Campaña de Xochimilco según Bernal Díaz del Castillo (I)
Pues como caminamos para Suchimilco, que es una gran ciudad, y en toda la más della están fundadas las casas en la laguna de agua dulce, y estará de México obra de dos leguas y media; pues yendo por nuestro camino con gran concierto y ordenanza, como lo teníamos de costumbre, fuimos por unos pinares, y no había agua en todo el camino; y como íbamos con nuestras armas a cuestas y era ya tarde y hacía gran sol, aquejábanos mucho la sed, y no sabíamos si había agua ade- lante, y habíamos andado ciertas leguas, ni tampoco te- níamos certeza qué tanto estaba de allí un pozo que nos decían que había en el camino; y como Cortés así vio todo nuestro ejército cansado, y los amigos tlascaltecas se desmayaron y se murió uno de sed, y un soldado de los nuestros que era viejo y estaba doliente, me parece que también se murió de sed, acordó Cortés de parar a la sombra de unos pinares, y mandó a seis de a caballo que fuesen adelante, camino de Suchimilco, e que viesen que tanto allí había población o estancias, o el pozo que tuvimos noticias que estaba cerca, para ir a dormir a él; y cuando fueron los de a caballo, que era Cristóbal de Olí y un Valdenebro y Pedro González de Trujillo, y otros muy esforzados varones, acordé yo de apartar en parte que no me viese Cortés ni los de a caballo, y llevé tres naborías míos tlascaltecas, bien esforzados e sueltos indios, y fui tras ellos hasta que me vieron ir, y me aguardaron para me hacer volver, no hubiese algún re- bato de guerreros mexicanos donde no me pudiese valer, e yo todavía porfiaba a ir con ellos; y el Cristóbal de Olí, como era yo su amigo, me dijo que fuese y que aparejase los puños a pelear con las manos y los pies a ponerme en salvo; y era tanta la sed que tenía, que aven- turaba mi vida por me hartar de agua ; y pasando obra de media legua adelante, había muchas estancias y caserías de los de Suchimilco en unas laderas de unas sierre- zuelas; entonces los de a caballo que he dicho se apar- taron para buscar agua en las casas, y la hallaron y se hartaron della, y uno de mis tlascaltecas me sacó de una casa un gran cántaro de agua, que así los hay grandes cántaros en aquella tierra, de que me harté yo y ellos; y entonces acordé desde allí de me volver donde estaba Cortés reposando, porque los moradores de aquellas es- tancias ya comenzaban a se apellidar y nos daban grita, y traje el cántaro lleno de agua con los tlascaltecas, y hallé a Cortés que ya comenzaba a caminar con todo su ejército; y como le dije que había agua en unas estan- cias muy cerca de allí y que había bebido y que traía agua en el cántaro, la cual traían los tlascaltecas muy escondida porque no me la tomasen, porque "a la sed no hay ley"; de la cual bebió Cortés y otros caballeros, y se holgó mucho, y todos se alegraron y se dieron priesa a caminar, y llegamos a las estancias antes de se poner el sol, y por las casas hallaron agua, aunque no mucha, y con la sed que traían algunos soldados, comían unos como cardos, y a algunos se les dañaron las bocas y lenguas; y en este instante vinieron los de a caballo e dijeron que: el pozo que estaba lejos, y que ya estaba toda la tierra apellidando guerra, e que era bien dormir allí; y luego pusieron velas y espías y corredores del campo, e yo fui uno de los que pusieran por velas, y paréceme que llo- vió aquella noche un poco o que hizo mucho viento; y otro día muy de mañana comenzamos a caminar, e obra de las ocho llegamos a Suchimilco. Saber yo ahora decir la multitud de guerreros que nos estaban esperando, unos por tierra e otros en un paso de una puente que tenían quebrada, e les muchos mamparos y albarradas que te- nían hecho en ellas, e las lanzas que traían hechas, como dalles, de las espadas que hubieron cuando la gran matanza que hicieron de los nuestros en lo de las puentes de México, y otros muchos indios capitanes que todos traían espadas de las nuestras muy relucientes; pues fle- cheros y varas de a dos gajos, y piedra con hondas, y espadas de a dos manos como montantes, hechas de a dos manos de navajas. Digo que estaba toda la tierra firme y al pasar de aquella puente estuvieron peleando con nosotros cerca de media hora, que no les podíamos en- trar, que ni bastaban ballestas ni escopetas ni grandes arremetidas que hacíamos, y lo peor de todo era que ya venían otros escuadrones dellos por las espaldas dándonos guerra; y cuando aquello vimos, rompimos por el agua y puente medio nadando, y otros a vuelapié, y allí hubo algunos de nuestros soldados que bebieron tanta agua por fuerza, que se les hincharon las barrigas dello. Y vol- vamos a nuestra batalla: que al pasar de la puente hi- rieron a muchos de los nuestros e mataron dos soldados, y luego les llevamos a buenas cuchilladas por unas calles donde había tierra firme adelante, y los de a caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes a tierra firme, adonde toparon sobre más de diez mil indios, todos me- xicanos, que venían de refresco para ayudar a los de aquel pueblo; y peleaban de tal manera con los nuestros, que les aguardaban con las lanzas a los de a caballo, e hirie- ron a cuatro dellos; y Cortés, que se halló en aquella gran priesa, y el caballo en que iba. que era muy bueno, castaño oscuro, que le llamaban el Romo, o de muy gordo, o de cansado, como estaba holgado, desmayó el ca- ballo y los contrarios mexicanos, como eran muchos, echa- ron mano a Cortés y le derribaron del caballo; otros dijeron que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo uno o por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros mexicanos para si pudieran apañarle vivo a Cor- tés; y como aquello vieron unos tlascaltecas y un soldado muy esforzado, que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina del Campo, de presto llegaron, y a buenas cuchilladas y estocadas hi- cieron lugar, y tornó Cortés a cabalgar, aunque bien he- rido en la cabeza, y quedó el Olea muy malamente herido de tres cuchilladas; y en aquel tiempo acudimos todos los más soldados que más cerca del nos hallamos; por- que en aquella sazón, como en aquella ciudad había en cada calle muchos escuadrones de guerreros y por fuerza habíamos de seguir las banderas, no podíamos estar todos juntos, sino pelear unos a unas partes y otros a otras, como nos fue mandado por Cortés; mas bien entendimos que donde andaba Cortés y los de a caballo que había mucho que hacer, por las muchas gritas y voces y alari- dos que oíamos. Y en fin de más razones, puesto que había adonde andábamos muchos guerreros, fuimos con gran riesgo de nuestras personas adonde estaba Cortés, que ya se le habían juntado hasta quince de a caballo y estaban peleando con los enemigos junto a unas acequias, adonde se amparaban y había albarradas; y como llegamos, les pusimos en huida, aunque no del todo vol- vían las espaldas; y porque el soldado Olea que acudió a nuestro Cortés estaba muy mal herido de tres cuchi- lladas y se desangraba, y las calles de aquella ciudad estaban llenas de guerreros, dijimos a Cortés que se vol- viese a unos mamparos y se curase el Cortés y el Olea; y así. volvimos, y no muy sin zozobra de vara y piedra y flecha, que nos tiraban de muchas partes donde tenían mamparos y albarradas, creyendo los mexicanos que vol- víamos retrayéndonos, e nos seguían con gran furia; y en este instante viene Pedro de Alvarado e Andrés de Ta- pia y Cristóbal de Olí y todos los mas de a caballo que fueron con ellos a otras partes, el Olí corriendo sangre de la cara y el Pedro de Alvarado herido, y el caballo y todos los demás cada cual con su herida, y dijeron que habían peleado con tanto mexicano en el campo, que no se podían valer; y porque cuando pasamos la puente que dicho tengo, parece ser Cortés los repartió que la mitad de a caballo fuesen por una parte y la otra mitad por otra ; y así, fueron siguiendo tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los otros. Pues ya que estábamos curando los heridos con quemarles con aceite e apretarles con man- tas, suenan tantas voces y trompetillas e caracoles por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos me- xicanos a un patio donde estábamos curando los heridos, e tírannos tanta vara y piedra, que hirieron de repente a muchos soldados; mas no les fue muy bien en aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, y a buenas cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos. Pues los de a caballo no tardaron en salirles al encuen- tro, que mataron muchos; puesto que entonces hirieron dos caballos e mataron un soldado, de aquella vez los echamos de aquel sitio; y cuando Cortés vio que no había más contrarios, nos fuimos a reposar a otro grande pa- tio, adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y muchos de nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenían sus ídolos, y desde allí vieron la gran ciudad de México y toda la laguna, porque bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venían de México llenas de guerreros, y venían derechos adonde estábamos; porque, según otro día supi- mos, el señor de México, que se decía Guatemuz, les en- viaba para que aquella noche o día diesen en nosotros; y juntamente envió por tierra sobre otros diez mil gue- rreros para que, unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros.
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- Hernando Cortés