, dio de los pies a su caballo Hernán Cortés, y cerró con el capitán general de los mejicanos, que al primer bote de su lanza cayó mal herido por la otra parte de las andas. Habíanle ya desamparado los suyos; y hallándose cerca un soldado particular que se llamaba Juan de Salamanca, saltó de su caballo y le acabó de quitar la poca vida que le quedaba con el estandarte que puso luego en manos de Cortés. Era este soldado persona de calidad, y por haberse perfeccionado entonces la hazaña de su capitán, le hizo algunas mercedes el emperador, y quedó por timbre de sus armas el penacho de que se coronaba el estandarte.

Apenas le vieron aquellos bárbaros en poder de los españoles, cuando abatieron las demás insignias, y arrojando las armas, se declaró por todas partes la fuga del ejército. Corrieron despavoridos a guarecerse de los bosques y maizales: cubriéronse de tropas amedrentadas los montes vecinos, y en breve rato quedó por los españoles la campaña. Siguióse la victoria con todo el rigor de la guerra, y se hizo sangriento destrozo en los fugitivos. Importaba deshacerlos para que no se volviesen a juntar; y mandaba la irritación lo que aconsejaba la conveniencia. Hubo algunos heridos entre los de Cortés, de los cuales murieron en Tlascala dos o tres españoles; y el mismo Cortés salió con un golpe de piedra en la cabeza tan violento, que abollando las armas le rompió la primera túnica del cerebro, y fue mayor el daño de la contusión. Dejóse a los soldados el despojo y fue considerable; porque los mejicanos venían prevenidos de galas y joyas para el triunfo. Dice la historia que murieron veinte mil en esta batalla: siempre se habla por mayor en semejantes casos; y quien se persuadiere a que pasaba de doscientos mil hombres el ejército vencido, hallará menos disonancia en la desproporción del primer número.

Todos los escritores nuestros y extraños, refieren esta victoria como una de las mayores que se consiguieron en las dos Americas. Y si fuese cierto que peleó Santiago en el aire por sus españoles, como lo afirman algunos […] 

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 308-312
Lugar(es):
  • Otumba
Persona(s):
  • Hernando Cortés
Actor(es):
  • indios tenochcas
  • indios tlaxcaltecas
  • Santiago apóstol