Las escrituras precoloniales en Oaxaca: antecedentes de estudio

Año de 1580. Don Felipe de Santiago, cacique del pueblo mixteco de Chiyo Cahnu -o por su nombre en náhuatl, Teozacoalco-, en el actual estado de Oaxaca, supervisa la elaboración de un mapa de su comunidad donde se pinta el paisaje circundante al pueblo, los caminos, las serranías, los ríos, así como los límites de su territorio. Han pasado 61 años desde el arribo de Hernán Cortés a las costas del Golfo de México. Pintado a la manera de un mapamundi europeo -con forma circular-, preserva aún el característico estilo de los documentos precoloniales de la Mixteca, también conocidos como códices: manantiales, ríos, altares antiguos, deidades, cerros, llanos, vegetación, todos ellos como parte de los topónimos para indicar los linderos y parajes. Para asegurar que en el documento quede asentado la antigüedad y nobleza de su familia así como sus derechos como cacique, Don Felipe manda pintar su propia genealogía. Esta indica que tiene lazos con el pueblo de Ñuu Tnoho (ñuu, pueblo; tnoho, oscuridad), o Tilantongo en náhuatl, representado en la pintura con un templo al estilo precolonial, con grecas negras (“lugar negro” o “pueblo oscuro”), como su topónimo lo indica. También muestra la representación de un templo asentado sobre un tablero doblado (sinónimo de pueblo): en mixteco doblar es cahnù, es decir, el pintor recurrió a un parónimo, Chiyo Canu, “altar grande”, para representar a Teozacoalco. De ambos lugares se dibujan parejas, sentadas una frente a otra, sobre una estera de petate, símbolo de la realeza matrimonial; a cada una de ellas se le puede identificar por su nombre, pintado como parte de su atuendo. Así, por ejemplo, uno de los ancestros de Don Diego aparece pintado con un yelmo de jaguar y rodeado de 20 diminutos puntos: “20 Jaguar”, y éste es precisamente como lo nombra la Relación Geográfica del pueblo y motivo por el cual fue elaborado el mapa. 

Esta tradición milenaria en la región de Oaxaca, de representar a las personas con su nombre, se puede rastrear desde mediados del primer siglo antes de Cristo (500 años antes de nuestra Era) en diversos monumentos arqueológicos. En la pequeña comunidad de San José Mogote, barrio ubicado en la cercanía de Etla, en el valle de Oaxaca, los arqueólogos Joyce Marcus y Kent Flannery descubrieron en los años 1970’s una lápida donde se representó a un personaje muerto, desnudo, con un motivo en su pecho que recuerda a un corazón humano y con un glifo calendárico, formado por un punto y un símbolo que representa el día “ojo”. Esta es quizás la representación más antigua del calendario en Oaxaca, fechado para el año 600 antes de nuestra Era. La escritura y el calendario en Oaxaca, en efecto, puede rastrearse por medio de los monumentos arqueológicos y vestigios que abundan en todos los rincones del estado. Habitado por una docena de pueblos originarios que hablan su propia lengua, zapoteco, mixteco, cuicateco, chatino, trique, chontal, mixe, huave, nguiva, mazateco, ixcateco, amuzgo (excepto por el mixe y el huave, el resto pertenece a la familia lingüística otomangue) y numerosas variantes, cada comunidad puede vanagloriarse de poseer algún registro de escritura, ya sea precolonial o postcolonial: el fragmento de una estela, un lienzo pintado, los títulos de los territorios, las pinturas en las rocas de un peñasco. La memoria cultural permanece en el paisaje de las comunidades oaxaqueñas desde hace siglos y son estos materiales arqueológicos quienes nos comunican las historias del pasado con el presente.

Año de 1944. El profesor Wigberto Jiménez Moreno, eminente historiador guanajuatense, asiste a un congreso de historia en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, donde observa por primera vez una reproducción del Mapa de Teozacoalco (original resguardado en la Universidad de Texas en Austin). Jiménez Moreno se da cuenta de la importancia del documento y regresando a la ciudad de México se lo comunica a su amigo y colega, el arqueólogo, Alfonso Caso; ambos notan que el mapa corresponde a la comunidad mixteca de Teozacoalco, en la Mixteca Alta de Oaxaca. 

Desde hace más de una década, el arqueólogo ha encabezado un equipo que excava la plaza principal de Monte Albán, el principal sitio zapoteco en los valles centrales de Oaxaca; Caso está particularmente interesado en las inscripciones jeroglíficas grabadas en las estelas que abundan en el lugar. En una monografía que escribió a los 32 años de edad (ver Caso 1929), registró y clasificó de manera preliminar los diversos glifos presentes en los monumentos de piedra, donde se percató que muchos de estos correspondían a un sistema de escritura bastante antiguo, que data desde la fundación de Monte Albán; deduce que varios de estos glifos corresponden al calendario antiguo, conocido en Mesoamérica por la combinación de 20 signos y trece numerales (ver Caso 1947); gracias a su estudio se sabe que la escritura zapoteca tiene por lo menos 2500 años de antigüedad. Su interés en la antigua ciudad zapoteca lo conduce a realizar exploraciones en edificios y tumbas y, para la buena suerte de todos, durante su primera temporada de campo -en enero de 1932- descubre una tumba con un espectacular depósito de materiales arqueológicos que incluían, entre otras cosas, huesos grabados con escenas semejantes a los códices mixtecos y cuya herencia estética se encuentra en la genealogía del mapa de Teozacoalco.

Examinando con cuidado el mapa, el arqueólogo reconoce que en la genealogía aparecen los nombres de parejas, representadas en otros documentos antiguos de la región Mixteca y que él ha estado investigando, en los códices Tonindeye, Ñuu Tnoo-Ndisi Nuu y Yuta Tnoho (también conocidos como Nuttall, Bodley y Vindobonensis, respectivamente). El mapa de Teozacoalco se vuelve para Caso “la piedra de Rosetta” para el desciframiento de los documentos mixtecos. Pero va más allá, pues propone un cambio de paradigma frente a los códices, donde estos testimonios develan la historia antigua de las comunidades de la Mixteca. El investigador descubre que el sistema de escritura mixteco también es antiguo y que sus antecedentes se pueden rastrear en piedras grabadas de la Mixteca: en fragmentos de estelas y lápidas de los sitios arqueológicos en Yucuita, Huamelulpan, Miltepec y Huajuapan (ver Caso 1956); encuentra que los glifos en estos monumentos son muy diferentes al usado en los códices, y son más semejantes a los documentados en las estelas de Monte Albán.

Año de 1962. En la ciudad de México se celebra el 35 Congreso Internacional de Americanistas; en un simposio dedicado a las culturas de Oaxaca participan Howard F. Cline, Donald Robertson, Charles R. Wike, John Paddock, Ignacio Bernal y Alfonso Caso (ver Paddock 1966). Este último presenta un estudio donde relaciona a la genealogía los señores y caciques de Yanhuitlán (también protagonistas en la genealogía del mapa de Teozacoalco) con los señores de Cuilapan y Zaachila, comunidades zapotecas ubicadas al sur de la ciudad de Oaxaca. Es aquí donde confluyen la arqueología y el desciframiento de los códices: recientemente el joven arqueólogo Roberto Gallegos ha encontrado en Zaachila dos tumbas con soberbias ofrendas y en una de ellas, en los muros, está la imagen del señor 5 Flor (Gallegos 1978), reconocido en el códice Tonindeye y ligado con un pueblo cuyo topónimo está formado por un cerro o peña encorvada y un templo con una deidad semejante a Dzahui, el Tlaloc de los mixtecos.

Esa misma década y la siguiente los descubrimientos de materiales con glifos y elementos escriturales en Oaxaca se documentan sin cesar. No solo en Monte Albán aparecen estelas o testimonios grabados, Ignacio Bernal registra una buena cantidad de estelas en el área de Dainzú,  Macuilxóchitl y Etla, así como en otras localidades dentro del valle de Oaxaca. En la Mixteca Baja, John Paddock reconoce glifos en piedras grabadas de varios pueblos, destacando San Pedro y San Pablo Tequixtepec y Huajuapan, donde se percata que se trata de un sistema diferente al usado en los valles centrales por los zapotecos y que él designa como “ñuiñe”. En la costa de Oaxaca, Lorenzo Gamio, Román Piña Chan, Donald Brokington y María Jorrín registran estelas con glifos calendáricos y manifestaciones iconográficas entre Puerto Ángel y Pinotepa Nacional, reconociendo glifos al estilo de Monte Albán. La etapa de los descubrimientos y las bases del desciframiento de los manuscritos y monumentos termina con la publicación de “El tesoro de Monte Albán”, aparecido en 1969 de Alfonso Caso, quien fallece al siguiente año. El esfuerzo de sistematización del trabajo de Caso sobre la escritura zapoteca es seguido por Joyce Marcus, Gordon Whittaker, John Scott y Louise Zehnder.

Año de 1992. Para conmemorar los quinientos años del encuentro de dos mundos, el Fondo de Cultura Económica emprende la labor editorial de reproducir los facsímiles de los códices precoloniales que se encuentran resguardados en los acervos europeos. La colección -cuyo comité está formado por Ferdinand Anders, Maarten Jansen, Aurora Pérez Jiménez y Luis Reyes García- empieza con el comentario del códice Vindobonensis (ver Anders y Pérez 1992), conocido actualmente como Yuta Tnoho, un documento donde se narra el origen del mundo mixteco; en el reverso se expone la historia de Tilantongo. El comentario introductorio que acompaña el códice es una síntesis del “estado del arte” que hasta ese momento se tenía sobre la materia. Entre otros aspectos, se han identificado varios de los lugares pintados en los códices y se han localizado en el paisaje de la Mixteca; Tututepec, Apoala, Jaltepec, Nochistlán, Chalcatongo, Acatlán, San Pedro y San Pablo Tequixtepec, son nombres de comunidades mixtecas que aparecen en diferentes documentos y cuyo desciframiento va de la mano con el conocimiento de las comunidades de la región. Más aún, se han documentados lienzos -documentos pintados en gran formato, del tamaño de una sábana-, elaborados en la época colonial temprana mostrando, de forma semejante al caso del mapa de Teozacoalco, linderos, genealogías de los gobernantes y relaciones entre las comunidades. Destaca el caso de los lienzos del valle de Coixtlahuaca; comparables en sofisticación, colorido y estética con sus contrapartes hechas en piel de venado, en solo una comunidad San Miguel Tequixtepec, se preservan no solo uno, ¡sino dos lienzos! El facsímil del códice Vindobonensis se reproduce en aras de que el público de México, los estudiosos, estudiantes y comunidades pueda acceder a las fuentes históricas difíciles de consultar en otras circunstancias. La serie de los códices mexicanos, con un total de trece publicaciones, incluye los comentarios a documentos tanto mixtecos como nahuas, cuya narrativa es histórica, religiosa, así como al grupo de códices mánticos -como el Códice Borgia y su grupo-; se trata de diferentes géneros literarios que revelan el conocimiento de los pueblos originarios del sureste de Mesoamérica (Estas obras se pueden consultar en: https://www.researchgate.net/profile/Maarten_Jansen10). 

En ese mismo año, Javier Urcid (2001) presenta su tesis doctoral sobre la escritura zapoteca prehispánica donde sistematiza el extenso corpus de materiales donde aparecen manifestaciones escriturales; en su análisis propone la reconstrucción del calendario zapoteco, la secuencia de los 20 signos de los días, así como el orden consecutivo de los portadores del año, descubierto por Caso en 1928 pero cuya secuencia no era del todo clara. Con base en la comparación de varias inscripciones lineales, llega a la conclusión de que existe un orden gramatical en algunas de ellas, que parecen sugerir que siguen la sintaxis de la lengua antigua zapoteca; expone que el sistema zapoteco es logo-silábico desde sus inicios y que los signos usados son icónicos y probablemente se recurriera al principio de homofonía; la presencia de glifos del año hace evidente que los textos tienen una narrativa histórica. Al mismo tiempo, en Monte Albán se lleva a cabo un gran proyecto de exploración en diversas áreas del sitio, “el proyecto especial Monte Albán”, que trata de resolver preguntas sobre el origen y el colapso de la metrópoli. El hallazgo de tumbas y estelas, entre ellos una espectacular estela que muestra una genealogía zapoteca encabezada por una señora anciana, sorprende debido a que hasta ese momento se conocían lápidas genealógicas quizás de los últimos años de esplendor de la ciudad; en el estudio de la estela, sus descubridores destacan que quizás haya sido una de las últimas generaciones de gobernantes de la ciudad antes de su colapso (ver Winter 1994). 

Año de 2019. A 500 años del arribo de Cortés y sus huestes europeas a territorio continental, soy invitado a conocer un pequeño sitio arqueológico en las montañas de la Mixteca. Edificado en la cima de una loma, rodeado de terrazas antiguas, en la cúspide de la eminencia, se encuentran montículos y plataformas antiguas. En una explanada, formando parte de un pequeño corral, se encuentra una estela prehispánica erguida; impasible, nos observa a mis anfitriones y a mí través de los siglos (ver Rivera et al 2019). La pieza ha estado ahí desde por lo menos el siglo séptimo de nuestra era, y que podemos calcular con base a los materiales arqueológicos en el lugar. Impacta no solo por su estética, sino también por el color verde de la piedra. Tiene en uno de sus lados una columna con tres glifos de estilo mixteco del periodo clásico; uno de ellos, en la parte alta, apenas puede verse debido a que está rota; los otros dos, Mono y Temblor son acompañados de coeficientes numéricos. Destaca que se use tanto el sistema numeral de barras (una barra es 5), como el de puntos numerales (donde cada punto es una unidad). La estela es un digno representante del estilo que se desarrolló en la Mixteca durante el periodo Clásico, y cuyos rasgos estéticos difieren de la escritura zapoteca. Actualmente podemos identificar diferentes tradiciones dentro del estado de Oaxaca, la usada en la región Mixteca del periodo clásico -ñuiñe-, la itsmeña, la tradición chatina de la sierra sur y la costa de Oaxaca y Guerrero; además de la de los códices mixtecos. Contamos ahora con un vasto corpus de materiales arqueológicos, que van desde vasijas de cerámica, esculturas, estelas, pinturas rupestres, pintura mural, hueso y madera que poco a poco nos van mostrando la riqueza. Un sistema al este del Itsmo, nos sorprende, pues no había sido documentado e identificado previamente. Las narrativas que exponen, no obstante, son similares en cada sistema: nombres de gobernantes, deidades (especialmente el Relámpago), topónimos, lugares de creación, entronizaciones, conquistas, genealogías. Estas a su vez no difieren mucho del resto de las temáticas de los sistemas mesoamericanos conocidos. Lo que es más, la relación entre las tradiciones también nos brinda la oportunidad de conocer las relaciones entre diferentes comunidades y que estaban ligados a procesos socio culturales.

La estela que veo es motivo de veneración en la comunidad, pues en fechas relacionadas con el inicio del ciclo agrícola se realizan ofrendas en el cerco de piedras del cual es parte. Restos de flores, así como de otros objetos son depositados frente a ella. Meses después de mi inspección, me entero que la estela ha sido dañada. Mi indignación crece al saber que se trató de romper con otra piedra y borrar los glifos de su superficie. Afortunadamente las autoridades locales han tenido la precaución de resguardarla en el pueblo e indagar sobre el responsable de tal acto. Quinientos años después, la herencia colonizadora, aquella que no reconoce los valores y la herencia de las civilizaciones mesoamericanas, aquella que trató de borrar el testimonio de comunidades enteras permanece. La lucha sigue.

 

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Para citar: Ángel Ivan Rivera Guzmán, Las escrituras precoloniales en Oaxaca: antecedentes de estudio, México, Noticonquista, http://www.noticonquista.unam.mx/index.php/amoxtli/2015/2015. Visto el 04/05/2024