Las comidas del Mercado de Tlatelolco

Es bien sabido que uno de los lugares que más llamó la atención de los expedicionarios durante su estancia en Tenochtitlan fue el gran mercado de Tlatelolco, cuya plaza, en palabras de Cortés, “era tan grande como dos veces la de la ciudad de Salamanca”, y donde “hay cotidianamente más de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo”. Más allá de la organización de sus mercancías – divididas por sectores planeados con rigor – las comidas que se encontraban en este espacio merecen, sin lugar a dudas, una atención particular.

Empezamos con la descripción de Bernal Díaz del Castillo, quien nos habla de un lugar destinado a la venta de “frijoles, chia, otras legumbres y hierbas”. El conquistador habla también de la venta de las raíces cocidas del henequén (Agave fourcroydes), cuyo sabor era muy dulce. Otro sector del mercado estaba dedicado a la venta de “gallinas y gallos de papada”, es decir de guajolotes, así como de conejos, liebres, venados, ánades y sus crías y perrillos. El espacio consagrado a todas las variedades de fruta conocidas estaba cercano al espacio donde se vendían “cosas cocidas”. En particular, el cronista habla de la presencia de “mazamorreras”.

Ahora bien, mazamorra es un término que parece derivar, así como la palabra mazapán, de los vocablos griegos “bizcochito” y “masa”. A partir de los primeros contactos entre los expedicionarios y los grupos autóctonos, esta palabra se ha empleado – y se emplea aún hoy en día – para describir alimentos semilíquidos cuya consistencia es bastante espesa. En particular, la mazamorra fue el nombre empleado por los españoles para describir el atole. Así que la presencia de “mazamorreras” en el mercado de Tlatelolco remite sin duda a la de las vendedoras de los distintos tipos de atole consumidos por los antiguos nahuas. Asimismo, Díaz del Castillo relata que se vendía “malcocinado”. El nombre de este alimento alude a un platillo popular caldoso conocido en Andalucía, preparado hoy en día con callos, oreja y pata de cerdo, garbanzos, morcilla, chorizo y tocino. A pesar de que no es posible identificar con seguridad a qué platillo mexica se refiere la descripción de Díaz del Castillo, quizá se pueda proponer algún tipo de pozole.

Otro platillo sin duda “exótico” a los ojos del cronista fue el que describe formado por “unos panecillos, que hacen de una como loma, que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja, y hacen panes dello, que tiene un sabor a manera de queso”. Este alimento, descrito también en la obra de Francisco Hernández, es el ahuauhtli. El protomédico de Felipe II lo describe como “cierta sustancia con sabor a pescado”, parecida a las semillas de amapola. Los pescadores la recogían cuando se adhería a las cuerdas con las que se amarraban las canoas y las ponían en grandes vasos. El ahuauhtli se envolvía en hojas de maíz hasta el momento de cocerlo o tostarlo para elaborar tortillas y tamales. Se trataba de los huevos de la mosca Axaxayácatl. Hoy en día, es un alimento que aún se consume en los pueblos que viven a la orilla del lago de Chalco.

En la descripción de Hernán Cortés, se mencionan “todas las maneras de verduras que se hallan”, aunque lo curioso es que la lista presentada por el Marqués del Valle está formada por plantas de origen occidental. En efecto, menciona cebollas, puerros, ajos, berros... Ahora bien, estos alimentos no son originarios de México. Asimismo, al describir las frutas, menciona las cerezas, mismas que corresponderían, más bien, a los capulines. Cortés describía con sus categorías un conjunto de alimentos desconocidos pero cuya apariencia le permitía asociarlos a otros presentes en el Viejo Continente.

Tanto Cortés como Díaz del Castillo describen la venta de miel, de cera y de la miel de la caña de maíz, “que son tan melosas y dulces como las de azúcar”, así como la miel del agave, de cuya planta se elaboraba también “vino”, es decir, el octli o pulque. Cortés describe también la presencia de huevos de distintas aves y de maíz, tanto en grano como en pan, y platillos elaborados, como pasteles de ave y empanadas de pescado.

En los pasajes señalados se evidencia cómo los expedicionarios describían y clasificaban el mundo que los rodeaba con base en sus categorías, operando una asociación entre los alimentos conocidos en España y los que “visualmente” podían considerarse cercanos a ellos.

 

 

Para citar: Elena Mazzetto, Las comidas del Mercado de Tlatelolco, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1891/1891. Visto el 26/03/2024