La Corte de Carlos V

Las cortes europeas de los tiempos modernos eran herederas directas de las cortes medievales, las cuales se definían como aquel conjunto de personas que rodeaban al rey; dependiendo de la región y las características propias de su gobierno, las cortes de los diversos reinos presentaban, entre ellas, similitudes y diferencias. Es importante recordar que el término ‘corte’ denomina tanto al grupo de personas como al espacio físico; en consecuencia, la corte es, por antonomasia, el lugar donde convergen las personalidades más influyentes de una sociedad, donde se tejen alianzas, redes de influencias, se desarrollan negocios, se dirimen conflictos, e incluso se imponen tendencias de moda, entre otras cuestiones.

 Para 1528, Baltasar Castiglione, en su tratado titulado “El cortesano”, resumió varios siglos de tradiciones, usos y costumbres propios de los integrantes de tan selecto grupo social. El cortesano era reconocido por su forma de hablar, de reír, de conversar, y hasta de bromear; se distinguía en la ejecución de sus ejercicios físicos, incluso en su manera de amar; pero por sobre todo el auténtico cortesano destacaba por servir a su príncipe y ganar su favor y el de los demás.

El caso de la corona castellana, la Casa Real -es decir, el conjunto de personas que conforman la familia real y sus servidores- perteneció a la Reina Isabel. Hacia 1504, ésta estaba integrada por 520 servidores distribuidos entre la Capilla, la Cámara, la Casa y la guardia. El grupo era bastante heterogéneo, y aunque la reina había logrado introducir en su servicio personal a las personas de mayor confianza, podían distinguirse dos sectores políticos claramente marcados: uno allegado a la reina católica y otro partidario de ensalzar la figura de su esposo, Fernando de Aragón.

Tras una serie de decesos en la Familia Real -como la muerte del Infante don Juan, de la primogénita Isabel, del primer nieto varón de los Reyes Católicos, Miguel, y de los propios Reyes Católicos- Carlos heredó el trono castellano en calidad de regente de su madre, declarada incapaz para el gobierno pocos años antes, y el trono de Aragón. Con su arribo a la península ibérica, los conflictos políticos existentes no hicieron más que agudizarse, entre varios motivos, porque el nuevo monarca no hablaba castellano, desconocía las prácticas de la corte y traía consigo a su propio grupo de servidores provenientes de la Casa de Borgoña. En suma, al poco tiempo de arribar a Castilla, debió ausentarse para ser coronado en el Sacro Imperio causa desencadenante del movimiento Comunero, tratado anteriormente en otro amoxtli.

Hacia 1523, con el regreso del emperador a la península ibérica, se inició un proceso que la historiografía ha denominado como “castellanización de la Casa de Borgoña” o “borgoñización de la corte castellana”; en última instancia el verdadero desafío de su Cesárea Majestad consistió en la articulación de multiplicidad de espacios -físicos y simbólicos-, de sectores aristocráticos y de diplomacias, entre las principales regiones de su imperio: Castilla, Flandes, el Sacro Imperio y Nápoles. Es importante recordar que la corte de los Habsburgo era itinerante y, por lo tanto, todo el conjunto de servidores y funcionarios se desplazaban junto al emperador en sus viajes.     

Un episodio significativo y ejemplar de estas características de la corte y la vida cortesana fue, sin duda, la estancia con motivo de su luna de miel que Carlos I e Isabel de Portugal pasaron en Granada en 1526. La pareja real residió en La Alhambra y entre dicha estancia y San Jerónimo se hospedaron sus criados y servidores más cercanos. Con su arribo, Granada se convirtió en el centro del Humanismo peninsular dado que allí se congregaron personalidades como el historiador y poeta Pedro Mártir de Anglería, pintores como Pedro Cristo y Juan Ramírez, escultores y canteros como Alonso de Salamanca y Alonso Berruguete; también arribaron gran cantidad de maestros como Boscán, Garcilaso de la Vega y Lucio Marineo Sículo. Pero el núcleo cultural fundamental de la corte lo compusieron los diplomáticos acreditados ante el emperador dentro de los que destaca el anteriormente nombrado Baltasar Castiglione, Andrés Navagero, embajador de Venecia, y Juan Dantisco, embajador de Polonia, entre otros. Residieron allí también los miembros de la corte portuguesa que acompañaban a la emperatriz.   

Dado que el Emperador se negó a dotar al conglomerado de territorios que se encontraban bajo su poder de instituciones comunes, la corte fue, en conclusión, un espacio privilegiado para el ejercicio del gobierno, que halla su piedra fundamental en el cumplimiento del servicio de la aristocracia hacia el rey y, en contrapartida, la difusión del favor real del rey sobre sus más fieles súbditos.

Para citar: Lucía Beraldi, La Corte de Carlos V, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1922/1915. Visto el 27/04/2024