La conquista en las crónicas franciscanas y mercedarias.

En 1615 salía a la luz en Sevilla el libro De los veintiún libros rituales y Monarquía Indiana obra del franciscano fray Juan de Torquemada (1557ca.-1624). El texto presentaba una visión universalista que tenía como eje la historia de la salvación y a partir de ella se estructuraban los tres grandes temas del devenir novohispano: la “idolatría” prehispánica, la conquista de Tenochtitlan y la evangelización franciscana. Como muchas otras cosas de su libro, Torquemada tomó este esquema de la Historia eclesiástica indiana, obra de su hermano de hábito fray Jerónimo de Mendieta (1525-1604) que había quedado inédita a causa de sus ataques contra el repartimiento de indios y las políticas tributarias de Felipe II.

Torquemada fue el primero en dar a conocer en letra impresa, no sólo extensas partes del texto de Mendieta, sino también materiales inéditos sobre el mundo náhuatl, tanto aquellos recopilados por sus hermanos de hábito fray Andrés de Olmos, fray Toribio de Motolinía y fray Bernardino de Sahagún, como los escritos por la nobleza indomestiza que vivió entre finales del siglo XVI y principios del XVII: Domingo Chimalpahin, Fernando de Alba Ixtlixóchitl y Hernando Alvarado Tezozómoc. Aunque Torquemada consideraba que esta civilización estaba a la altura de Grecia, Roma o Egipto, lo que permitía explicar los logros que el cristianismo alcanzó entre ellos, la violencia de la conquista fue un merecido castigo divino a sus prácticas “demoniacas” y a sus “vicios”.

El fraile cronista observaba la toma de Tenochtitlán por los españoles desde la visión agustiniana y partía de la profecía de Daniel sobre la caída de los grandes imperios; el imperio azteca constituirá la quinta monarquía antes del fin del mundo. Basado en las Cartas de Relación de Hernán Cortés y en las Historias de Francisco López de Gómara y de Antonio de Herrera, Torquemada describió la caída de la capital mexica a partir de presagios y profecías, batallas, hambres y epidemias, siguiendo el tópico retórico de las “siete plagas de Egipto” que había creado medio siglo antes fray Toribio de Motolinía. Todos esos hechos hacían patente la voluntad de Dios de liberar a los pueblos mesoamericanos de la esclavitud del pecado. Por ello el fraile comparó a Tenochtitlan con Roma, la gloriosa capital de un imperio convertida en sede de la cristiandad del Nuevo Mundo.

Al igual que los cronistas franciscanos que lo antecedieron, fray Toribio de Motolinía y fray Jerónimo de Mendieta, Torquemada consideraba a Cortés como un héroe, como un agente de Dios, un nuevo Moisés, que llevaría al nuevo pueblo elegido (los indios) hacia la tierra prometida y lo liberaría de la esclavitud de las idolatrías. La conquista militar era vista como un hecho necesario para lograr la evangelización, el tema culminante de la obra; la exaltación de las acciones de los primeros misioneros fue el eje alrededor del que giraba toda la historia. La Monarquía indiana de Torquemada, una obra de especulación teológica, explicaba dentro del esquema filosófico occidental la existencia de los indios americanos y el papel que su conquista y evangelización jugaron dentro del contexto de la historia de la salvación. El interés de Torquemada por dedicar un espacio a los indios y a la conquista española como premisas para la evangelización marcó todas las crónicas franciscanas del siglo XVII y en general determinó la visión que los criollos tuvieron en adelante de ese hecho fundante.

Mendieta y Torquemada formaban parte de un grupo de religiosos que, como los encomenderos criollos y los indios nobles, intentaban rescatar el pasado para exaltar a sus corporaciones, exigir la restitución de sus privilegios y justificar sus derechos sobre las doctrinas de indios, disputadas por los obispos y por el clero secular. Su fin último era mostrar a Hernán Cortés y a los misioneros como hombres elegidos por Dios para llevar a cabo una empresa providencial: la fundación de una nueva Jerusalén, la Iglesia de los últimos tiempos antes del Juicio Final. Esta Iglesia, espejo de la apostólica que existió en el cristianismo primitivo, no sólo sustituiría a la europea, degradada por los protestantes, sino además continuaba la labor cortesiana venciendo al Demonio de la idolatría en una gloriosa cruzada misional.

A fines del siglo XVII, el franciscano fray Agustín de Vetancurt (1622- ca.1708) no sólo continuó con el viejo tópico de su orden sobre Cortés comparado con Moisés, sino además lo describió exaltando su humildad, colaboración y sumisión hacia los frailes. Su Teatro mexicano (publicado en la ciudad de México en 1698), es una obra miscelánea escrita por un criollo convencido de la grandeza del reino de Nueva España en la que imitó, en parte, el mismo esquema de la Monarquía indiana de Torquemada. Después de describir los sucesos políticos y ritos gentilicios de los habitantes del Anáhuac, Vetancurt describió de manera pormenorizada los “sucesos militares” que llevaron a la conquista de Tenochtitlan, de los cuales se ocupa a lo largo de dos tratados y dieciocho capítulos. Con base en las obras de fray Juan de Torquemada, del jesuita José de Acosta, de Bernal Díaz del Castillo, de Antonio de Herrera y de Antonio de Solís, en las páginas de su obra se describen los hechos de armas y los regalos que intercambiaban españoles e indígenas. Vetancurt insistió en las actitudes religiosas de Cortés, en la destrucción de ídolos, en la suplantación de cruces e imágenes de la Virgen en sus altares, en el bautizo y catequización que promovió, no sólo de las mujeres que les entregaban, sino también de los caciques que acompañaron a los españoles en la toma de Tenochtitlan. En su obra, desde el mismo título, lo mexicano se refiere tanto a la ciudad capital como al territorio de la Nueva España, por lo que este autor puede ser considerado como el primer escritor que se refiere a sí mismo como mexicano y a su patria como México. En el Teatro la ciudad de México se muestra orgullosa de ser mexica, española y franciscana.

En contraste con la crónica franciscana, los autores dominicos y agustinos no se interesaron demasiado en la conquista y sus menciones sobre la actuación de Hernando Cortés y sus hombres son muy esporádicas. En cambio la orden de la Merced, que no tuvo actividad misionera en Nueva España, si destacó la imagen de Cortés y de la conquista, sobre todo por la participación en los hechos de su hermano de habito fray Bartolomé de Olmedo y por su asociación con la Virgen de los Remedios. En 1621 salía a la luz la primera narración sobre una imagen milagrosa novohispana: La Historia del principio y origen […] de la imagen de Nuestra Señora de los Remedios del mercedario fray Luís de Cisneros (m. 1619). Este libro, hecho por encargo del ayuntamiento de la capital y editado en la ciudad de México en 1621 narraba los prodigios de una pequeña imagen de bulto traída por los conquistadores, ocultada durante la huida de la Noche Triste y encontrada tiempo después bajo un maguey en el cerro Totoltepec por el indio otomí Juan Ce Cuauhtli. A lo largo de su obra, el Marqués del Valle es mencionado en varias ocasiones, pero siempre en asociación con la Virgen María, la verdadera autora de la conquista. Su presencia en el Templo Mayor de Tenochtitlan, puesta ahí por Cortés en lugar del ídolo derrocado de Huitzilopochtli, impidió que los indios destruyeran a los españoles y permitió su huida en la Noche Triste; ella facilitó también la comprensión del mensaje cristiano en un mundo con múltiples lenguas y agilizó la milagrosa conversión de los pueblos indígenas. Cortés y los españoles fueron sólo instrumentos de su labor.

Junto con la Virgen de los Remedios como patrona de la conquista, las menciones mercedarias sobre Cortés se debieron sobre todo a la presencia que fray Bartolomé de Olmedo, religioso de la orden, había tenido durante la toma de Tenochtitlan. Su actuación, apenas mencionada en las Cartas de Relación, fue destacada cuando los mercedarios publicaron en 1632 la Historia de la conquista de Bernal Díaz del Castillo. En la edición mercedaria se hicieron numerosas interpolaciones sobre su hermano de hábito, las cuales no estaban en el manuscrito original de Bernal. En esos agregados Olmedo era descrito como el primer evangelizador de Nueva España, colaborador y consejero de Cortés y predicador de la fe cristiana a los indios. El hecho real de la participación de Olmedo en la gesta conquistadora, apenas esbozado en los cronistas, tomaba en la versión mercedaria de Bernal un tono heroico y unas dimensiones exorbitantes que lo equiparaban al mismo Cortés. El impacto que dicho texto tuvo en la literatura y en el arte fue enorme; su contenido formó parte central de la campaña mercedaria que tenía por objeto colocar a esta orden en un lugar destacado en los inicios mismos de la iglesia novohispana. Formar parte de un hecho fundacional de tales magnitudes podía aportar a las provincias de la Merced en México y Guatemala permisos para nuevas fundaciones y limosnas reales, además de la preeminencia que se manifestaba en la presencia de sus miembros en lugares destacados en los actos públicos. Eso influyó en las representaciones de la conquista que se hicieron a partir de entonces, en las que la presencia de Olmedo se volvió indispensable, y sobre todo en la crónica mercedaria del siglo XVII representada por fray Francisco de Pareja (1619-1688), criollo neogallego, provincial y primer cronista (desde 1671) de la provincia mercedaria de la Visitación en Nueva España.

Este fraile, se echó a cuestas la labor de escribir la historia de su orden en el nuevo continente con un objetivo básico: demostrar en ella el papel primordial que jugó Olmedo en la conquista. Con base en la versión interpolada de Bernal, Pareja presentaba a Olmedo como el primer apóstol de Nueva España (el clérigo Díaz siempre aparecía como su subalterno). El fraile predicó, bautizó, celebró la primera misa y dio a conocer los nombres de Cristo y María a los indios, erigió la primera iglesia en el palacio de Axayacatl y la dedicó a la Virgen de la Merced. En ese altar consagrado fue colocada la virgen de los Remedios, la milagrosa imagen que después se veneraría en el cerro de Totoltepec. Pareja atribuía muchas de las decisiones acertadas de Cortés al consejo de Olmedo: él le aconsejó salir de Cuba antes que Velázquez descubriera sus intenciones; él fue quien convenció a Narváez de pactar con Cortés y regresar a la Habana; él fue con Pedro de Alvarado a Guatemala, donde su predicación consiguió el bautizo de sus principales caciques; a su regreso a México el mercedario ayudó a la edificación del hospital de Jesús, donde fue enfermero.

Para el padre Pareja, Cortés y Olmedo se complementaron y los compara con los hermanos bíblicos Aarón y Moisés: “para la redención de este pueblo [Israel] no bastaba el brazo valiente de Moisés, si faltaba la elocuencia del sacerdote Aarón, que ambos eran una misma mano para esta prodigiosa conquista”. Retomando el viejo tópico franciscano, Cortés se convertía “con su brazo” en el libertador de su pueblo de la idolatría, pero su labor conquistadora “de los cuerpos” hubiera sido infructuosa sin “la elocuencia de la lengua [de fray Bartolomé] ganándolos en lo espiritual de sus almas.”

Con la crónica mercedaria se cerraba el ciclo abierto por los franciscanos en el siglo XVI. En los cronistas religiosos, los hecho de armas de la conquista pasaban a un segundo término ante la evangelización promovida y apoyada por Hernán Cortés.

 

Para leer más

  • Juan de Torquemada, De los veintiún libros rituales y Monarquía Indiana [Sevilla, 1615], 7 vols., Miguel León Portilla et. al., (eds.), México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1979-1983.
  • Toribio de Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, Edmundo O’Gorman (ed.), México, Editorial Porrúa, 1969 (Colección Sepan Cuántos, 129).
  • Jerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, 2 vols., Antonio Rubial (ed.), México, Conaculta, 1997. (Cien de México).
  • Agustín de Vetancurt, Teatro Mexicano, Descripción breve de los sucesos ejemplares históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo occidental de las Indias [México, 1698], México, Porrúa, 1982 (Biblioteca Porrúa, núm. 45.)
  • Luis de Cisneros, Historia de el principio y origen, progressos, venidas a México y milagros de la Santa Ymagen de Nuestra Señora de los Remedios, extramuros de México, México, Imprenta de Juan Blanco de Alcázar, 1621. Edición moderna de Francisco Miranda, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, Lib. I, caps. 2  y 3, pp. 21 y ss.
  • Francisco de Pareja, Crónica de la Provincia de la Visitación de Nuestra Señora de la Merced, redención de cautivos de la Nueva España, San Luis Potosí, Archivo Histórico de San Luis Potosí, 1989, cap. IV, pp. 80 y s.
Para citar: Antonio Rubial García, La conquista en las crónicas franciscanas y mercedarias., México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2757/2756. Visto el 24/04/2024