Cortés firma la Segunda Carta de Relación en Segunda de la Frontera
Parecióle también que debían escribir al rey en esta ocasión los dos ayuntamientos de la Vera-Cruz y Segura de la Frontera, que tenían voz de república en aquella tierra; y ellos formaron sus cartas, solicitando las mismas asistencias, y representando a su majestad, como punto de su obligación, lo que importaba mantener a Hernán-Cortés en aquel gobierno; porque así como se debían a su valor y prudencia los principios de aquella grande obra, no sería fácil hallar otra cabeza ni otras manos que bastasen a ponerla en perfección. En que dijeron con ingenuidad lo que sentían, y lo que verdaderamente convenía en aquella razón. […]
Partieron luego Diego de Ordaz y Alonso de Mendoza en uno de los bajeles que arribaron a la Vera-Cruz, con toda la prevención que pareció necesaria para el viaje. Y poco después resolvió Hernán Cortés que se fletase otro, para que pasasen los capitanes Alonso Dávila y Francisco Alvarez Chico con despachos de la [340] misma sustancia para los religiosos de San Jerónimo, que presidían a la real audiencia de Santo Domingo, única entonces en aquellos parajes, y suprema como dijimos para las dependencias de las otras islas, y de la tierra-firme que se iba descubriendo. Participóles todas las noticias que había dado al emperador, solicitando más breves asistencias para el empeño en que se hallaba, y más pronto remedio contra los desórdenes de Velázquez y Garay. Y aunque reconocieron aquellos ministros su razón, y admiraron su valor y constancia, no se hallaba entonces la isla de Santo Domingo en estado que pudiese partir con él sus cortas prevenciones. Aprobaron y ofrecieron apoyar con el emperador todo lo que se había obrado, y solicitar por su parte los socorros de que necesitaba empresa tan grande y tan adelantada, encargándose de reprimir a sus dos émulos con órdenes apretadas y repetidas, en cuya conformidad respondieron a sus cartas, y volvieron brevemente aquellos comisarios más aplaudidos que bien despachados en el punto de los socorros que se pedían.
- Hernando Cortés
- Diego de Ordás