Las efigies del Templo Mayor y el último peregrinaje de Huitzilopochtli

La estancia de los españoles en México-Tenochtitlan fue caracterizada por momentos de tensión y ruptura entre la voluntad de Hernán Cortés y la de Motecuhzoma, con respecto a la práctica de los sacrificios humanos que se llevaban a cabo con regularidad en las fiestas religiosas de la capital. La incomprensión y el desprecio de los expedicionarios por la religión mexica no tardaron en enfocarse en los símbolos por excelencia de la supuesta idolatría indígena, es decir, las efigies de los dioses principales hospedados en el Templo Mayor. A este respecto es muy famoso el episodio donde Cortés subió a la cumbre del Templo Mayor con unos soldados y golpeó con una barra de hierro la cara de la estatua de Huitzilopochtli, quitándole una máscara de oro que traía puesta. Luego, arrojó la efigie por las escaleras y exigió que fuera sustituida por una imagen de la Virgen María y de otros santos, y que el espacio del templo fuera limpiado de la sangre humana que impregnaba las paredes y el piso.

La versión de Andrés de Tapia de este acontecimiento relata que Motecuhzoma accedió a sustituir las imágenes de sus dioses con los santos traídos de España, pero exigió que Cortés le entregara sus dioses. Cortés aceptó, pero replicó: “Ved que [las imágenes] son piedra, e crée en Dios que hizo el cielo y la tierra, e por la obra conoceréis al maestro”. Aunque las efigies mencionadas por el Marqués del Valle resultan haber sido esculturas de piedra, no hay que olvidar que los santuarios del Templo Mayor custodiaban también efigies perecederas de los dioses, hechas de masa de semillas de amaranto y miel, así como los tlaquimilolli, los bultos sagrados. Se trataba de conjuntos de objetos como mantas o tejidos, bastones para prender el fuego, flechas o piedras preciosas que pertenecieron a los dioses y que formaban parte integrante de su identidad divina. Las travesías de las imágenes sagradas del Templo Mayor no terminaron con el episodio narrado en las crónicas de los conquistadores.

En efecto, durante el sitio de la ciudad insular en 1521, los sacerdotes de Huitzilopochtli desplazaron el tlaquimilolli y la efigie de su dios tutelar desde el Templo Mayor, colapsado bajo los tiros de cañón del ejército enemigo, hasta Tlatelolco, el lugar de la última resistencia de los mexicas frente a la avanzada española. Aquí los mexicas escondieron a su dios patrono en el telpochcalli del barrio de Tecpocticaltitlan, en la parte noreste de la ciudad gemela de Tenochtitlan. Inmediatamente después de la caída de México-Tenochtitlan, el paradero de las bultos sagrados de los dioses se desconocía, hasta las iniciativas promovidas por el primer obispo de la Nueva España, fray Juan de Zumárraga. En 1539 el fraile dictó una ordenanza donde se mandaba que los indígenas entregaran los ídolos que aún seguían escondidos y ocultos a la mirada de la iglesia católica. Para esa fecha, los evangelizadores estaban ocupados en una campaña de evangelización definida “tabla rasa”, ya que se habían percatado de cómo los nativos seguían erigiendo templos y fabricando nuevas efigies de sus dioses.

Es bien sabido, por ejemplo, que en 1539 un indígena de Azcapotzalco llamado Tonal elaboraba todavía imágenes de Tezcatlipoca. En junio de ese año, un pintor nativo de la Ciudad de México, Mateos, denunció a Miguel Tlaylótlac, acusándolo de esconder el bulto sagrado de Huitzilopochtli. La información relativa a este caso está plasmada en el documento conocido como la Pintura de los ídolos del templo de Huitzilopochtli, que acompañó el juicio inquisitorial a cargo de Miguel Tlaylótlac. En este documento se cuenta como, probablemente en 1524, Oquitzin, tlatoani de Azcapotzalco-Mexicapan y Tlilatzin poseían el bulto del dios tutelar de los mexicas. Probablemente obligados a seguir a Hernán Cortés en la expedición de Las Hibueras (Honduras), junto con los tlatoque de Tenochtitlan -Cuauhtemoc- y Tlacopan -Tetlepanquetzal- los dos dejaron encargada la efigie del dios a Tlatóatl teopixqui. Si observamos la pintura es posible reconocer al menos cinco bultos sagrados, identificados por su nombre: se trata de los de Huitzilopochtli, Cihuacóatl, Telpochtli (uno de los nombres de Tezcatlipoca), Tlatlauhqui Tezcatlipoca (otro nombre de Xipe Tótec) y Tepehua. Los bultos van acompañados por una serie de insignias y atributos divinos que formaban parte de su atuendo. Se pueden distinguir una cabeza de ave (¿colibrí?), un bastón en forma de serpiente ondulada, probablemente un coatopilli asociado con divinidades acuáticas y un estandarte formado por plumones.  Las figuras presentes en la pictografía son los personajes que estuvieron relacionados con los bultos sagrados después de la caída de México-Tenochtitlan. El traslado de los bultos de Azcapotzalco a Tenochtitlan, precisamente a la casa de Miguel Tlaylótlac, se realizó con la ayuda de cinco tamemes, y cubriendo sucesivamente las efigies con unos petates para que nadie sospechara su contenido. Los bultos recibieron también ofrendas de copal, de tortillas y de codornices.

A pesar de las torturas recibidas para revelar la información, Miguel Tlaylótlac sólo confesó haber hospedado a los bultos sagrados en su casa diez días y sin saber que se trataba de efigies sagradas, mismas que habrían sido sucesivamente entregadas a las mismas personas que los llevaron a su casa. Según María Castañeda de la Paz, quien se dedicó a esclarecer con detalle este episodio –sumamente importante, pero bastante fragmentario de la historia de las efigies sagradas–, para ese entonces los dioses ya habían sido desplazados y tal vez llevados a Tula por “algunos profetas”. No se volvió a tener noticias de ellos.

 

Para saber más:

  • Castañeda de la Paz, María, 2013, Conflictos y alianzas en tiempos de cambio: Azcapotzalco, Tlacopan, Tenochtitlan y Tlatelolco (siglos XII-XVI), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas.
  • Cortés, Hernán, 1994, Cartas de Relación, México, Porrúa.
  • López Austin, Alfredo y Leonardo López Luján, 2009, Monte Sagrado-Templo Mayor. El cerro y la pirámide en la tradición religiosa mesoamericana, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas.
  • Noguez, Xavier, 2016, “Pintura de la búsqueda de los bultos de los dioses. Juicio inquisitorial (1539-1540)”, Arqueología mexicana, n. 141, pp. 12-13. 
  • Olivier, Guilhem, 1995, “Les paquets sacrés en Mésoamérique ou la mémoire cachée des Indiens du Mexique central (XVe-XVIe siècles), Journal de la Société des Américanistes, vol. 81, pp. 97-133.
  • Roulet, Éric, 2008, L’Évangélisation des Indiens du Mexique, Rennes, Presse Universitaire de Rennes.
  • Tapia, Andrés (de), 1963, “Relación de Andrés de Tapia” , en A. Yáñez (ed.), Crónicas de la Conquista, México, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 25-78.
  • Tapia, Andrés (de), 1991, “Algunas declaraciones de Andrés de Tapia” , en Documentos cortesianos, II, 1526-1545, Sección IV, Juicio de residencia, ed. de José Luis Martínez, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Fondo de Cultura Económica, pp. 349-362.
Para citar: Elena Mazzetto, Las efigies del Templo Mayor y el último peregrinaje de Huitzilopochtli, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1941/1939. Visto el 04/11/2024