La guerra entre los dioses y la masacre de Templo Mayor

La masacre realizada por Pedro de Alvarado y sus hombres, en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan durante la fiesta de Tóxcatl en mayo de 1520, marcó el inicio de una guerra sin cuartel entre los expedicionarios españoles y los mexicas. También, marcó el fracaso de la estrategia conjunta seguida por el propio capitán español y Moctezuma para evitar ese conflicto armado. Desde el punto de vista de Hernán Cortés en sus Cartas de relación, los mexicas se habían sometido voluntariamente al rey de España y se habían convertido en sus “vasallos”.  Esta “solución pacífica” fracasó no sólo porque la llegada de Pánfilo de Narváez a Veracruz reveló las mentiras de Cortés, sino también debido a las acciones de los sectores de la élite mexica que se oponían a la estrategia conciliatoria de su tlatoani, o incluso por la torpeza de Pedro de Alvarado. El conflicto estalló, en última instancia, debido al enfrentamiento inconciliable entre los dioses de los españoles, y su pretensión de ser los dueños de la “única y verdadera” religión, y los teteo (plural de téotl) mexicas, que los españoles llamaron demonios o ídolos.

En efecto, desde 1493 la bula papal Inter Caetera “regaló” las tierras americanas recién encontradas a la Corona española con la condición de que ésta lograra la conversión de los nativos al catolicismo para, así, salvar sus almas. Por ello, en sus Cartas de relación el conquistador insiste en que siempre predicó la “verdad cristiana” a sus aliados y a sus enemigos. Aunque en este momento su objetivo no podía ser convertirlos plenamente y menos bautizarlos, era su obligación iniciar ese camino y sobre todo impedir el culto de aquellos que seguían al “demonio”. Este imperativo jurídico y religioso debía extenderse, desde luego, a los nuevos “vasallos” mexicas de la Corona. Incluso podemos afirmar que era su condición sine qua non: Moctezuma y su pueblo sólo podrían ser considerados auténticos súbditos del rey de España cuando adoptaran su religión. Justamente, a principios del siglo XVI, la Monarquía católica que unificó España obligó a convertirse, y luego persiguió y expulsó de sus territorios ibéricos a todos los musulmanes y judíos que vivían en ella desde hacía siglos. Impuso así un precepto inquebrantables: sólo los católicos podían ser súbditos del rey de España y no se podían practicar otras religiones en sus dominios. El problema para Cortés era que no podía forzar a los mexicas a abandonar sus fiestas y ceremonias, incluidos sus “sacrificios”, pues no tenía autoridad ni poder real sobre ellos. El tema de las muertes rituales era particularmente delicado, pues en la carta de 1519 dirigida al rey Carlos V, el Cabildo de Veracruz lo había presionado moralmente para que apoyara la expedición encabezada por Cortés con este argumento:

 

Tengan vuestras majestades por muy cierto que […] no hay año que, en lo que hasta ahora hemos descubierto y visto, no maten y sacrifiquen de esta manera tres o cuatro mil ánimas. Vean vuestras reales majestades si deben evitar tan gran mal y daño, y cierto sería Dios Nuestro Señor muy servido, si por mano de vuestras reales altezas estas gentes fuesen introducidas e instruidas en nuestra muy santa fe católica y conmutada la devoción, fe y esperanza que en estos sus ídolos tienen, en la divina potencia de Dios […] Es de creer que no sin causa Dios Nuestro Señor ha sido servido que se descubriesen estas partes en nombre de vuestras reales altezas para que tan gran fruto y merecimiento de Dios alcanzasen vuestras majestades […]

 

Mal podía Cortés informar al rey que los mexicas eran sus “vasallos” pero seguían practicando tantos sacrificios. Por eso presume en su Segunda carta de relación que realizó una valiente tentativa para detener el culto religioso mexica:

 

Los más principales de estos ídolos, y en quien ellos más fe y creencia tenían, derroqué de sus sillas y los hice echar por las escaleras abajo e hice limpiar aquellas capillas donde los tenían, porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ellas imágenes de Nuestra Señora y de otros santos, que no poco el dicho Mutezuma y los naturales sintieron […] Yo les hice entender con las lenguas cuan engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos, que eran hechos por sus manos, de cosas no limpias, y que habían de saber que había un solo  Dios, universal Señor […]Y el dicho Mutezuma y muchos de los principales de la ciudad dicha, estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante, y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos, como acostumbraban, porque, demás de ser muy aborrecible a Dios, vuestra sacra majestad por sus leyes lo prohibe, y manda que el que matare lo maten. Y de ahí ade- lante se apartaron de ello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha ciudad, nunca se vio matar ni sacrificar criatura alguna.

 

Al relatar el mismo episodio, Bernal Díaz del Castillo no es tan temerario y afirma que Cortés sólo amonestó a Moctezuma y sus sacerdotes y los convenció de que colocaran la imagen de la Virgen al lado de la imagen de sus ídolos.. Esto parece más verosímil, pues es muy poco probable que Hernán Cortés hubiera logrado que los mexicas permitieran una profanación tan violenta de sus espacios más sagrados, y tampoco una interrupción total de las muertes rituales, que tomaban muchas formas y se realizaban en lugares muy distintos en el paisaje sagrado del Valle de México.

Lograr este objetivo era imperativo también para los hombres de Cortés. Ya habían chantajeado al rey con el argumento de que era el deber compartido de ambos detener las muertes al demonio, ahora debían hacerlo verdad si querían salvar sus cabezas. Sabemos que muchos de ellos veían con escepticismo y con impaciencia las complicadas negociaciones de su capitán con el rey de los paganos y que añoraban un golpe de mano para apoderarse de los tesoros de los mexicas y de sus demonios y para cumplir su “deber cristiano”.

Por eso, cuando los mexicas organizaron la fiesta de Tóxcatl, en la que se realizaba el “sacrificio” más importante de su calendario ritual, la muerte y renacimiento de la imagen viviente, el joven ixiptla que encarnaba a Tezcatlipoca en el centro sagrado de México-Tenochtitlan, estalló la contradicción entre la realidad y el ideal, así como entre el poder que los expedicionarios creían tener sobre los mexicas y la fuerza que realmente tenían. El despliegue de riquezas, la movilización de miles de miles de jóvenes guerreros y el esplendor del canto-baile en el ritual al demonio impactó y aterrorizó a los españoles y orilló a la violencia a los más fanáticos e impacientes, que se pusieron a “salvar almas” por el tradicional medio de matar a muchos infieles.

Para citar: Federico Navarrete , La guerra entre los dioses y la masacre de Templo Mayor, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2064/2064. Visto el 18/04/2024