A labrar bergantines para darles guerra por el agua: experiencia náutica para la conquista de una ciudad rodeada de agua
Un grupo de bergantines avanzando sobre el lago de Texcoco transportando soldados, caballos y artillería para someter Tenochtitlán es un escenario donde están presentes experiencias y conocimientos náuticos de dos culturas navegantes. Estas fortalezas flotantes, ilustradas en el códice Florentino, fueron trazadas por Cortés y sus carpinteros de ribera, y cortadas y armadas por sus aliados tlaxcaltecas. El proyecto se logró gracias a que ambos grupos, a pesar de las diferencias geográficas, comprendían el mismo idioma: el de hacer embarcaciones, estructuras para trasladarse y pelear.
Un aspecto que no debe olvidarse en los procesos castellanos de exploración, y posteriormente conquista, es la adaptación que entre sus huestes se fue dando a lo largo de sus avances por el Atlántico. Dicha adaptación implicó usar los recursos materiales de los lugares por los que paulatinamente extendieron su presencia. Ejemplo de ello se ve cuando buena parte de las naves usadas en los reconocimientos de las Antillas y posteriormente del seno mexicano fueron de manufactura antillana, aunque varios de los pertrechos (como objetos de metal, velamen o cordelería) fueron retomados y reutilizados de las naves que previamente habían cruzado el Atlántico. Las nuevas naves eran pequeñas, tipo bergantines, cuya característica principal fue ser de poco calado, lo cual les permitían acercarse a tierras para sondearlas, registrar sus características físicas e incluso remontar por algunos estuarios.
Este tipo de embarcaciones, y la experiencia de utilizar materiales locales para fabricarlas, también fue puesta en práctica por las huestes cortesianas. Y las naves en las que llegaron Cortés y sus hombres a las costas mesoamericanas fueron aprovechadas al máximo pues, antes de ser echadas al través, se les extrajeron sus principales pertrechos. Pronto éstos serían reutilizados también en el cerco que se llevó a cabo a la ciudad de México-Tenochtitlan.
Tras la Noche Triste, Cortés y sus hombres se refugiaron en Tlaxcala, donde además de recuperarse comenzaron a planear la forma de atacar nuevamente la capital mexica. Para ello se hizo evidente que dicho ataque debía hacerse desde el mismo lago pues, como el mismo Bernal Díaz señaló, “hallábamos muy cierto que para la laguna sin bergantines no la podíamos señorear, ni podíamos dar guerra, ni entrar otra vez por las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras vidas”. Así que los castellanos comenzaron la fábrica de doce bergantines, que terminaron siendo trece. Para ello, se hicieron distintos preparativos.
Estas naves no fueron las primeras que las huestes castellanas fabricaron en el valle de México, pues el mismo Bernal señala cómo Cortés quiso regalarle dos a Moctezuma. Para ello encargó al carpintero de ribera Martín López, que con ayuda de Andrés Núñez, coordinaran los cortes de madera y la fábrica de las naves, las cuales posteriormente fueron calafateadas por “muchos carpinteros de los indios” que los ayudaron. Con esas naves, con velas y remos, Moctezuma fue acompañado de otros señores principales e hicieron viaje para cazar y, según Bernal, “Holgábase Montezuma y decía que era gran maestría la de las velas y remos todo junto”. Estas naves fueron un ejercicio previo a los bergantines usados en el cerco de Tenochtitlan.
Su fábrica inició en Tlaxcala en octubre de 1520 y fueron terminados hacia febrero o marzo para posteriormente ser trasladados, desarmados, a Texcoco. Tanto en las faenas de construcción como en su remisión a orillas del lago, hubo dos procesos a considerar. El primero tiene que ver con la obtención o envío de materiales y gente, mientras que el segundo se relaciona con las rutas que se protegieron para asegurar esas remisiones, así como el traslado de los mismos bergantines.
En Tlaxcala, nuevamente se encargó al carpintero de ribera Martín López que se hiciera cargo de fabricar los bergantines. Pronto coordinó los cortes de madera en montes cercanos a Tlaxcala y Huejotzingo, de los cuales se pudo echar mano de robles, encinos y pinos. Además, de los pinares se obtuvo también brea y resinas (llamada pez) para impermeabilizar los cascos. Buena parte de los materiales a usar en los bergantines, que eran aquellos de metal, velamen o agujas que no se podrían obtener en la zona, tuvieron que ser remitidos desde Veracruz. Para ello se encargó al burgalés Santa Cruz “enviar a la villa de la Veracruz por todo el fierro y clavazón que hobiere, y velas y jarcia y otras cosas necesarias para ellos”. Bernal por su parte dice que Cortés mandó traer de la Villa Rica el “hierro y clavazón de los navíos que dimos al través, y por anclas y velas y jarcias y cables y estopa, y por todo aparejo de hacer navíos.” Pero estos pertrechos no eran suficientes para las naves proyectadas, por lo que pronto se echó mano de otras fuentes. En principio, Cortés envió a La Española cuatro naves para comprar otras cuatro, además de llevar a la Audiencia de Santo Domingo la noticia de lo hasta el momento acontecido. Así también, obtendrían socorros como caballos, armas, ballestas, pólvora, y pertrechos marítimos como clavazón, estopa, y velas.
Además, algunas naves que llegaron a Veracruz pronto fueron capturadas y reusadas (al igual que su tripulación) en los bergantines. Así, de las naves de Pánfilo de Narváez pronto hubo pilotos y maestres de los que Bernal dice que “vinieron a besar las manos al capitán Cortés”, además de que se ordenó que de sus naves “se sacase el timón y velas y agujas”. El mismo personaje narra también cómo posteriormente llegaron dos naves con bastimentos provenientes de Cuba que buscaban a Narváez. La primera capitaneada por Pedro Barba y la segunda por Rodrigo Morejón de Lobera; ambas fueron capturadas y pronto sus hombres formaron parte de las huestes conquistadoras, mientras que materiales de sus naves fueron usados en los bergantines. Y otras embarcaciones provenientes de Jamaica, enviadas por Francisco de Garay para poblar el Pánuco, de la misma manera terminaron en Veracruz aportando hombres y pertrechos a las fuerzas cortesianas. Finalmente, se apropiaron de los pertrechos de un navío de Castilla y de las Canarias que llegó “cargado de muchas mercaderías, escopeta, pólvora y ballestas e hilo de ballestas y tres caballos y otras armas”, de lo cual se dio prisa para comprarlos y remitirlos a Texcoco.
Pero esas remisiones no estuvieron libres de peligros. Incluso Cortés, en su tercera carta de relación, mencionó que en Tlaxcala se tuvo noticia del arribo de una nao con marinos, españoles, caballos, escopetas, ballestas y pólvora que no podían remitirse al interior por no haber seguridad para pasar. Ante esta situación fue que se encargó proteger esa ruta “para que pudiesen ir y venir los españoles seguros; porque por entonces ni nosotros podíamos salir desta provincia de Aculuacan sin pasar por tierra de los enemigos, ni los españoles que estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho peligro de los contrarios.” Tras diversas medidas, el mismo Cortés más adelante señaló cómo el camino entre la villa de la Veracruz y Texcoco “estaba seguro y podían ir y venir por él, los de la villa tenían cada día nuevas de nosotros, y nosotros dellos, lo cual antes cesaba”.
El segundo trayecto a asegurar fue el que permitió trasladar los bergantines de Tlaxcala a Texcoco. De hecho, Cortés menciona que explicó a las autoridades de Tlaxcala lo necesaria que era su ayuda para el traslado de los bergantines, por lo que estuvieron de acuerdo en colaborar en “lo necesario para que estuviesen aparejados y ayudaran en su traslado a Tesaico[Texcoco]”. Para ello se ordenó a Gonzalo de Sandoval que, con sus 200 soldados, 20 escopeteros y ballesteros, 15 a caballo y huestes tlaxcaltecas, en avanzada “destruyese y asolase un pueblo grande, sujeto a esta ciudad de Tesaico, que linda con los términos de la provincia de Tescaltecal[Tlaxcala]…”. Sandoval hizo lo que se le encargó, pero al saberse de su avance el lugar fue abandonado. Pero en dicha avanzada también se atacaron varias poblaciones ribereñas.
Los bergantines fueron trasladados a Texcoco y, para terminarlos, en el lugar se construyó una especie de dique seco para armarlos. Posteriormente, para botarlos, también se trabajó en una zanja que conectara al dique con el lago, trabajo que en su mayoría recayó en los indígenas. Bernal describe la titánica labor que dicha zanja representó pues en ella trabajaron en “cincuenta días mas de ocho mil personas cada día, de los naturales de las provincias de Aculuacan y Tesuico porque la zanja tenia mas de dos estados de hondura y otros tantos de anchura, e iba toda chapada y estacada, por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna; de forma que la fusta se podía llevar sin peligro y sin trabajo hasta el agua que cierto fue obra grandísima y mucho para ver.” El bergantín, para el siglo XIV era una nave ligera que con los siglos fue evolucionando en mástiles y velamen. Sin embargo, lo que interesa para comprender qué tipo de embarcaciones fueron construidas para dominar por agua a México-Tenochtitlán, son sus cualidades más que el diseño exacto. Por las descripciones que las crónicas dejaron consignadas, Cortés empleó naves que le sirvieran para trasladar a su ejército aprovechando la fuerza del velamen, pero también, si se requerían maniobras inmediatas, el impulso y la maniobrabilidad que los remos pueden imprimir.
José Luis Martínez calcula que las dimensiones aproximadas de esas embarcaciones, que fueron distintas, variaron entre 11 y 13 metros de eslora (largo), entre 3 y 4 metros de manga (ancho) y entre 50 y 70 cm de puntal (altura). Las naves además llevaban velamen y seis remos cortos adecuados a la navegación lacustre. Al parecer, los bergantines pudieron transportar a 25 hombres aproximadamente, además de sus armadas armas y artillería.
Las naves fueron botadas el 28 de abril de 1521. Según narra Sahagún, antes de zarpar, Cortés pidió que se sondara la zona por donde navegarían, para evitar cualquier percance. Al dirigirse para dar guerra por agua, la formación navegó en orden siguiendo la bandera del buque capitana y tocando el tambor y pífano comenzaron a pelear contra los mexicanos. Las numerosas canoas que repelían el ataque al sentir la herida de las “trompetas de fuego” comenzaron a retroceder. Lo que más sorprendía no eran los bergantines, sino la poderosa arma de fuego que derribaba los cercos puestos en los canales. Pero no fue suficiente con ellas para iniciar las avanzadas, sino que también fue necesario considerar al personal que las maniobraría. Para ello, según narra Bernal, Cortés busco hombres de mar de las expediciones de Narváez y Garay, a los originarios de puertos de Palos, Moguer, Triana, o bien a aquellos que hubiera visto pescando, para encargarles que capitanearan dichas embarcaciones. Y aunque algunos se reusaron, Cortés les ordenó “so graves penas que entrasen en los bergantines.” Así, cada nave contó con su capitán.
Si bien entre los elementos principales que debilitaron la defensa de Tenochtitlan estuvieron los aliados indígenas y la peste de viruela que asoló a varias poblaciones del valle de México, también hay que considerar el papel de los bergantines. Éstos, aunque representan la tecnología naval europea, a la par dejan ver el proceso de adaptación de las huestes castellanas a los entornos por los que avanzaban y en los que habían ido haciendo experimentaciones, lo cual no puede separarse del importante trabajo de las poblaciones indígenas que colaboraron en la fábrica de los bergantines, en las obras para botarlos, así como en el traslado de pertrechos y de las naves mismas.
Para saber más:
- Cortés, Hernán, Cartas de relación de la conquista de México, México, Espasa-Calpe Mexicana, 1995 (15ª ed).
- Díaz del Castillo, Bernal, Historia de la conquista de la Nueva España, introducción y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, México, Porrúa, 1986 (14ª. ed).
- Martínez, José Luis, Hernán Cortés, México, UNAM, FCE, 1993 (2ª. reimp.).
- Ramos, Demetrio, “La Conquista,” en Historia de Iberoamérica, tomo II Historia Moderna, Madrid, Cátedra, 2002 (3ª. ed.), pp. 109-199.
- Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de la Nueva España (1577), Libro XII “De la conquista de México”, cap. 30.