La derrota de Narváez y la incorporación de sus hombres a la capitanía de Cortés

La mayoría de los españoles que salieron de Cuba con Pánfilo de Narváez soñaban con alcanzar riqueza y fama. Hay que señalar que las fuentes difieren en el número de integrantes de la armada: unas apuntan seiscientos, otras novecientos y otras elevan los participantes a mil cuatrocientos. La noticia de que el navío enviado a Castilla por Cortés iba “lastrado de oro” y el deseo de Diego Velázquez de tomar el rumbo de la empresa actuó como un potente motor que movilizó a gran parte de la población de la isla y a muchos naturales, hasta el punto de que algunos se quejaron sobre la posibilidad de su despoblación.

Aunque a Velázquez le hubiera gustado encabezar la expedición, en Cuba había una epidemia de viruela y decidió permanecer en la isla. Como capitán designó a Pánfilo de Narváez, nombrado en la corte contador de Yucatán y Ulúa. El agente patógeno fue un pasajero silencioso en la armada y de sus efectos devastadores dio cuenta el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón a su regreso a Santo Domingo. Además de contar su suerte acompañando a Narváez, informó de que la mayor parte de la población indígena de Cozumel había “muerto de viruelas que los indios de la isla Fernandina, que con los españoles fueron, les habían pegado”. Bernal Díaz del Castillo señala como propagador de la enfermedad a “un negro que traía lleno de viruela” Pánfilo de Narváez.

Poco tiempo después de desembarcar, la realidad cayó como un jarro de agua fría sobre el numeroso grupo de Narváez. Todos se dieron cuenta de que el paraje en el que fundó la población de San Salvador era tierra de arenales y estéril. A todas luces no podía competir con las noticias de Tenochtitlan, llamada por los españoles Venecia la Rica, a la que solo se accedía por calzadas por estar fundada en una laguna, y donde, el señor de la tierra, Moctezuma, obedecía a Cortés, según supieron de uno de sus hombres los recién llegados. Cuando pudieron, también algunos de los de Narváez se incorporaron secretamente al grupo de Cortés.

 Ninguno de los dos capitanes estaba dispuesto a ceder protagonismo al otro y el choque parecía inevitable tras las idas y venidas de sus mensajeros. Poco tiempo después de desembarcar, el licenciado Vázquez de Ayllón, enviado para evitar el enfrentamiento entre ambos capitanes, fue obligado a regresar a Cuba. Narváez trató de atraer a la gente de Cortés escribiendo a su cuñado, Juan Velázquez de León, aunque nada logró por esta vía, y enviando emisarios para comunicar que él era la autoridad legítima. Cortés hizo lo propio con promesas y regalos entre los del campamento de Narváez, convencido de que “dineros quebrantan peñas”. También hubo voces que abogaban por el entendimiento entre ambos capitanes, pues la tierra era muy grande y había sitio para ambos. Pagaron caro la propuesta, como Sancho de Barahona, que fue encarcelado por Narváez.

El enfrentamiento armado entre los dos grupos se produjo, según Cortés, el domingo de Pentecostés de 1520 (27 de mayo), fecha sobre la que hay discrepancias. La jornada quedó grabada en la memoria de ambos capitanes y sus hombres, para unos por la derrota, para los otros por la victoria. Cuando los hombres del real de Narváez hacían la ronda “al cuarto de la modorra” fueron sorprendidos al grito de “¡Espíritu Santo! ¡Espíritu Santo!” y el campamento asaltado y tomado. Se habían creído seguros, confiando en el número de hombres, armas, caballos, artillería y pólvora, que de nada les sirvió, pues su capitán fue derrotado y apresado. En el real se oyó “¡Viva Cortés que lleva la victoria!” A partir de entonces ¿Qué posibilidades tenían los de Narváez?

Tras el choque armado, el primero de aquel calibre en la tierra entre españoles, Narváez y sus fieles fueron encarcelados. Con pífano y tambor, Cortés mandó pregonar que sus hombres reconociesen su autoridad creando un escenario de legalidad. Algunos se rindieron y otros se convencieron de que no tenían otra salida. Logró, así, Cortés que lo jurasen como capitán general y justicia mayor, obedeciendo a partir de aquel momento sus órdenes. Al amanecer se pudo hacer balance de las bajas y heridos, contabilizándose mayor número entre los de Narváez. El trato que Cortés dispensó a los recién llegados suscitó recelo entre sus hombres, que no entendían cómo honraba a los que ellos habían vencido, entregándoles joyas, mientras que a ellos les reclamaba las armas, espadas y caballos que tomaron en el real de Narváez. La habilidad de Cortés en ganar adeptos era calculada, como también lo fue el deseo de sus hombres, los “verdaderos conquistadores” según Bernal Díaz del Castillo, de distinguirse de los recién llegados.

La llegada de las embarcaciones de Narváez supuso para Cortés un refuerzo en hombres y recursos. Seguía sin tener noticias de las gestiones de los procuradores Montejo y Portocarrero en Castilla, pero su curiosidad por saber el secreto de la tierra era grande y con los recién llegados las posibilidades eran mayores. Envió doscientos hombres a la Villa Rica y ordenó a los pilotos de la armada de Narváez que las embarcaciones se reuniesen allí, donde nombró como almirante y capitán de la mar a Alonso Caballero, maestre de una de las Narváez. Los barcos venían cargados de mantenimientos (vino, harina, tocino, cazabe) que fueron muy bien recibidos. Al igual que hizo en 1519, decidió inutilizar la mayoría dándolos al través y ordenó sacar todos los aparejos, velas y timones. Tan solo se salvaron de aquella suerte las naves que tenía intención de despachar a la isla de Jamaica a buscar ganados para criar en la tierra (yeguas, puercos, ovejas, becerros, cabras).

Desmantelado el asentamiento de Narváez, Cortés pensó en dar salida a su gente, enviándola en varias expediciones de las que nombró capitanes a hombres de su confianza y con experiencia en la tierra. Diego de Ordaz iría a Coatzacoalcos y Juan Velázquez de León a Pánuco, con doscientos hombres cada uno, integrando así a los de Narváez. Ante las inquietantes noticias de lo que ocurría en Tenochtitlan cesaron ambos proyectos, todos los hombres eran necesarios. Por ello buscó convencer a todos los recién llegados con una de sus mejores armas, la palabra, deslizando en su arenga las riquezas de la tierra y la oportunidad que se les presentaba. Fue tanta su persuasión que todos se ofrecieron a seguirlo, aunque ello no supuso la desaparición de los partidarios de Diego Velázquez. Según el alarde que hizo eran quinientos peones y setenta de caballo.

Entre los integrantes de la armada de Narváez estaban viejos conocidos de Cortés, con los que había tenido relación y aún negocios en Cuba, como Andrés de Duero, Bernardino de Santa Clara y Vasco Porcallo; hombres de letras como el bachiller Alonso Pérez; escribanos como Alonso de Mata, Hernán Sánchez de Ortigosa y Jerónimo de Alanís; y algunas mujeres, entre ellas Beatriz González, quien curó las heridas de los combatientes durante el sitio de México. Son tan solo algunos nombres del numeroso grupo que salió de la isla de Cuba acompañado, según algunos testimonios, de mil indígenas. Los hombres de Narváez recordaron en sus informaciones de méritos y servicios los hechos que protagonizaron al lado de Cortés o siguiendo sus órdenes, y también se consideraron “primeros conquistadores”.

En la batalla que se libró en Cempoala, Narváez perdió, además de un ojo, su honra, lo que nunca perdonó a Cortés. A la derrota sufrida se sumó la publicidad que le dio la imprenta al publicarse la Segunda relación de Cortés al emperador, en la que narró el episodio. Narváez, tras varios años de prisión en Veracruz, regresó a Cuba y viajó a Castilla. A manera de revancha, logró “su victoria” en 1527, cuando se quejó del relato de Cortés y logró que no se imprimiesen más sus Relaciones. A aquellas alturas, la Fama ya era compañera de Cortés y Narváez insistía en alcanzarla, en esta ocasión en una nueva empresa al Río de las Palmas y Florida. Tampoco lo logró.

Para saber más:

  • Hernán Cortés, Cartas de relación, ed. de Ángel Delgado Gómez, Madrid, Castalia, 2003.
  • Grunberg, Bernard, Dictionnaire des conquistadores de Mexico, Paris, L´Harmattan, 2001.
  • Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Madrid, Real Academia Española, 2011.
Para citar: María del Carmen Martínez Martínez, La derrota de Narváez y la incorporación de sus hombres a la capitanía de Cortés, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2065/2059. Visto el 27/04/2024