LLegada a Iztapalapa. Descripción del lugar. Recibimiento de los caciques

Texto original con ortografía de la época:

Y acabada la plática, luego nos partimos; e como habían venido aquellos caciques que dicho tengo, traían mucha gente consigo y de otros muchos pueblos que están en aquella comarca, que salían a vernos, todos los caminos estaban llenos dellos; que no podíamos andar y los mismos caciques decían a sus vasallos que hiciesen lugar y que mirasen que éramos teules, que, si no hacían lugar, nos enojaríamos con ellos. Y por estas palabras que les decían, nos desembarazaban el camino. E fuimos a dormir a otro pueblo que está poblado en la laguna, que me parece que se dice Mezquique, que después se puso nombre Venezuela, y tenía tantas torres y grandes cues que blanqueaban; y el cacique de él y principales nos hicieron mucha honra y dieron a Cortés un presente de oro y mantas ricas, que valdría el oro cuatrocientos pesos. Y nuestro Cortés les dio muchas gracias por ello. Allí se les declaró muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, como hacíamos en todos los pueblos por donde veníamos. Y, según pareció, aquellos de aquel pueblo estaban muy mal con Montezuma de muchos agravios que les había hecho y se quejaron de él; y Cortés les dijo que presto se remediaría, y que ahora llegaríamos a México, si Dios fuese servido y entendería en ello; y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha, íbamos camino de Iztapalapa; y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel como iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua, y todas de cal y canto; y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay que ponderar mucho en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas ni vistas y aun soñadas, como vimos. Pues desque llegamos cerca de Iztapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron a recibir, que fue el señor del pueblo, que se decía Coadlauaca, y el señor de Cuyoacan, que entrambos eran deudos muy cercanos del Montezuma; y de cuando entramos en aquella villa de Iztapalapa de la manera de los palacios en que nos aposentaron, de cuan grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios e cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasarlo, que no me hartaba de mirarlo y ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce; y otra cosa de ver, que podrían entrar en el verjel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenía hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido de muchas maneras de piedras, y pinturas en ellas, que había harto que ponderar, y de las aves de muchas raleas y diversidades que entraban en el estanque. Digo otra vez que lo estuve mirando, y no creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como éstas; porque en aquel tiempo no había Perú ni memoria de él. Ahora toda esta villa está por el suelo perdida, que no hay cosa en pie. Pasemos adelante, y diré cómo trajeron un presente de oro los caciques de aquella ciudad y los de Cuyoacan, que valía sobre dos mil pesos, y Cortés les dio muchas gracias por ello y les mostró grande amor, y se les dijo con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se les declaró el gran poder de nuestro señor el emperador; e porque hubo otras muchas pláticas, lo dejaré de decir, y diré que en aquella sazón era muy gran pueblo, y que estaba poblada la mitad de las casas en tierra y la otra mitad en el agua; ahora en esta sazón está todo seco, y siembran donde solía ser laguna, y está de otra manera mudado, que si no lo hubiera de antes visto, dijera que no era posible, que aquello que estaba lleno de agua esté ahora sembrado de maizales. Dejémoslo aquí, y diré del solemnísimo recibimiento que nos hizo Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de México.

Para citar:
Díaz del Castillo, Bernal , Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Ciudad de México, Editorial Patria, 1983 [1632], pp. 337-338
Lugar(es):
  • Iztapalapa
Persona(s):
  • Hernando Cortés
  • Marina
Actor(es):
  • cacique(s)