Sobre la Noche Triste

Texto original con ortografía de la época:

Muerto el desdichado rey Motecuhzomatzin en quien tenían los nuestros puesta toda su esperanza, se procuró de dar orden de la salida de aquel cerco tan trabajoso, porque los bastimentos se les iban acabando y faltando, y las aguas que bebían eran de pozos salobres hediondas que les hacían mucho daño, que los propios cercados habían abierto para beber. Vista su perdición y su precisa necesidad y tan irremediable, acordaron de salir de allí antes que pereciesen tantas gentes como allí estaban oprimidos y cercados. Y ordenadas sus haces y escuadrones, se salieron una noche: cuando todo estaba en silencio y sosegados, y las velas durmiendo en profundo sueño, comenzaron a marchar con el mayor secreto del mundo, porque no fuesen sentidos, fueron saliendo por la calle de Tacuba con la mejor ordenanza que pudieron, sin que fuesen sentidos como al cabo lo fueron, de una vieja vendedora que estaba aquella hora vendiendo para los caminantes y forasteros cosas de comida, que era a manera de bodegón, en el barrio de Ayoticpac que es donde están fundadas las casas que hizo Juan Cano, y enfrente de las casas que labró Ortuño de Ibarra, que después fue yerno de Motecuhzomatzin, cuyas casas son el día de hoy de Hernando de Rivadeneyra, que dejóJuan de Espinosa Salado.

La cual dicha vieja, debió de ser el demonio, que comenzó a dar muy grandes voces: ¡Ea mexicanos! ¿Qué hacéis? ¿Cómo dormís tanto que se os van los dioses que tenéis encerrados? ¿Qué hacéis hombres descuidados? Mirad no se os vayan, tornad por vosotros y matadlos y acabadlos porque no se rehagan y vuelvan sobre vuestra ciudad con mano armada. Y como todos estuviesen en arma, acudieron a las voces y gritos de la vieja, y salieron los mexicanos con tan gran alboroto, ira y furor, y en tan breve espacio, que parecía que el mundo se acababa; y en un momento se hincheron las plazas y calles y azoteas de tantas gentes, que no cabían unos ni otros, que vello era la cosa más horrible y espantosa que se vio jamás. La vocería que a esta hora había en la ciudad de México,que no se puede con palabra ni por pluma encarecer, porque con la multitud de la gente, de noche y obscuras, se mataban unos a otros sin podello evitar.

Y comenzaron a arremeter y dar en los nuestros tan cruelmente y con tan gran ira, y ímpetu, y coraje y furia, que no parecían sino leones fieros, encarnizados y hambrientos, y los nuestros en defenderse a este tiempo haciendo lo propio en este tan gran asalto o reencuentro, que fue una de las más sangrientas peleas y batallas que jamás en el mundo se ha visto, porque como fuese de noche y entre acequias, lagunas, ciénegas y pantanales, y puentes quebradas, fue un combate y rompimiento el más inevitable, que jamás ha pasado ni se ha oído y por ser los nuestros tan pocos y la gente contraria tan innumerable cual no se puede imaginar. Y mas los nuestros por salir de tan gran aprieto y peligro, procuraron de animarse y sacar fuerzas de flaqueza, y a defenderse y salir de entre sus enemigos lo mejor que pudieron, cuya salida no pudo ser sin gran daño y perdida de los nuestros, que en la cual refriega murieron más de cuatrocientos y cincuenta españoles y sin número de los amigos de Tlaxcalla, aunque se dice que fueron cuatro mil amigos; que no fue a menos costa y riesgo de los mexicanos, porque experimentaron bien las manos y ánimo de los españoles, que las acequias y calles y pasos de donde habían quebrado las puentes, quedaban llenos de cuerpos muertos, y las ciénegas y lagunas teñidas y vueltas en pura sangre.Y en esta rota y desbarate de los nuestros siempre iban prosiguiendo su viaje llegaron al paso donde hizo don Pedro de Alvarado aquel heroico y temerario hecho del salto que dio que por ser tan grande y tan increíble lo pongo aquí. Que ya el sol iba alto a estas horas y los amigos, vista tan gran hazaña, quedaron maravillados, y al instante que esto vieron, se arrojaron por el suelo postrados por tierra, en señal de hecho tan heroico, espantable y raro que ellos no habían visto hacer a ningún hombre y ansí adoraron al sol comiendo puñados de tierra, arrancando yerbas del campo diciendo a grandes voces: "verdadera mente que este hombre es hijo del sol" [...]

Y tornando al discurso de lo que íbamos tratando, ansí como hubo pasado don Pedro deAlvarado la puente llevando la retaguardia herida y sangrienta y desventurada lo mejor que pudo él y su gente y los de Tlaxcalla, fueron en seguimiento del general que iba caminando al pueblo de Tlacupa y a Teocalhuiyacan y Tzacuhyocan, donde agoraesta la ermita que llaman de Nuestra Señora de los Remedios, sin poderse defender de sus enemigos, continuando su viaje y marchando y peleando con gran ánimo, defendiéndose de ellos hasta llegar al lugar referido que desde aquel día quedó aquella memoria y advocación de Nuestra Señora de los Remedios, que dura hasta el día de hoy, la cual es frecuentada de muchas gentes con mucha devoción.Llegados aquí los nuestros tuvieron algún descanso, por verse ya fuera de las lagunas y ciénegas y de otros peligros de México, habiéndoles por aquí guiado y encaminado los de Tlaxcalla, rodean do todos los cerros y lagunas que caen fuera de la laguna mexicana, yendo hacia la parte del norte en cuanto al sitio de México, diez o nueve leguas de distancia.

Para citar:
Muñoz Camargo, Diego , Historia de Tlaxcala, Tlaxcala, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; Universidad Autónoma de Tlaxcala, 2013 [1998], pp. 196-197
Persona(s):
  • Pedro de Alvarado
  • Hernando Cortés