El zoológico de Moctezuma

Texto original con ortografía de la época:

Además del palacio principal que dejamos referido, y el que habitaban los españoles, tenía Motezuma diferentes casas de recreación que adornaban la ciudad y engrandecían su persona. En una de ellas, edificio real, donde se vieron grandes corredores sobre columnas de jaspe, había cuantos géneros de aves se crían en la Nueva España, dignas de alguna estimación por la pluma o por el canto, entre cuya diversidad se hallaron muchas extraordinarias, y no conocidas hasta entonces en Europa. Las marítimas se conservaban en estanques de agua salobre, y en otros de agua dulce las que se traían de ríos o lagunas. Dicen que había pájaros de cinco y seis colores, y los pelaban a su tiempo dejándolos vivos, para que repitiesen a su dueño la utilidad de la pluma: género de mucho valor entre los mejicanos, porque se aprovechaban de ella en sus telas, en sus pinturas y en todos sus adornos. Era tanto el número de aves, y se ponía tanto cuidado en su conservación, que se ocupaban en este ministerio más de trescientos hombres diestros en el conocimiento de sus enfermedades, y obligados a suministrarles el cebo de que se alimentaban en su libertad.

Poco distante de esta casa tenía otra Motezuma de mayor grandeza y variedad, con habitación capaz de su persona y familia, donde residían sus cazadores y se criaban las aves de rapiña, unas en jaulas de igual aliño y limpieza que sólo servían a la observación de los ojos, y otras en alcándaras obedientes al lazo de pihuela, y domesticadas para el ejercicio de la cetrería; cuyos primores alcanzaron sirviéndose de algunos pájaros de ra-[194] zas excelentes que se hallan en aquella tierra parecidos a los nuestros, y nada inferiores en la docilidad con que reconocen a su dueño, y en la resolución con que se arrojan a la presa. Había entre las aves que tenían encerradas muchas de rara fiereza y tamaño, que parecían entonces monstruosas, y algunas águilas reales de grandeza exquisita y prodigiosa voracidad: no falta quien diga que una de ellas gastaba un carnero en cada comida: débanos el autor que no apoyemos con su nombre lo que a nuestro parecer creyó con facilidad.

En el segundo patio de la misma casa, estaban las fieras que presentaban a Motezuma o prendían sus cazadores: en fuertes jaulas de madera, puestas con buena distribución y debajo de cubierto, leones, tigres, osos, y cuantos géneros de brutos silvestres produce la Nueva España; entre los cuales hizo mayor novedad el toro mejicano, rarísimo compuesto de varios animales, gibada y corva la espalda como el camello, enjuto el ijar, larga la cola, y guedejudo el cuello como el león, hendido el pie y armada la frente como el toro, cuya ferocidad imita con igual destreza y ejecución: anfiteatro que pareció a los españoles digno de príncipe grande, por ser tan antiguo en el mundo esto de significarse por las fieras la grandeza de los hombres.

En otra separación de este palacio, dicen algunos de nuestros escritores, que se criaba con cebo cuotidiano una multitud horrible de animales ponzoñosos; y que anidaban en diferentes vasijas y cavernas las víboras, las culebras de cascabel, los escorpiones; y crece la ponderación hasta encontrar con los cocodrilos; pero también afirman que no alcanzaron esta venenosa grandeza nuestros españoles, y que sólo vieron el paraje donde se criaban, cuya limitación nos basta para tocarlo como inverosímil; creyendo antes que lo entenderían así los indios, de cuya relación se tomó la noticia; y que sería éste uno de aquellos horrores que suele inventar el vulgo contra la fiereza de los tiranos, particularmente cuando sirve afligido y discurre atemorizado.

Sobre la mansión que ocupaban las fieras, había un cuarto muy capaz donde habitaban los bufones, y otras sabandijas de palacio que servían al entretenimiento del rey: en cuyo número se contaban los monstruos, los enanos, los corcobados, y otros errores de la naturaleza: cada género tenía su habitación separada, y cada separación sus maestros de habilidades, y sus personas diputadas para cuidar de su regalo; donde los servían con tanta puntualidad, que algunos padres, entre la gente pobre, desfiguraban a sus hijos para que lograsen esta conveniencia y enmendar su fortuna, dándoles el mérito de la deformidad.

Para citar:
de Solís y Rivadeneyra, Antonio , Historia de la Conquista de Méjico: población y progresos de la América Septentrional conocida por le nombre de Nueva España, Madird, Espasa-Calpe, 1970 [1684], pp. 193-194
Lugar(es):
  • México-Tenochtitlan