Con el cuerpo por delante… para pensar (y sentir) el papel de las mujeres indígenas en la conquista y más allá

[…]

despertaba de madrugada

y barría la tristeza que la noche le había dejado

día a día levantaba las cenizas

de sus tres hombres que le arrancaron

y al hijo que el viento arrastró a la fosa de carbón

para volverse fuego…

 la conocí con los pies descalzos

con los talones todos agrietados

mi madre decía

que también tenía ranuras en los pezones

que en su carne se hacían huecos

por sostener a siete hijos desvaídos […]

 

Diana Domínguez, poeta ayuuk

Tzam. Trece semillas

(https://tzamtrecesemillas.org/sitio/grietas/?fbclid=IwAR2fbL0lL49z8cq0skd0HKQUCzyTj063izLP4X39CYEhMU--0qbnK4dLYYE)

 

 

Las historias nos lo han contado una y otra vez, sin darle mucha importancia generalmente, y repitiendo siempre la misma fórmula: durante la conquista un hombre indígena regaló una mujer indígena a un varón español. Los “donantes” pueden ser el señor de Centla, el “cacique gordo” de Cempoala, los gobernantes de Tlaxcala; las “entregadas” pueden ser la famosa Malintzin y sus 19 compañeras anónimas, la hija del cacique y sus acompañantes, las descendientes de los linajes gobernantes de los 4 señoríos de Tlaxcala y sus servidoras; los “receptores”, Hernán Cortés personalmente, los capitanes españoles, o los expedicionarios en su conjunto. En todos los casos pensamos, damos por sentado, que son los hombres los que determinan el intercambio y reducimos a las mujeres a la calidad de objetos intercambiados. Como criticó Aura Cumes, antropóloga cakchiquel, en una conversación con Yásnaya Aguilar (https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/8c6a441d-7b8a-4db5-a62f-98c71d32ae92/entrevista-con-aura-cumes-la-dualidad-complementaria-y-el-popol-vuj) , asumimos que un patriarcado indígena se alió con el patriarcado europeo y que las mujeres, sus cuerpos, fueron las fichas de intercambio de su entendimiento.

Pensemos, sin embargo, en la fotografía de Pedro Valtierra tomada en 1998 en que las mujeres zapatistas echan el cuerpo por delante para detener a las tropas del gobierno federal. Recuerdo las descripciones de la manera en que las mujeres de Cancuc en 1712, no muy lejos de ahí, echaron su cuerpo por delante para enfrentar a las tropas del ejército real que venía a sofocar su rebelión, encabezada por una joven de 12 años que hablaba con la Virgen, mostrando sus genitales para que las fuerzas frías de su género amortiguaran la agresión de los soldados varones y sus fuerzas calientes. Antes de la conquista, en 1473, las mujeres de México-Tlatelolco salieron con los pechos descubiertos a atenuar la ira masculina de los combatientes de México-Tenochtitlan que venían a invadir y someter a su ciudad.

Todas ellas son mujeres guerreras, que interponen su cuerpo, su vida para defender a sus pueblos contra unos invasores. Lo más obvio es equiparar su valentía con la de los varones. Más fecundo, sin embargo, sería compararla con la de otras mujeres, las numerosas y anónimas cautivas entregadas a los españoles, las hijas y parientes dadas como “esposas”, las incontables “servidoras” que también fueron parte de estos intercambios. ¿Serán ellas también como estas “guerreras” que echan el cuerpo por delante para enfrentar y apaciguar a los invasores? ¿Son algún tipo de “arma” esos cuerpos femeninos, destinados al intercambio sexual muchas veces violento, así como al cuidado físico y la intimidad; un “arma” que las mujeres usan y defienden, más allá de las violencias masculinas? ¿Sus conocimientos, de cocina, de medicina, de cuidado, de sexualidad, funcionaron como una forma “inteligencia” que envolvió a los invasores, los transformó, los hizo más familiares a los mesoamericanos? ¿Fueron ellas, pues “agentes” en el sentido del combate y de la vida, dotadas de propósitos y objetivos, de valentía y determinación para relacionarse con los españoles, y no simples participantes pasivas en un intercambio entre varones?

Si las pensamos así, las podemos imaginar realizando labores claves en la integración de los extranjeros desconocidos, y no plenamente humanos desde el punto de vista local, a las redes de intercambio, alianza, parentesco y guerra de los pueblos mesoamericanos. Sus fuerzas frías femeninas habrán atenuado la agresividad masculina y caliente de estos hombres capaces de recurrir a la violencia sin límites. Sus alimentos mesoamericanos, empezando por las tortillas, habrán transformado los cuerpos españoles y los habrán hecho más parecidos a los mesoamericanos, como el maíz había hecho toltecas a los chichimecas unos años atrás. Sus cuidados y sus curaciones no sólo los mantuvieron con vida a los extranjeros, sino que transformaron su corporalidad, su forma de vestir; no olvidemos que los expedicionarios españoles vestían capas y ropa de guerra tejida por las mesoamericanas, incluso sus hábitos más íntimos. Al menos, los habrán convencido de bañarse más frecuentemente.

Claro que la ideología patriarcal y etnocéntrica de los propios españoles, ligada a un ideal masculino y cristiano, purificador e intolerante, les impedían reconocer y mucho más nombrar estas influencias femeninas, estas transformaciones corporales e íntimas. La mayoría de los historiadores afiliados las variantes modernas de esta tradición, la blanquitud, la modernidad y el patriarcado nacionalista, han continuado esta invisibilización. Sin embargo, ya no es aceptable seguir negando las capacidades femeninas de cuidar, sanar y transformar a los varones. Para ir más allá de estos prejuicios es necesario reconstruir, imaginar a fondo sus posibles alcances.

En Mesoamérica, como han mostrado Alejandro Fujigaki y Margarita Cossich (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2313/2309) las mujeres que echaban el cuerpo por delante en el parto eran consideradas guerreras. Al mismo tiempo eran tejedoras. Sabemos que en la región, las mujeres eran las que conocían las intrincadas y siempre deslumbrantes técnicas textiles y producían sus propios huipiles, expresiones materializadas de sus identidades individuales, de género y colectivas, así como las ropas de los varones. Eran también tejedoras de parentescos. Por siglos antes de 1519, al acercarse a los extranjeros (fueran chichimecas recién llegados, comerciantes venidos de lejos o expedicionarios de una tierra desconocida) las mujeres mesoamericanas los entretejieron en sus redes de relaciones físicas y carnales, los transformaron en parientes, criaron a sus hijos comunes, los hicieron personas por medio de la alimentación y el cuidado. Esta práctica de exogamia y construcción de parentescos era antiquísima en Mesoamérica donde convivían y se entretejían pueblos, linajes y grupos de muy diversos orígenes, sin renunciar a sus particularidades.

Muy probablemente esa era la “estrategia” de estas mujeres, el resultado que esperaban de esas prácticas que habían realizado desde hacía generaciones. Lo que llamamos “mestizaje”, sin embargo, no responde a ella, porque es la narrativa patriarcal, española y mexicana, donde impera siempre la fuerza viril de los blancos, su manera de concebir el linaje. Por ello no reconocen, no pueden reconocer, esas formas femeninas y mesoamericanas de echar el cuerpo por delante y tejer relaciones: el poder de la lengua materna, el valor de la crianza, la enseñanza de los cuidados, la fuerza del cariño, la lenta construcción de la persona social. Hernán Cortés arrebató a Malintzin su hijo común, Martín, y lo transformó así en español, borrándole su estirpe mesoamericana, pero también destruyendo los cariños, los vínculos, las enseñanzas, los legados de su madre. Desde entonces esta violencia masculina, repetida generación tras generación ha sido la práctica de nuestro mestizaje patriarcal y colonialista que tan bien caracteriza Aura Cumes. Por eso a la fecha, el trabajo de cuidado de las mujeres indígenas, transformadas en “empleadas domésticas”, que sigue siendo indispensable para la reproducción física de las élites en posición de blanquitud, es el más devaluado de todos en nuestra sociedad, es invisibilizado y negado, devaluado y despreciado.

Las mujeres mesoamericanas echaron el cuerpo por delante durante eso que llamamos conquista, se acercaron a los invasores desconocidos, sufrieron y resistieron sus violencias, atenuaron sus peligros, los incorporaron, sin que se dieran cuenta, a su mundo. Estas labores femeninas hicieron posibles las alianzas políticas y militares que tejieron los varones: sin sus tortillas, sus labores, sus medicinas, sus cuidados, las palabras de Hernán Cortés y las promesas de sus nuevos amigos no hubieran tenido realización concreta. No es exagerado decir que los cuidados femeninos mantuvieron vivos a los expedicionarios a lo largo de 2 años.

Echar el cuerpo por delante, costó a las mujeres golpes y ultrajes, violaciones y desprecios, demasiada muerte, incontables cautiverios, como les sigue costando hoy, a todas las que echan su cuerpo en defensa de sus pueblos y comunidades, de sus territorios y sus formas de vida, de su dignidad y su propia existencia. La mejor manera de honrar su valentía es contar sus historias.

Para citar: Federico Navarrete , Con el cuerpo por delante… para pensar (y sentir) el papel de las mujeres indígenas en la conquista y más allá, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2695/2695. Visto el 27/03/2024