El bautismo de los cuatro señores de Tlaxcala: cristianización de un pasado, legitimación de un presente

“Este Xicotencatl  fue el primero que recibió de paz a los cristianos, a quien en este lugar, y en sus propias casas y palacios, los aposentó, que eran muy grandes, donde tuvieron los nuestros su real y principal alojamiento ( y aquí se puso la primera cruz de esta provincia).[…]Y aquí se dijo la primera misa que los tlaxcaltecos  vieron y oyeron decir, y en este lugar recibieron agua de bautismo los cuatro señores de las cuatro cabeceras y principales de esta ciudad y provincia; y aquí fue su primera conversión y se sujetaron al gremio de la santa Madre iglesia de Roma y dieron obediencia al invictísimo césar Emperador Don Carlos quinto de este nombre; aunque otros quieren decir que se bautizaron, en la cabecera de Octotelulco en los palacios de Maxixcatzin, lo cual queda en duda, aunque lo uno y lo otro pueden ser”. (Diego Muñoz Camargo, Relación Geográfica de Tlaxcala, p.60)

 

En la segunda mitad del mes de septiembre de 1519, después de cruentas batallas con los españoles, los tlaxcaltecas decidieron aliarse con los extranjeros. Este nuevo pacto militar implicaba la sumisión al rey de España y la aceptación del cristianismo como religión única y verdadera.

La lámina del “Bautismo de los Cuatro Señores de Tlaxcala” forma parte del manuscrito de Glasgow, integrado por 318 folios, de los cuales 238 se le atribuyen a Diego Muñoz Camargo (1522-1599), historiador tlaxcalteca de padre español y madre indígena. Los dibujos se hicieron en tinta negra sin colorear.

Como se puede apreciar hay un conjunto de elementos que se combinan en esta escena, que a manera de drama histórico, teatraliza la alianza tlaxcalteca con Hernán Cortés. La solemnidad con que se representa el acontecimiento, así como la seriedad de los participantes, elogia esta ceremonia ritual de bautismo, primer sacramento de la iglesia católica. La administración del bautismo a los nobles de Tlaxcala motivo de esta lámina aparece como un acto que ha comenzado, por lo que el líquido bendito desbordante de la pila bautismal, que se encuentra a los pies del clérigo, ha sido derramado. La escena exalta el momento en que se vierte el agua en la testa del señor Xicoténcatl, el cual se muestra con gran devoción. El clérigo Juan Díaz ocupa el centro de la imagen y se encuentra listo para acoger a los recién convertidos, luciendo su hábito y tonsura. 

Esta imagen de pocas escalas y volumen coloca a los personajes en una ligera proporción jerarquizada, en la que sobresalen, las figuras de Malintzin y Cortés. El acto exhorta al observador a integrarse a esta ceremonia religiosa, carente de precisión en el tiempo, y nos invita e incluye como testigos oculares de una escena privada, que suponemos se recrea en un espacio interior. La figura de Cortés sobresale, y para puntualizar su estatus, aparece sentado en una silla de mando cargando una cruz de madera con la mano derecha. Malinche, lo acompaña y posa detrás de él

El cuadro de la Virgen que cuelga en el centro de la lámina adquiere sin duda un gran valor. Visualmente, marca una ruptura espacial el recurso del cuadro dentro de la escena, lejos de alejar al espectador y dejarlo inextricablemente abandonado, humaniza el momento, por lo tanto, la virgen y el niño se vuelven tan reales como el resto de los objetos y los participantes. El cuadro de la virgen adquiere fuerza autónoma, y a su vez se combina y armoniza con los otros elementos importantes de la liturgia cristiana que refuerzan la escena: la cruz y el cirio que lo flanquean en manos de cada uno de los conquistadores, así como el cántaro que derrama el agua bendita. Constituyen así la fórmula perfecta de elementos religiosos. Esta conjugación de símbolos en la parte superior de la lámina estrecha la relación con los participantes.

La representación de esta Madona nos recuerda también, el contacto de los pecadores con el evangelio. Todo lo que ha sido profanado con el paganismo, al acercarse a María se santifica. La diosa pura, la madre virginal, desde la altura, ejerce una autoridad sine qua non tanto en el cielo como en la tierra. Su imagen coronada con un aura de Santa, marca e irradia el ideal del pensamiento cristiano. Es por esta razón, que la utilización de este recurso, es decir lo que entenderíamos por “un cuadro dentro del cuadro”, en la parte central de la escena, y como fondo, formula la clave para entender toda la pintura del bautismo. La Virgen con el niño, tal y como aparecen, contorneados por un doble delineado, se separan por completo y así rompen con el espacio vacío superior. Y es de esta manera, en que  se establece una relación de lo finito con lo infinito, de lo mundano y de lo celestial, de lo pagano y de lo cristiano.

El cuadro, que de alguna manera aparece aislado, marca entonces la coexistencia de dos realidades, de dos momentos, de dos lenguajes, y por lo tanto, de dos mundos conceptuales bien diferenciados.

Esta imagen pretende dejar como testimonio la temprana conversión y aceptación al cristianismo de la élite tlaxcalteca, que ha sido muy cuestionada por los historiadores. Sin embargo, gracias a las investigaciones de las últimas décadas, ahora podemos decir que, más allá de la veracidad del hecho la imagen representa en sí misma un lenguaje cuya intención va más allá de los sucesos particulares.

Por un lado, el bautismo de los cuatro señores ejemplifica una conducta de obediencia de los caciques indígenas en un intento de idealización de su propio pasado cristiano.  Sin duda se trata de un acto sacramental, que recuerda que Tlaxcala nunca ejerció resistencia alguna a la nueva verdad religiosa, además reitera su fidelidad y lealtad a los preceptos políticos y cristianos pactados desde 1519. Esta escena histórica trata de persuadir y proporcionar datos sobre el pasado cristiano de esta localidad, haciendo espectador y testigo ocular de su conversión al rey. De esta manera el monarca podría retribuir los servicios prestados por los tlaxcaltecas por medio de cédulas reales tras su alianza militar.

Los señoríos tlaxcaltecas se encargaron de hacer llegar sus peticiones de recompensa a España, cuyos beneficios incluían la exención en el pago de tributo, favores y mercedes, y para lograrlo, no hubo mejor elemento que representar una convención europea, “el bautismo” que contiene una serie de signos, referentes y significantes que enfatizan la lealtad en la conducta, por medio de sistemas y códigos de representación ya conocidos.

Reconstruir una y otra vez su historia, recreando una imagen de un  pasado cristiano indígena, recordaría los no sólo los servicios prestados por los tlaxcaltecas, sino  la aceptación del nuevo poder político, la alianza, los vínculos establecidos, el paso armónico de una religión, considerada idolátrica y demoníaca, al cristianismo.

Para citar: Edith Llamas Camacho, El bautismo de los cuatro señores de Tlaxcala: cristianización de un pasado, legitimación de un presente, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/amoxtli/1740/1733. Visto el 18/04/2024