La fiesta de Tóxcatl y la matanza del Templo Mayor

Una de las fiestas más importantes del calendario solar de los antiguos nahuas era llamada Tóxcatl y se celebraba en el mes de mayo, al final de la temporada de sequía. No conocemos la etimología del nombre de la fiesta, aunque algunos autores del siglo XVI mencionan que se refería al período de canícula y aridez que se vive cada año, antes de la llegada de las lluvias abundantes que refrescan el aire y dan alivio a los habitantes de la ciudad de México. En la época prehispánica, la solemnidad de Tóxcatl estaba dedicada a los dioses Huitzilopochtli y Tezcatlipoca; el primero, patrono del pueblo mexica y el segundo, deidad suprema del panteón náhuatl junto a Quetzalcóatl y a Tláloc.

En Tóxcatl, como también en Panquetzaliztli, los mexicas fabricaban una efigie de Huitzilopochtli cuyo cuerpo estaba constituido de una masa de semillas de amaranto y su rostro estaba formado por frijoles y granos de maíz consagrados. Al final de la fiesta, en un ritual parecido a la eucaristía cristiana, los principales de Tenochtitlan comulgaban con el cuerpo de Huitzilopochtli en el patio del Templo Mayor; esto levantó en los españoles la sospecha de que el demonio había engañado a los pobres indios, revelándoles, parcialmente y de manera distorsionada, los misterios cristianos de la muerte y resurrección de Jesucristo y obligándolos a celebrar una ceremonia parecida a la Pascua que sin embargo era una burla de la verdadera religión.

Tóxcatl no era solamente una fiesta vinculada a la temporada de secas y al ciclo agrícola de los antiguos nahuas: para los mexicas tenía también un significado político muy importante vinculado al poder del sumo gobernante de México Tenochtitlan. Efectivamente, el huei tlatoani ofrecía en sacrificio a un prisionero de guerra que había demostrado su valentía en el campo de batalla y que debía tener una apariencia admirable según los estándares de juventud, belleza y perfección física de los antiguos mexicanos, encarnados notablemente por la figura del dios Tezcatlipoca, quien era conocido también con los nombres de Telpochtli, “el Joven”, y Yáotl, “el Enemigo”. Durante un año, el joven guerrero escogido por el gobernante era instruido para que supiera bailar, cantar y tañer la flauta como Tezcatlipoca; y si la gente se lo encontraba en la calle acompañado de sus maestros y guardianes, lo saludaba como a la imagen viviente del dios, postrándose frente a él y comiendo un poco de tierra recogida del piso en señal de respeto.

En los últimos veinte días antes de la culminación de la fiesta de Tóxcatl, el prisionero se vestía con los ornamentos de Tezcatlipoca, convirtiéndose plenamente en el dios; recibía todo tipo de regalos y diversiones, en particular varias mujeres con las cuales podía tener relaciones sexuales. Mientras tanto, el sumo gobernante de Tenochtitlan desaparecía de la vista pública y se retiraba en un estado de penitencia y ayuno que muestra cómo la vida alegre y desenfrenada del futuro sacrificado tenía su contraparte en la abstinencia y el merecimiento del que ofrecía el sacrificio, quien a su vez renacía, rejuvenecía y se fortalecía a través de la muerte de su víctima. Al final de la fiesta, el prisionero enemigo era llevado al Tlacochcalco de Tlapitzahuayan, un templo abandonado y desaliñado en la periferia sur de la laguna de México, donde se desnudaba de sus ricos atavíos, rompía sus flautas y se entregaba voluntariamente al sacrificio.

De manera muy desafortunada, la última fiesta de Tóxcatl celebrada el 23 de mayo de 1520 se transformó en una horrible carnicería perpetrada por los españoles sobre la nobleza mexica reunida en el recinto sagrado de Tenochtitlan y conocida en la historia de la Conquista de México como “Matanza del Templo Mayor”. No sabemos muy bien cómo se gestó esta masacre realizada por Pedro de Alvarado, que podría parecer completamente injustificada y realizada en un momento inoportuno: Moctezuma estaba bajo el control de los españoles y Cortés no se encontraba en la ciudad de México, empeñado en frenar la avanzada de Pánfilo de Narváez en Veracruz.

Una razón importante de nuestra ignorancia histórica es el hecho de que las fuentes castellanas no mencionan casi nada acerca de las motivaciones de las huestes españolas capitaneadas por Alvarado –Cortés y Bernal Díaz del Castillo no estaban en la ciudad cuando se llevó a cabo la masacre y se enteraron algunos días después por los mensajeros enviados a Tenochtitlan–. Por otra parte, las fuentes mexicas, recogidas por Miguel León-Portilla en su célebre Visión de los vencidos – Sahagún, Anales de Tlatelolco, Códice Aubin, etc. – recuerdan los hechos muchos años después, enfocándose en la furia homicida e insensata de los españoles.

En fin, sólo podemos conjeturar sobre las razones de los españoles. Tal vez se percataron de los planes de una parte de la nobleza mexica no controlada por Moctezuma, la cual quería aprovechar la ausencia de Cortés para deshacerse, de una vez por todas, de los huéspedes incómodos. Los españoles, atemorizados por la supuesta conspiración, probablemente, idearon un plan aún más atroz y cruel del de sus enemigos: invitar a los mexicas a celebrar la fiesta de Tóxcatl y, una vez reunida toda la nobleza en el patio del Templo Mayor, eliminarla sin importar si había tomado parte en el complot o no.

Quizás la matanza evitó que los españoles guiados por Alvarado perecieran en Tenochitlan, pero a final de cuentas sus consecuencias fueron aún más funestas tantos para los españoles y sus aliados indígenas como para los mexicas: el 23 de mayo de 1520 empezó la guerra de conquista que culminaría el 13 de agosto de 1521 con la Conquista de México y que cobró la vida de decenas de miles de personas. Moteuczoma y gran parte de sus familiares fueron asesinados en los días posteriores a la masacre; Cortés, regresado a Tenochtitlan, tuvo que huir de ahí en la denominada Noche Triste, en la cual perdió gran parte de sus hombres y aliados y todos los botines de oro y plata que había acumulado en la capital de la Triple Alianza. La pregunta que flota en nuestra cabeza, 500 años después, y la cual nunca podremos contestar, podría formularse así: ¿hubiera sido posible “llevar la fiesta en paz”, como solemos decir en México, y evitar no sólo una masacre innecesaria, sino también una guerra de conquista que sigue siendo una herida abierta en la historia de este país?

Para citar: Gabriel Kruell, La fiesta de Tóxcatl y la matanza del Templo Mayor, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/2054/2054. Visto el 25/04/2024