Guerreras femeninas y tejidos masculinos

 

En un artículo anterior de Noticonquista (https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1942/1939) Alejandro Fujigaki relató que las mujeres mexicas eran guerreras captoras de cuerpos enemigos a través de los partos que experimentaban. Es bien sabido que el parto era una guerra donde la mujer libraba una batalla con agentes y fuerzas de diferentes planos de existencia. Era de tal importancia esta labor beligerante y este tipo de combate cuerpo a cuerpo que, si las mujeres fallecían en su primera batalla, su destino después de esta vida sería a la Casa del Sol (Tonátiuh Ilhuícac), y era considerada la manera más respetable de morir; este honor sólo lo compartían con los varones mexicas que fallecían en manos enemigas. Seguimos el camino para sumar las lecturas sobre el pasado mexica considerando que al hablar de mujeres y guerra tenemos que multiplicar nuestras acepciones tanto de guerra como de guerreras; deseando nadar contracorriente de lecturas reduccionistas y androcéntricas que podamos realizar                 (ver: Margarita Cossich Vielman https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2294/2293?fbclid=IwAR2yAkiXvhQtwQB8IjcfJIdkTM7dtbFmfwQt3e0eHK-4ZDfji-VkB1tqi9M).

 

Según relata Sahagún, los recién nacidos nahuas se incorporaban a las redes parentales por medio de rituales liderados por la partera que los había traído al mundo y que se dividía en tres fases: lavado, ofrecimiento e imposición del nombre. Para la primera parte, se sacaba a la cría al patio de la casa, donde recibían de un cuenco nuevo lleno de agua, las primeras gotas de su primer lavado. La partera, posicionaba la cabeza de la cría hacia el occidente y llevaba el agua a su boca, pecho, cabeza, manos y pies; todo esto acompañado de oraciones a diversas deidades, donde se solicitaba que se les permitiera crecer como plantas. También en el patio, junto al cuenco de agua, se colocaban objetos miniatura que representaban el género de los recién nacidos, si era varón, le correspondía un  escudo (con masa de amaranto), arco y cuatro flechas (una por cada rumbo), una manta (tilma) y un taparrabos (maxtlatl). Si era mujer, se confeccionaban instrumentos para tejer e hilar: malacate (malacatl), telar (iquitihualoni), machetes de tejido (tzotzopaztli); acompañados de una pequeña falda (cueitl) y huipil. A simple vista, este ritual está asociado a lo que sería la finalidad de los hombres, ser guerreros, mientras que las mujeres serían las encargadas de quedarse en casa y tejer.  ¿Será tan sencillo?

Guerreras en campos de batalla

Bastante documentada ha sido una primera noción de guerra que, intuitivamente, podría pensarse como un asunto estrictamente de varones que establecen combates cuerpo a cuerpo y con armas (atlatl –macana- y chimalli –escudo-) en campos de batallas específicos. Desde esta visión, en la información de las fuentes, considerar a las mujeres como guerreras se restringe significativamente pero de ninguna manera están ausentes por completo. Revisemos los ejemplos prehispánicos y coloniales donde se presentan personajes evidentemente femeninos en campos de batalla; todos comparten que las mujeres visten faldas más largas (hasta las rodillas) en comparación a las que usan los hombres y se observa la prominente presencia de uno o dos senos. Estos ejemplos pueden ser encontrados en piedra, pintura mural y en pictografías.

En Tenochtitlan, para el periodo Postclásico, contamos con dos ejemplos en piedra: el primero la Piedra de Tizoc, donde vemos a dos personajes cautivos que representan a las localidades de Xochimilco y de Culhuacán, ambos cautivos presentan faldas largas en comparación a los otros cautivos que visten maxtlatl (taparrabos) y, en ambas ocasiones se dibuja sutilmente uno de los dos senos. El segundo ejemplo, es un atlante de piedra de 1.20 m de altura, que fue hallado en la calle República de Guatemala y que, en comparación con los otros cuatro atlantes encontrados, viste un faldellín largo de red (muy similar al diseño de varias representaciones de Coatlicue, la de la falda de serpientes cruzadas y a los diseños de huipiles de las mujeres mayas del periodo Clásico). Esta guerrera sostiene en su mano un atlatl (lanzadardos) al igual que los hombres.

Sharisse y Geoffrey McCafferty ya han realizado interpretaciones sobre las guerreras en la pintura mural de Cacaxtla, sitio arqueológico del periodo Clásico que se encuentra en el estado de Tlaxcala. Este sitio, a pesar de estar en una región del Centro de México, presenta mucha influencia maya. El ejemplo más evidente de una mujer se encuentra en el Templo de Venus, donde una pareja de personajes visten elementos de Venus en su cintura; la diferencia entre estos dos personajes es el tamaño de falda y la presencia del seno derecho. Aunque este no es un mural de guerra, evidencia la representación de varias mujeres en el llamado Mural de la Batalla, donde podemos diferenciar a las mujeres, guerreras ave (por el largo de sus faldas y por el uso de huipiles o quexquemitl -blusa triangular). 

Esta manera de vestir también la encontramos en códices mixtecos, mayas y nahuas donde se hallan diferentes mujeres que visten faldas largas (hasta las rodillas) con el pecho descubierto o usando quexquemitl y que, en algunas ocasiones, toman del cabello a sus cautivos (al estilo de la Piedra de Tizoc), como el ejemplo del Códice Selden donde aparece la Señora 6 Mono.

Para la colonia, existen ejemplos reportados por Diego Durán. El fraile presenta dos imágenes de mujeres en campos de batalla: la primera, en la batalla de tepanecas (de Coyoacán) contra mexicas liderados por Itzcoatl, donde las mujeres portan escudos (chimalli) y macanas con obsidiana (macuahuitl) junto a sus compañeros derrotados por los mexicas.

Otra de las batallas que libraron los tenochcas fue contra los tlatelolcas, en esta escena se observan al menos a cinco mujeres guerreras. Tienen la peculiaridad de que se encuentran totalmente desnudas; tres de ellas se encuentran en la terraza de un edificio y dos sostienen en sus manos un macuahuitl, la tercera sostiene lo que parecería ser un cuenco del cual derrama un líquido, mientras que dos mujeres más se encuentran en el campo de batalla; ellas no sostienen ningún armamento, simplemente van tocando sus dos pechos. A esta imagen la acompaña la glosa “[Juntaron] gran número de mujeres y desnudándolas todas en cueros, y haciendo un escuadrón de ellas, las echaron hacia los mexicanos que furiosos peleaban. Las cuales mujeres, así desnudas y descubiertas sus partes vergonzosas y pechos, venían dándose palmadas en las barrigas y otras mostrando las tetas y exprimiendo la leche de ellas y rociando a los mexicanos. Junto a ellas venía otro escuadrón de niños, todos en cueros y embijadas las caras y emplumadas las cabezas, haciendo un llanto lamentable (Durán, 2006: II, 263).

El ejemplo final lo encontramos en el Lienzo de Tlaxcala, donde observamos a Malintzin en la entrada a Tepotzotlan, portando una pica y un escudo español; aunque quizá estos artefactos servían para defensa no es difícil imaginar a las mujeres portando estos dentro del campo de batalla.

La semana pasada Pilar Regueiro hizo evidente que no es extraña la presencia de mujeres españolas en los campos de batalla (ver: https://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2304/2301), y, por lo tanto, como vimos con todos los ejemplos anterior, se puede refutar aquellos textos que desean circunscribir estas batallas a las versiones exclusivamente andróginas.

 

El tejer masculino

Aún considerando lo anterior, la comprensión de las praxis bélicas mexicas y las mujeres no se resuelve de manera tan simplista. El desafío de nuestras relaciones con el pasado amerindio es mucho mayor e infinitamente más complejo. Y la complejidad consiste en que si el estatuto de guerreras no se reduce al campo de batalla y este reconfigura la noción de guerra, este último movimiento impactará de manera relacional a todo el conjunto de ámbitos, códigos y significados de estos colectivos. De esta manera no sólo se redefine la guerra y el estatuto de los guerreros y guerreras, sino también, de otros campos de acción; como pueden ser el tejer y la creación de parentesco consanguíneo.

Si, como lo hemos mencionado, las mujeres libran sus propias guerras que incluye la captura de cuerpos enemigos para poblar las filas mexicas. Varones y mujeres libran batallas para capturar cuerpos extranjeros y/o de otros planos de existencia: a través del parto las mujeres libran batallas al interior de sus cuerpos; los varones libran batallas con sus cuerpos en campos de batalla externos. Pero la posibilidad de que los hombres construyan consanguinidad, en términos meramente masculinos, no estaría ausente.

Es muy conocido cómo en algunos momentos de los complejos rituales de sacrificios humanos mexicas –tal como los dedicados a la veintena de tlacaxipehualiztli, particularmente en el momento de tlahuahuanaliztli– pareciera que los guerreros adultos varones piden prestados a las recién nacidas los objetos miniatura para tejer e hilar que mencionamos anteriormente y que se supone son exclusivos de las mujeres.

Como se sabe a través del famoso pasaje de Sahagún, dos guerreros contrarios –uno mexica captor y el otro enemigo cautivo– atravesaban por un momento en que su relación se transformaba y de rivales hostiles devenían en un vínculo de padre-hijo, respectivamente. Para ello, el enemigo-cautivo-hijo era amarrado a una piedra sacrificial llamada temalacatl (como la Piedra de Tizoc) sobre la cual, a la postre, se le daría la muerte ritual. Temalacatl se vincula con la palabra malacate (malacatl) y con temalac, tetzotzopaz que, según Molina, era “el oficio y obra de las mujeres, el hilar y tejer”. Malacatl, a su vez, se conforma de malina “retorcer” y acatl “caña”.

En estas ceremonias, al cautivo se le amarraba con una soga llamada tonacamecatl que era un nombre que refería al “cordón umbilical” (Baudez). También, apuntaría a la noción de “cuerda de nuestra carne” o “cuerda de maíz” y, por su vínculo con la palabra “tonaca”, también se referiría a “nuestra carne” y es el nombre que se le da al maíz (Martínez y Núñez). Atado y provisto con armas de ineficaces, a la víctima se le ponía a combatir contra guerreros jóvenes con instrumentos bélicos de verdad. El objetivo de esta pelea no era matar a los cautivos, sino rayarlos: tlahuahuanaliztli significa “rayamiento”. Los cautivos combatían contra los tlahuahuaque “los que rayan” o “los que hacen líneas paralelas” (Graulich 1999:284). Al ser rayados de esta manera se detenía el combate y se le colocaba en la parte superior del malacate de piedra, se le sacrificaba y extraía el corazón por un sacerdote que aludía Xipe Totec y se obtenía su sangre para poder ofrendarla a otras divinidades.

Posteriormente, el cuerpo del enemigo-cautivo-hijo era trasladado personalmente por su padre-captor a su calpulco. Ahí se procedía a desollarlo y destazarlo, para luego repartir las partes del occiso. Existía un tabú y ninguna persona perteneciente a la familia del captor podría alimentarse de la víctima por ser carne de su carne. No sólo eso, esta familia pasaba por un proceso de estricto luto por la pérdida de su nuevo pariente. Recordemos que éste habría posibilitado la movilidad social del guerrero captor y su familia. Finalmente, el fémur de este enemigo-cautivo-hijo ofrendado se convertía en un maltéotl (“dios-cautivo”).

Si observamos el camino seguido y considerando la hipótesis propuesta tendríamos que el temalacatl sería el huso de piedra que los guerreros utilizaban para tejer e hilar a sus cautivos y, así, crear lazos de consanguineidad. De esta manera, de enemigos a muerte se transitaba, con la muerte de uno de ellos, a parientes en luto. En este sentido, decimos que los varones crean consanguineidad desde su posición masculina utilizando las técnicas del tejido. Además, como ya se mencionó, los partícipes se nombraban explícitamente padre-hijo. En este sentido, el guerrero mexica (famoso por ser sanguinario), ahora también aparecerían como un tlatzomani (costurero, sastre) y un tlatzohui (un enlazador o el que caza con un lazo) que crea consanguineidad a través de la guerra, los sacrificios y las ofrendas a Xipe Tótec.

Para terminar, diríamos que, si bien existiría una tendencia a la división de ciertos oficios por marcadores sexuales, el oficio podría compartirse en otro plano de las relaciones sociales en este colectivo. Y, de hecho, convergían en uno de las prácticas fundamentales de los mexicas: tejer parentesco consanguíneo por medio del parto y de la guerra. Así como las mujeres hacían la guerra en el sentido más estricto del término como lo demuestran las fuentes que señalamos; los hombres tejían y creaban otro tipo de consanguineidad que, en términos formales, ante su muerte se seguían los protocolos de los familiares cercanos. Así que lo que ajustó de un lado viene a reconfigurar las otras relaciones en este colectivo. Y, en este sentido, se abre una nueva pregunta que resolveremos en otra entrega: ¿qué relación se establecía entre parto, guerra y matrimonio?

 

Para saber más:

      Baudez, Claude-François, “Sacrificio de “sí”, sacrificio del “otro”” en López Luján, Leonardo y Guilhem Olivier (Coords.), El sacrificio humano en la tradición religiosa mesoamericana, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2010. Pp. 431-451.

      Durán, Fray Diego  “Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme”. 2006 [1576]

      Fujigaki Lares, Alejandro. La disolución de la muerte y el sacrificio. Contrastes de las máquinas de transformaciones y mediaciones de los rarámuri y los mexica. Tesis de doctorado, IIA-UNAM, 2015.

      Graulich, Michel, Ritos aztecas. Las fiestas de las veintenas, INI, 1999, México.

      Martínez, Roberto y Luis Fernando Núñez, “La carne pegada el hueso: planteamiento sobre la concepción del cadáver en el Posclásico Tardío, con énfasis en el México central”, Ponencia presentada en la XXVIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, Colegio de las Vizcaínas, Centro Histórico, Distrito Federal, de 6-10 de agosto de 2007.

      McCafferty, Sharisee D. y Geoffrey G. McCafferty (2007) “Guerreras: El papel de las mujeres en la guerra prehispánica” Expresiones Antropológicas 29: 33-38. https://www.academia.edu/210233/2007_Guerreras_El_Papel_de_las_Mujeres_en_la_Guerra_Prehispanica

      Sahagún,  Fray Bernardino de «Historia general de las cosas de Nueva España» Libros XXXVII y XXXVIII.

 

 

Para citar: Margarita Cossich Vielman, Alejandro Fujigaki Lares, Guerreras femeninas y tejidos masculinos, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2313/2309. Visto el 23/04/2024