El canto-baile nahua entre dos tradiciones religiosas. Impacto político y religioso de la Matanza de Tóxcatl.

“Hirió Dios y castigó esta tierra y a los que en ella se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas. La primera fue de viruelas… La segunda plaga fue, los muchos que murieron en la conquista desta Nueva España.”

Fray Toribio de Benavente “Motolinia”

 

La matanza de Tóxcatl, perpetrada por los españoles dentro del recinto ceremonial del Templo Mayor, corazón religioso, político e identitario de México-Tenochtitlán, dejó tras de sí no sólo ríos de sangre sino una larga estela de consecuencias. Algunas de ellas incidieron de manera inmediata en los acontecimientos posteriores de la Conquista; otras, en cambio, se dejarían sentir muchos años después, incidiendo en la forma en que los mexicas y otros pueblos indígenas se incorporaron a la sociedad colonial, participaron del cristianismo e, incluso, en la que interpretaron los hechos acaecidos en aquellos convulsos años entre 1519 y 1521.

En primer lugar, la Matanza de Tóxcatl marcó de tajo el fin de la relativa paz que había existido por cerca de seis meses entre los mexicas y los españoles y tlaxcaltecas (entre otros aliados indígenas) que habían tenido ocupada la ciudad. Una guerra que iniciaba en una situación de franca desventaja para los mexicas, pues la fiesta de Tóxcatl era una fiesta peculiar. Como todas las celebraciones del calendario mexica, a finales de la veintena de Tóxcatl, tenía lugar un conjunto de celebraciones y ceremonias patrocinadas y organizadas por las más altas jerarquías religiosas y militares, para honrar, en este caso, a Tezcatlipoca y Huitzilopochtli, dos entidades sagradas fuertemente vinculadas con el poder político y la fuerza militar de los mexicas. Uno de los puntos climáticos de esta festividad era un ritual de canto-baile en el que participaban todos los jóvenes que durante el año habían realizado hazañas militares, quienes danzaban, usualmente junto a su tlahtoani, ostentando lujosos atavíos propios de los nuevos rangos a los que habían ascendido. Estos jóvenes, que habían mostrado ya su talento y capacidades militares, al morir uno a uno al filo de las espadas y las lanzas españolas, dejaron huérfana, por decirlo de alguna forma, al resto de la sociedad mexica, pues ésta quedó desprovista de sus mejores elementos en el arte de la guerra -la actividad por excelencia de los hijos de Huitzilopochtli- que les había permitido conquistar buena parte del mundo por ellos conocido.

Todas las fuentes indígenas que refieren la Matanza de Tóxcatl, a través de pinturas y textos alfabéticos, insisten en que estos jóvenes se encontraban cantando y bailando cuando fueron cercados y asesinados de la forma más cruenta. También señalan que los primeros en morir fueron los viejos a cargo de los instrumentos musicales. Con ello, estos testimonios no sólo señalan que los participantes del ritual se encontraban desarmados y que fueron asesinados a mansalva, sino que atraen la atención hacia la práctica misma que estaban desempeñando, pues los rituales de canto-baile eran para los mexicas uno de los pilares de su religiosidad.

Como lo dijera fray Pedro de Gante, algunos años más tarde, “toda su adoración dellos a sus dioses era cantar y bailar delante dellos”. Los nahuas, al igual que otros pueblos mesoamericanos, cantaban y bailaban en la mayor parte de sus solemnidades religiosas y, aunque no contamos con descripciones detalladas de esos cantos y esas danzas, sabemos, al menos, que estos solían ser de muy diversas clases y que eran ofrecidos a las entidades sagradas como un acto de reciprocidad para con ellas. Actos en los que se hacían presentes escenografías, coreografías, sonoridades, textos y atavíos específicos que, al combinarse, permitían la comunicación con otros planos de la realidad, la manifestación de las divinidades sobre la superficie de la tierra y la reconformación de las jerarquías políticas y militares, coadyuvando así al mantenimiento del equilibrio del cosmos. Danzar y hacer la guerra eran dos prácticas profundamente vinculadas para los mexicas.

Por ello, al insistir en la actividad ritual que estaban llevando a cabo estos jóvenes guerreros al momento de ser asesinados, las fuentes históricas de tradición mexica hablan también de un ataque artero en contra de la religión local; el más grande ocurrido hasta ese entonces en Tenochtitlán, y sólo comparable con lo que sabía que había pasado meses antes en Cholula. La masacre de aquellos guerreros que se encontraban cantando y bailando en torno a la efigie de amaranto de Huitzlopochtli era una afrenta en contra del núcleo, espacial y ritual, de la religión mexica. Y era, en particular, una muestra del poder de las armas españolas. Un poder que, al igual que el de los mexicas, no procedía sólo de los hombres, sino que provenía de la entidad sagrada que los animaba. La Matanza de Tóxcatl mostró a los mexicas, en carne propia, la debilidad de su, hasta entonces, invencible dios patrono y el poder inescapable del dios que guiaba a los cristianos. Un dios a cuyo lado resultaría conveniente estar.

El Templo Mayor de Tenochtitlán era el espacio en el que los mexicas guardaban, a manera de rehenes, efigies de las deidades patronas de todos los pueblos por ellos conquistados. Era también lugar en el que sacrificaban, en las fiestas de cada veintena, a los cautivos de guerra que habían obtenido de los pueblos por ellos vencidos y, en no pocas ocasiones, ante la mirada atónita de embajadores de esos mismos pueblos. Las fiestas de las veintenas, y particularmente Tóxcatl, eran efectivamente un despliegue de símbolos asociados con el poderío militar de los mexica. Lo que puede explicar, en parte, el miedo que sintieron los españoles, y en particular Pedro de Alvarado, ante la celebración de esta festividad. Con la Matanza de Tóxcatl, cruenta, terrible y fuera de toda lógica militar indígena, la suerte de los mexicas comenzó a cambiar, pues los antes conquistadores comenzaban a ser conquistados. El justo castigo, según los europeos, por haber practicado durante tantos años una religión “diabólica.”

Algunos años más tarde, cerca del solsticio de invierno, en fechas cercanas a las de la antigua fiesta de Panquetzaliztli, en la que se celebraba el nacimiento de Huitzilopochtli como numen solar, Pedro de Gante ideó una estrategia que acabaría de cambiarlo todo. Compuso unos textos en náhuatl sobre el nacimiento de Cristo y se los dio a los dirigentes de varios pueblos indígenas de la Cuenca de México para que, a su vez, se los dieran a aprender a la gente y los interpretaran según su “costumbre” de cantar y bailar en las celebraciones religiosas. Con ello Pedro de Gante logró lo que no habían conseguido los franciscanos hasta ese entonces: atraer al grueso de la población nativa de manera eficaz a la religión católica. Así, en la noche víspera de Navidad de 1529, sobre las ruinas de México-Tenochtitlán, en el terreno donde posteriormente se alzaría el convento de San Francisco el Grande de México, y a tan solo unos pasos del lugar en el que fueron masacrados los guerreros-danzantes en Tóxcatl, los nahuas volvieron a cantar y bailar para celebrar a una divinidad victoriosa que nacía junto con el sol. El canto-baile era ahora el vehículo para entrar en contacto con el dios de los cristianos y comenzar a participar de una nueva práctica religiosa, a la que se mantendrían fieles a partir de entonces.

 

 

Para saber más

  • Alcántara Rojas, Berenice, “El canto-baile nahua del siglo XVI: espacio de evangelización y subversión”, en Andrés Ciudad Ruíz, María Josefa Iglesias y Manuel Sorroche (eds.), El ritual en el mundo maya: de lo privado a lo público, Madrid, Sociedad Española de Estudios Mayas, Grupo de Investigación Andalucía-América, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (Publicaciones de la SEEM, 9), 2010, p. 377-393.
  • Gante, Pedro de, “Carta de fray Pedro de Gante al Rey don Felipe II, principal y duplicado (1558-1561).” En Códice Franciscano. Siglo XVI, Ed. de Joaquín García Icazbalceta, México, Editorial Salvador Chavez Hayhoe, 1941, p. 203-228.
  • Motolinia, Toribio de, Historia de los indios de Nueva España, ed. de Edmundo O’Gorman, México, Porrúa, 1990 (Sepan cuantos, 129).
  • Sahagún, Bernardino de, Historia general de las cosas de Nueva España, Alfredo López Austin y Josefina García Quintana (eds.), 3 vols., México, Conaculta, 2000.

 

Para citar: Berenice Alcántara Rojas, El canto-baile nahua entre dos tradiciones religiosas. Impacto político y religioso de la Matanza de Tóxcatl., México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/2055/2055. Visto el 03/05/2024