La captura de Cuauhtémoc y su encuentro con Cortés

Texto original con ortografía de la época:

Nombró entre los demás capitanes a García de Holguin, tanto por lo que fiaba de su valor y actividad, como por la gran ligereza de su bergantín: diferencia que consistiría en el vigor de los remeros, o en haber salido el buque más obediente a los remos: circunstancias que suele dar el caso en este género de fábricas. Y él, sin detenerse más que a tomar la vuelta y alentar la boga, puso tanto calor en su diligencia, que a breve rato ganó alguna ventaja para volver la proa, y dejarse caer sobre la piragua que iba delante, y parecía superior a las demás. Pararon todas a un tiempo, soltando los remos al verse acometidas; y los mejicanos de la primera dijeron a grandes voces que no se disparase, porque venía en aquella embarcación la persona de su rey; según lo interpretaron algunos soldados españoles que ya sabían algo de su lengua, y para darse a entender mejor, bajaron las armas, adornando el ruego con varias demostraciones de rendidos. Abordó con esto el bergantín, y saltando en la piragua, se arrojaron a la presa García de Holguin y algunos de sus españoles. Adelantóse a los suyos Guatimozin; y conociendo al capitán en el semblante de los otros, le dijo: «yo soy tu prisionero, y quiero ir donde me puedas llevar: sólo te pido que atiendas al decoro de la emperatriz y de sus criadas». Pasó luego al bergan- [415] tin, y dio la mano a su mujer para que subiese a él, tan lejos de la turbación, que reconociendo a García de Holguin cuidadoso de las otras piraguas, añadió: «no tienes que discurrir en esa gente de mi séquito, porque todos se vendrán a morir donde muriese su príncipe»: y a su primer seña dejaron caer las armas, y siguieron el bergantín como prisioneros de su obligación.

[…] Conocióse luego la causa de aquella novedad, porque llegó entonces el aviso que adelantó García de Holguin, y Hernán Cortés levantando los ojos al cielo, como quien reconocía el origen de su felicidad, mandó luego a los cabos de su ejército que se mantuviesen a vista de las fortificaciones sin pasar a mayor empeño hasta otra orden; y enviando al mismo tiempo dos compañías de españoles al surgidero para que asegurasen la persona de Guatimozin, salió a recibirle cerca de su alojamiento, cuya función ejecutó con grande urbanidad y reverencia, en que obraron más que las palabras las señas exteriores; y Guatimozin correpondió en la misma lengua, procurando esforzar el agrado para encubrir el despecho.

Cuando llegaron a la puerta se detuvo el acompañamiento, y Guatimozin entró delante con la emperatriz, afectando que no rehusaba la prisión. Sentáronse luego los dos, y él se volvió a levantar para que tomase Cortés su asiento, tan dueño de sí en estos principios de su adversidad, que reconociendo a los intérpretes por el puesto que ocupaban, rompió la plática diciendo: «¿qué aguardas, valeroso capitán, que no me quitas la vida con [416] ese puñal que traes al lado? Prisioneros como yo siempre son embarazosos al vencedor. Acaba conmigo de una vez, y tenga yo la dicha de morir a tus manos, ya que me ha faltado la de morir por mi patria».

Quisiera proseguir, pero se dio por vencida su constancia, y dijo lo demás el llanto, llevándose tras sí las cláusulas de la voz y la resistencia de los ojos: siguióle con menos reserva la emperatriz […] Dejólos a cargo de Gon- zalo de Sandoval con la guardia que pareció suficiente; y antes de partir le avisaron que le llamaba Guatimozin, cuyo intento fue interceder por sus vasallos. Pidióle con todo encarecimiento: «que no los maltratase ni ofendiese, pues bastaría para reducirlos la noticia de su prisión». Y estaba tan en sí, que conoció a lo que se apartaba Hernán Cortés, cabiendo entre sus congojas este [417] noble cuidado verdaderamente digno de ánimo real. Y aunque le ofreció cuidar de que se les hiciese todo buen pasaje, dispuso también que le acompañase uno de sus ministros, mandando por este medio a la gente de guerra y al resto de sus vasallos, que obedeciesen al capitán de los españoles; pues no era justo provocar a quien le tenía en su poder, ni dejar de conformarse con el decreto de sus dioses.

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 414-417
Lugar(es):
  • México-Tenochtitlan
Persona(s):
  • Cuauhtémoc
  • Hernando Cortés
  • Francisco García Holguín
Actor(es):
  • Bergantines