Diversos episodios en la salida de Tacuba hacia Tlaxcala.

Texto original con ortografía de la época:

Volvamos a nuestra materia: e porque los que estábamos ya en salvo en lo de Tacuba no nos acabásemos del todo de perder, e porque habían venido muchos mexicanos y los de Tacuba y Escapuzalco y Tenayuca y de otros pueblos comarcanos sobre nosotros, que a todos enviaron mensajeros desde México para que
nos saliesen al encuentro en las puentes y calzadas, y desde los maizales nos hacían mucho daño, y mataron tres soldados que ya estaban heridos; acordamos lo más presto que pudiésemos salir de aquel pueblo y sus maizales, y con seis o siete tlascaltecas que sabían o atinaban el camino de Tlascala, sin ir por camino derecho nos guiaban con mucho concierto hasta que saliésemos a unas caserías que en un cerro estaban, y allí junto a un cu e adoratorio y como fortaleza, adonde reparamos; que quiero tornar a decir: qué seguidos que íbamos de los mexicanos, y de las flechas y varas y piedras con sus hondas nos tiraban; y cómo nos cercaban, dando siempre en nosotros, es cosa de espantar; y como lo he dicho muchas veces, estoy harto de decirlo, los lectores no lo tengan por cosa de prolijidad, por causa que cada vez o cada rato que nos apretaban y herían y daban recia guerra, por fuerza tengo de tornar a decir de los escuadrones que nos seguían, y mataban muchos de nosotros. Dejémoslo ya de traer tanto a la memoria, y digamos como nos defendíamos; en aquel cu y fortaleza nos albergamos, y se curaron los heridos, y con muchas lumbres que hicimos. Pues de comer no lo había, y en aquel cu y adoratorio, después de ganada
la gran ciudad de México, hicimos una iglesia, que se dice nuestra señora de los Remedios, muy devota, e van ahora allí en romería y a tener novenas muchos vecinos y señoras de México. Dejemos esto, y  volvamos a decir qué lástima era de ver curar y apretar con algunos paños de mantas nuestras heridas; y como se habían resfriado y estaban hinchadas, dolían. Pues más de llorar fue los caballos y esforzados soldados que faltaban; ¿qué es de Juan Velázquez de León, Francisco de Saucedo y Francisco de Moría, y un Lares el buen jinete, y otros muchos de los nuestros de Cortés? ¿Para qué cuento yo estos pocos? Porque para escribir los nombres de los muchos que de los nuestros faltaron, es no acabar tan presto.
Pues de los de Narváez, todos los más en las puentes quedaron cargados de oro. Digamos ahora, ¿qué es de muchos tlascaltecas que iban cargados de barras de oro, y otros que nos ayudaban? Pues al astrólogo Botello no le aprovechó su astrologia, que también allí murió con su caballo. Pasemos adelante y diré como se hallaron en una petaca deste Botello, después que estuvimos en salvo, unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía en ellas: ¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros indios? Y decía en otras rayas y cifras más adelante: No morirás. Y tornaba a decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: Sí morirás. Y respondía la otra raya: No morirás. Y decía en otra parte: Si me han de matar también mi caballo. Decía adelante: Sí matarán. Y de esta manera tenía otras como cifras y a manera de suertes que hablaban unas letras contra otras en aquellos papeles, que era como libro chico. Y también se halló en la petaca una natura como de hombre, de obra de un jeme hecha de baldres, ni más ni menos, al parecer, de natura de hombre, y tenía dentro como una borra de lana de tundidor. Volvamos a decir cómo quedaron muertos, así los hijos de Moctezuma como los prisioneros que traíamos, y el Cacamatzin y otros reyezuelos. Dejemos ya de contar tantos trabajos, y digamos cómo estábamos pensando en lo que por delante teníamos, y era que todos estábamos heridos, y no escaparon sino veinte y tres caballos. Pues los tiros y artillería y pólvora no sacamos ninguna; las ballestas fueron pocas, y ésas se remediaron luego, e hicimos saetas. Pues lo peor de todo era que no sabíamos la  oluntad
que habíamos de hallar en nuestros amigos los de Tlascala. Y demás desto, aquella noche (siempre  cercados de mexicanos, y grita y vara y flecha, con hondas sobre nosotros) acordamos de nos salir de allí a media noche, y con los tlascaltecas, nuestros guías, por delante con muy gran concierto; llevábamos los muy heridos en el camino en medio, y los cojos con bordones, y algunos que no podían andar y estaban muy malos a ancas de caballos de los que iban cojos, que no eran para batallar, y los de a caballo sanos delante, y a un lado y a otro repartidos; y por este arte todos nosotros los que más sanos estábamos haciendo rostro y cara a los mexicanos, y los tlascaltecas que estaban heridos iban dentro en el cuerpo de nuestro escuadrón, y los demás que estaban sanos hacían cara juntamente con nosotros; porque los mexicanos nos iban siempre picando con grandes voces y gritos y silbos, diciendo: "Allá iréis donde no quede ninguno de vosotros a vida"; y no entendíamos a qué fin lo decían, según
adelante verán. Olvidado me he de escribir el contento que recibimos de ver viva a nuestra doña Marina y a
doña Luisa, hija de Xicotenga, que las escaparon en las puentes unos tlascaltecas; y también a una mujer que se decía María de Estrada, que no teníamos otra mujer de Castilla, sino aquella, y los que las escaparon, y salieron primero de las puentes, fueron unos hijos del Xicotenga hermanos de la doña Luisa, y quedaron muertas todas las más naborías, que nos habían dado en Tlascala y en México.

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 386-388
Lugar(es):
  • Tacuba
Persona(s):
  • Hernando Cortés
  • Gonzalo de Sandoval
  • Bernal Díaz del Castillo