Una conquista retroactiva

En los últimos tres siglos, desde finales del siglo XIX se ha hecho normal, casi inevitable, que concibamos la  llamada “conquista española de México” como un suceso de excepcional importancia histórica, un parteaguas en el devenir de los grupos humanos que habitaban lo que hoy es nuestro país. Igualmente se ha hecho común concebirla como un cataclismo que destruyó y avasalló a las culturas y “razas” indígenas, y la sometió de manera definitiva a la cultura occidental, su religión. También se dice que creó una nueva “raza”, la mestiza. El corolario de esta concepción totalizadora de la conquista ha sido reunir a todos los indígenas, no importa si fueron conquistadores, en la categoría de “vencidos” (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2653/2651). Por esta visión exagerada en función de ese suceso dividimos “nuestra” historia en un periodo pre-hispánico y otro colonial o virreinal.

      Estas apreciaciones de la conquista como un punto de inflexión civilizatoria, no sólo exageran su dimensión y sus impactos, sino que contradicen las percepciones de los propios autores que la realizaron. Para el mismo Hernán Cortés esta conquista fue sólo una victoria parcial y anheló durante años realizar otras más grandes. Para los indígenas conquistadores, como lo muestra el Lienzo de Tlaxcala, su victoria compartida con los españoles no implicaba la destrucción de su mundo, y menos el fin de su historia, sino un triunfo que les permitía proyectar su existencia hacia el futuro.

      En realidad, la exageración de la significación histórica de la conquista comenzó tres siglos después de los sucesos y ha consistido, básicamente, en proyectar al pasado y atribuir a la victoria militar “de los españoles”, los procesos y políticas colonialistas implementadas por el estado-nación mexicano en los siglos XIX y XX.

      La idea de que la conquista marcó la imposición de la lengua española, por ejemplo, hace retroceder al siglo XVI un proceso de imposición lingüística que en realidad estaban llevando a cabo los gobiernos de México tres siglos más tarde. También es frecuente escuchar que el despojo de los territorios de los pueblos indígenas fue producto de la conquista, cuando fue en realidad producto de las políticas liberales del XIX.

      Hemos señalado en otro amoxtli que en el siglo XVI la conquista también fue racializada retroactivamente (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2666/2661). Al inventar un triunfo exclusivamente “español”, que no sucedió, sobre una “civilización indígena” homogénea, que en realidad no existía, los historiadores convirtieron falsamente a la conquista en el fundamento del poder de los grupos blancos, y de los mestizos en posición de blanquitud, desde entonces y hasta la fecha. Esta concepción racial de la conquista y del periodo colonial conduce a que se exagere con frecuencia el poder y la capacidad de acción de las personas y grupos considerados “blancos” o “criollos” siempre a expensas de los de los pueblos definidos como indígenas, o afroamericanos. Así, la historia de una pequeña minoría que no llegó al 10% de la población sino hasta fines del siglo XVIII es presentada como la historia de la Nueva España o la historia colonial, y se hace fácil ignorar por completo, o menospreciar, la historia del restante 90%.

      Igualmente anacrónica ha sido la idea de que la conquista marcó el nacimiento de la “raza mestiza”. Si bien hubo individuos de origen mezclado desde antes de 1519, estos fueron una pequeña minoría marginal de la población de la Nueva España durante tres siglos. La población que se consideraba mestiza no llegó a ser la mayoría de la población mexicana hasta el siglo XX. Pero el triunfo del llamado mestizaje en este periodo es producto más de  la imposición del español como lengua nacional y del triunfo de los valores liberales de ciudadanía, que de una inexistente mezcla racial generalizada.

      Otro anacronismo es la manera en que muchos historiadores, desde Robert Ricard hasta Serge Gruzinski, atribuyen a la llamada “conquista espiritual” el poder de modificar totalmente las mentes, las costumbres, las formas de vida de los pueblos indígenas. Esto, pese a que el aparato colonial español y unos cuantos centenares de frailes totalmente incapaces de ejercer tal tipo de influencia y control sobre millones de indígenas. En este caso, además de la visión racialista que exagera siempre el poder y la capacidad de los blancos, también se proyecta de manera acrítica al pasado el poder ideológico de un estado moderno, como el mexicano, con sus medios de comunicación, educación pública y otras maneras mucho más eficaces de influir y controlar el pensamiento de sus ciudadanos.

      Estas proyecciones retroactivas son todas insostenibles históricamente, pero han sido apoyadas por una concepción etnocéntrica de la historia “universal” que asume que los europeos y los cristianos son sus protagonistas y que la conquista marcó la entrada de México a ella, razón por la que la “occidentalización” o la “aculturación” eran ineludibles. También suele insistirse en el carácter “inevitable” del triunfo “español” en 1521. Las afirmaciones del carácter “necesario” de la conquista se basan en argumentos evolucionistas (todos etnocéntricos) sobre la supuesta “superioridad” racial o cultural española. También recurren a argumentos teleológicos, que explican los hechos de 1519 a 1521 en función de sus consecuencias, como la imposición del régimen colonial 20 años después o el gradual triunfo del capitalismo en los siglos siguientes, y no al revés, como se supone que debe hacer la historia.

      Todas juntas, estas visiones anacrónicas vuelven mucho más simple su visión de la conquista de lo que realmente sucedió entre 1519 y 1521. También la hacen parecer mucho más importante que lo que fue en su momento. Finalmente, le atribuyen muchas consecuencias que en realidad son producto de otros procesos, como la construcción del estado-nación mexicano.

Su efecto más peligroso, en términos históricos y políticos, es atribuirle un carácter absoluto e irreversible a esta conquista simplificada y a sus consecuencias exageradas. Según esta visión retroactiva, la “conquista española de México” habría sellado de manera definitiva e irreversible la supremacía y la dominación de los grupos blancos, o de los mestizos en posición de blanquitud, y habría condenado a todos los indígenas a la derrota y a la impotencia. Esta visión, por más falsa que sea, ha servido desde hace 150 años para deslegitimar las reivindicaciones de los pueblos indígenas, para poner en entredicho su cultura, para justificar las políticas coloniales que se les han impuesto. En suma es una visión de la conquista del siglo XVI que es útil para las conquistas del XIX y del XX,  e incluso del XXI.

Para citar: Federico Navarrete , Una conquista retroactiva, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/3018/3018. Visto el 18/04/2024