Tlatelolco y la falsa visión de los vencidos

La visión de los vencidos compilada por Miguel León-Portilla en 1957 se basa fundamentalmente en dos relatos de origen mexica escritos a mediados del siglo XVI en lengua náhuatl y alfabeto latino.

La primera fuente son los llamados Anales de Tlatelolco, uno de los primeros textos históricos mexicas que parece haber sido elaborado sin ninguna participación e influencia de los españoles y de los frailes, reuniendo información de códices, relatos orales y cantos de México-Tlatelolco. La segunda, es el Libro XII, “De la conquista de México,” de la Historia General de las Cosas de la Nueva España o Códice Florentino elaborado bajo la supervisión de Fray Bernardino de Sahagún.

Uno de los elementos claves de estos relatos y de la visión de los vencidos que se construyó a partir de ellos han sido los lamentos de la conquista, conmovedoras y realistas descripciones de los estragos de la guerra en México-Tlatelolco y sus poblaciones.

En los Anales de Tlatelolco, sin embargo, los lamentos no se presentan sólo al narrar la guerra de 1520 y 1521. A lo largo de esta detallada historia se narran y se lamentan una hilera de derrotas. La primera sucedió en Chapultepec en el siglo XII, años antes de la fundación de México-Tlatelolco. Entonces los mexicas fueron atacados por una alianza de todos sus pueblos vecinos. Este es el cuícatl, o canto, que los acompaña:

 

La margen de la tierra se rompió,


funestos presagios se levantaron sobre nosotros,


el cielo se dividió sobre nosotros


y sobre nosotros bajó en Chapoltépec


aquel Por Quien Todo Vive.

Cuando se verificó sobre nosotros su regreso,


entonces sobrevino la suerte del año I Tochtli


Entonces (se cumplió el destino)


y se elevó su lamento

(porque) los mexica se fueron allá a Chapoltépec.

Se dice con toda razón


que los mexica no existen más,


que en ninguna parte más está la raíz


de su cielo.


 

Los Anales también describieron de manera dramática y conmovedora la conquista de México-Tlatelolco por sus hermanos de México-Tenochtitlan en 1576. Finalmente contaron y lamentaron la conquista de 1521. La descripción de sus sufrimientos en el sitio, versificada por Angel María Garibay, es elocuente y dramática:

 

En los caminos yacen dardos rotos,


los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,


y en las paredes están salpicados los sesos.


Rojas están las aguas, están como teñidas,


y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre.


Golpeábamos, en vano, los muros de adobe,


y era nuestra herencia una red de agujeros.


Con los escudos fue su resguardo,


pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad


Hemos comido palos de colorín (eritrina),


hemos masticado grama salitrosa,


piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos.


 

 En la traducción de Garibay a las descripciones concretas y conmovedoras de la batalla culminan en una frase de singular elocuencia que parece retomar la retórica cósmica del canto de Chapultepec, estableciendo una equivalencia entre la caída del altépetl y la destrucción del mundo: “era nuestra herencia una red de agujeros”.

Antes de discutir la interpretación de esta frase clave de la visión de los vencidos conviene señalar que el Códice Azcatitlan, otra historia de México-Tlatelolco pintada y escrita a fines del siglo XVI o principios del XVII, también establece una equivalencia entre las derrotas anteriores de este altépetl y la conquista de 1521.

En la lámina correspondiente a la derrota en Chapultepec, los prisioneros mexicas aparecen llorando profusamente mientras son conducidos por sus cautivadores de Culhuacán, Azcapotzalco y muchos otros altépetl del Valle de México. Más adelante, el códice narra la conquista de México-Tlatelolco por los tenochcas por medio de una representación del Templo Mayor de esa ciudad y del último tlatoani tlatelolca, Moquíhuix, cayendo mutilado por sus escalinatas. Esta sangrienta escena marca el fin de este altépetl como centro sagrado de los mexicas, pues en las láminas posteriores del códice sólo se representa el Templo Mayor de México-Tenochtitlan y ya nunca más el de Tlatelolco.

En su relato de la guerra de 1520 y 1521, el Códice Azcatitlan representa la matanza de Templo Mayor y muestra al tlatoani tenochca, Moctezuma, cayendo muerto de las escaleras de la pirámide, en una significativa analogía con la muerte de Moquíhuix. De esta manera insinúa que así como los tlatelolcas fueron vencidos por los tenochcas, estos fueron vencidos por los españoles. En este caso la repetición, lejos de aumentar el dramatismo de la conquista de 1521, lo disminuye, o al menos le da un sentido diferente, pues la presenta como una especie de castigo, o consecuencia, incurrido por los tenochcas. Es el reflejo de la manera en que ellos mismos conquistaron Tlatelolco.

Llama la atención que ningún historiador haya pretendido que la derrota mexica en Chapultepec fuera el fin del mundo, pese a la retórica del cuícatl, ni tampoco la conquista tenochca de Tlatelolco. En cambio, son legión los que han atribuido una inmensa significación a los lamentos de la conquista de 1521, entre ellos el propio León-Portilla, y Serge Gruzinski, en su libro La colonización del imaginario. Los han leído como evidencia histórica directa, por ser supuestamente de autoría indígena, de la destrucción y el colapso de los mundos indígenas y de la civilización mesoamericana..

Sin embargo, esta demostración se basa en una evidencia falsa. En primer lugar, Garibay inventó el cantar, juntando textos de dos copias diferentes del manuscrito para crear un texto único. También lo versifico en forma de cuícatl, pese a que no aparece así en los originales. Luego realizó una traducción libre, imposible de sustentar. El texto náhuatl de la frase clave en los Anales es difícil de comprender pero definitivamente no dice lo que Garibay tradujo, sino más probablemente lo que Rafael Tena propone:

 

[…] xantetl ypan tlatetzotzontli yn atlacomolli ca teneneyxcauil, chimaltitlan yn pieloya.

[…] y un adobe desgastado sobre el pozo nos parecía algo que debíamos defender con los escudos.

 

La traducción creativa de Garibay debe ser entendida, pues, como una forma invención literaria: la creación de un cuícatl de lamento para la conquista de México, tal como la concebían los historiadores mexicanos del siglo XX.

Además, ha sido interpretada de manera exagerada. Al leer esta frase como demostración de una crisis cósmica mesoamericana generalizada, los defensores de la visión de los vencidos confunden los actores, las escalas y los ámbitos.

En primer lugar, aplican a todos los pueblos indígenas una construcción particular de la memoria histórica tlatelolca, un rasgo idiosincrático de sus relatos. En las historias tlatelolcas los lamentos servían para reafirmar la identidad étnica exclusiva de ese altépetl, en su permanente rivalidad y dependencia con el de México-Tenochtitlan. Los tlatelolcas hablaban exclusiva y orgullosamente por sí mismos, reconstruían su dignidad frente a las derrotas y en este proceso se diferenciaban de manera muy clara de los tenochcas y de todos los demás pueblos mesoamericanos.

Por otro lado, hay que recordar que ni durante la guerra de 1520 y 1521, ni en el momento en que se escribieron los Anales unos 30 años después, los otros altépetl mesoamericanos se hubieran identificado con estos lamentos tlatelolcas, pues no se consideraban vencidos y estaban en su mayoría del lado de los conquistadores. Las historias de los vencedores tlaxcaltecas no contienen textos de este tipo, aunque sí describen profusamente la destrucción violenta del centro religioso tlaxcalteca anterior al cristiano.

Por último, la visión de los vencidos extiende de manera injustificada la significación de los cantos a ámbitos más allá de la realidad de la guerra en México-Tlatelolco en 1520 y 1521. Correctamente traducido todo el pasaje se refiere de manera concreta y directa al sufrimiento provocado por el sitio militar entre los habitantes de la ciudad, pero los autores la han transformado en una metáfora dramática y general para hablar de la desarticulación de la “civilización” mesoamericana en muchos otros ámbitos y territorios.

Este error ha sido sustentado, a su vez, por la integración de la narrativa de la conquista de México-Tlatelolco en la historia de México, inventada en el siglo XIX por el nacionalismo mexicano. El centralismo de esta historia identificó el “México prehispánico” casi únicamente con los mexicas, como ha criticado recientemente de manera tan lúcida Yasnaya Aguilar (https://elpais.com/mexico/opinion/2021-07-25/metek-la-conquista-de-mexico-como-mal-necesario.html.). Por eso, ha resultado muy fácil, casi automático, proponer que la destrucción de México-Tenochtitlan y México-Tlatelolco fue la destrucción de todo un país prehispánico y por lo tanto leer los lamentos tlatelolcas a como lamentos de toda una “nación” indígena derrotada. Esta interpretación es anacrónica pero tuvo éxito precisamente por eso, porque hacía eco con los lamentos de los mexicanos modernos por las sucesivas derrotas de la patria independiente en el siglo XIX. Sin duda la adhesión de José María Garibay a esta tradición nacionalista fue lo que lo impulsó a reconfigurar los textos de los Anales para crear un cuícatl retroactivamente patriótico.

Es así como se construyen los llamados mitos históricos, en este caso los mitos académicos: confunden el pasado y el presente; reutilizan y resignifican elementos textuales o visuales para transformarlos en símbolos elocuentes y definir identidades; trasladan significados culturales a ámbitos diferentes a los originales; construyen historias conmovedoras de victoria, o de derrota. Eso hicieron los tlatelolcas, eso ha hecho la historia moderna nacionalista. Pero siempre será labor de la historia crítica desmontarlos y plantear otras interpretaciones.

Para citar: Federico Navarrete , Tlatelolco y la falsa visión de los vencidos, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2768/2768. Visto el 26/03/2024